Disfruten la lectura.
Capítulos 1—5.
Adrenalina
[BL]
.
Capítulo
1. Detrás de las apariencias.
.
Ver
el rostro de placer del niño era por mucho mejor que ver la de su novia. Mucho
mejor.
Sentir
la cavidad anal del peliazul atrapar su miembro era mucho más placentero
que sentirse dentro de su novia, sin duda.
Todo
era mejor con él. Todo.
Mordió
una de sus tetillas en el momento en que su pequeño acompañante le mordió su
hombro y jadeó al sentir su estocada. Le traía completamente loco.
Le
tomó de las caderas y lo separó un poco de sí. Le molestaba el hecho de que
ocultara su rostro mientras lo penetraba a conciencia. Quería ver su
satisfacción y sus labios entreabiertos e hinchados por los besos salvajes y
apasionados que se habían dado. Quería lamer sus mejillas sonrosadas debido al
calor que emanaban sus cuerpos.
Quería
todo de él.
—
¿Q-Qué… pasa? —Preguntó el niño con la voz entrecortada y sin levantar su
rostro al sentir que el pelinegro detenía sus movimientos.
—No
me gusta.
—
¿El qué?
—No
me gusta que ocultes tu cara mientras te hago mío, Ciel. —Mencionó
como si nada, mientras se dedicaba a aspirar el olor a sexo en la habitación y
a levantarle lentamente su pequeño rostro. —Es usted muy hermoso como para
ocultarse, Bocchan.
Ciel
chasqueó la lengua al escuchar cómo su amante se dirigía a él. Odiaba esa
palabra. No más que a los gatos. Lo miró, con esos ojos cobalto, fríos y
hechizantes. Después bajó su vista a los labios del mayor.
Posó
sus pequeñas manitas en los hombros anchos del hombre de orbes carmesíes y,
tomando vuelo, se alzó y dejó caer sobre él. Sebastián no pudo evitar gemir de
placer.
Sólo
él le sacaba gemidos.
.
.
.
.
—
¡Pero mira esta hermosura!
—
¿Crees que le guste a Sebastián, Amber?
—Gustarle
es poco, Eva. Lo traerá loquito.
Eva
Phantomhive se encontraba, junto con su amiga, Amber Brust, en el Harrods,
un centro comercial de lujo en Inglaterra.
Brompton
Road estaba más que llena, así que fue
buena idea ir el sábado a las 10:30 am, justo media hora después de que los
almacenes abrieran.
El
hermoso y lacio cabello café castaño de Eva combinaba a la perfección con el de
su mejor amiga, que era un rubio algo platinado, pero con rizos. Se conocían
desde hace tiempo.
—Sí,
¡Eso espero!
Amber
sonrió a carcajada ante la efusividad de su amiga. Pero por dentro, estaba más
que furiosa. Sabía el secreto de su mejor amiga. ¡Por Dios! Detrás de esa
careta de niña inocente se escondía una mujer capaz de todo, o, en otras
palabras, intentar matar a toda aquella que se atravesara en el camino. En el
camino que la llevaba a Sebastián. Pero el pelinegro sólo era un capricho, un
capricho que traía desde hace tiempo en el que el morocho no le hacía caso.
Y
Sebastián igual lo sabía.
.
.
.
.
—
¡Oh, Dios! —Gritó Ciel al sentir las manos de Michaelis acariciar su miembro
erecto mientras seguía con las salvajes embestidas.
Se
sentía débil y cansado, pero estando con Sebastián, dejaba todo de lado.
El
pelinegro mostró una sonrisa perversa y, con un tremendo placer y emoción,
recorrió el cuerpo excitante del niño con la mano que tenía libre. Se veía tan
lindo con su sonrojo, sus párpados cerrados, su boca entreabierta y lanzando
gemidos al sentir sus estocadas.
El
niño de 13 años seguía cabalgándolo, mientras Sebastián besaba toda la piel
disponible para él. Sentir la estrecha cavidad anal del niño atrapar su miembro
lo volvía loco. No se cansaría jamás de repetirlo.
Sin
darse cuenta, mordió una parte del cuello de Ciel que quedaba a la vista de
todos, y éste no pudo evitar lanzar un gritillo.
—Imbécil.
El
pelinegro sonrió.
—Bastante.
Sí,
Ciel Phantomhive podía ser testarudo, frío, chiflado, seco, arrogante, egoísta,
amargado y, ¿por qué no?: Precoz.
Y
así le gustaba. Le gustaba que lo maltratara y que lo tratara como un mayordomo
el cual tiene como amo a un Conde de sólo 13 años. Sí.
Las
estocadas aumentaron aún más la intensidad.
Lo
único que se escuchaba ahí era el húmedo y grotesco sonido del choque de los
testículos de Sebastián contra el trasero de Ciel. El pelinegro no dejaba de
jadear, mientras el niño lanzaba gemidos de placer.
Se
sentía en el cielo.
—S-Sebas…
tián… M-Me… ¡Corro!
Un
grito excitado inundó la habitación, seguido de una mano manchada de un líquido
blanquecino. El ojicarmín, al ver el semen del joven en sus manos, se lamió los
labios. Después sintió cómo las paredes anales de su amante se contraían y
apretaban más su pene.
Y
él tocó el cielo otra vez.
—C-Ciel…—Jadeó
al correrse dentro del niño, que trataba de acompasar su respiración.
Mordió
su cuello por última vez al sentir su líquido derramarse por entre sus piernas.
Se dejó caer a la cama y llevó al pequeño consigo.
—Precoz. Bastante precoz.
—Pedófilo. Bastante pedófilo—Se
defendió el Phantomhive, con su ceño fruncido, y dándole un gran énfasis a
"Bastante".
Sebastián
sonrió. Acarició sus cabellos y le acariciaba aún el cuerpo. Detuvo sus manos
en las pequeñas y calientitas nalgas del adolescente y las estrujó contra él.
Ciel gimió.
—Pedófilo
al tri-
Una
voz los sacó de su aura calmada.
— ¡Cieeeeel!
Esa
voz chillona era inconfundible. A pesar de que ella tiene 25 años, su voz era
mucho más chillona que la de su hermano menor que, a pesar de ser un niño,
tenía la voz grave para su edad.
Ciel
maldijo por lo bajo y Sebastián bufó molesto.
—Mierda,
¿No se supone que estaría con Amber?
—En
el momento menos inoportuno, Ciel. —Sebastián seguía acariciando los cabellos
de su amante, sin ninguna intención de pararse o moverse siquiera. Eso, a la
vista del niño, era desesperante.
— ¡Cieeeeel! —Habló
la voz, canturreando— ¿Estás aquí?, ¿Fuiste con Alois, acaso? Si estás
aquí, ¡apúrate! Que quiero darle una sorpresa a mi hermoso Sebastián.
Phantomhive
por lo bajo se carcajeó con malicia. Estúpida. Ni sospechaba que Sebastián
estaba aquí con él, en su cama.
—Eres
malo. Mira que burlarte de tu hermana—Sebastián alzó el rostro pálido del
infante y lo besó en los labios, luego, lentamente, se acercó a su oído, el
cual mordisqueó y lamió a conciencia—. No tienes alma, Ciel.
El
aludido lo miró con furia y odio, para después besarlo con pasión y desenfreno.
Al principio, el morocho se sorprendió, pero no tardó ni 3 segundos en
responder gustoso el beso. Mordió su labio inferior con deseo. Al sentirlo,
Ciel gruñó y entreabrió su boca, permitiéndole al mayor darle paso a su lengua.
La cavidad del niño era cálida, atrayente. Única.
Posó
su mano en la nuca y lo atrajo más hacia sí mismo. El niño no se quiso quedar
atrás. Siguió la danza de lenguas infernal que Sebastián había impuesto.
De
pronto, escucharon unos pasos subir, y dirigirse a la puerta. Se separaron, mas
Ciel seguía mordiendo el labio inferior de Sebastián y éste sonreía. La adrenalina era
excitante.
—Ciel,
¿estás ahí?
La
perilla de la puerta comenzó a moverse de un lado a otro.
—Mierda.
—Susurró.
—Calma.
—Le dio un mordisco a sus labios hinchados, mientras se movía un poco.
—No
pareces preocupado. Eres su novio.
—Y
tú su hermano.
.
.
.
Capítulo 2. Pensamientos secretos.
.
El trastorno de personalidad
antisocial, es una condición psiquiátrica caracterizada por conductas
persistentes de manipulación, explotación o violación de los derechos de los demás.
A menudo está implicada también en comportamientos criminales. A las personas
que padecen este trastorno se les conoce como sociópatas.
Los sociópatas son individuos egocéntricos, que no tienen sentido de
responsabilidad personal ni
moral. Son impulsivos,
manipuladores y mitómanos. No tienen remordimiento alguno de sus actos. Suelen ser
agresivos pasivos, hostiles, con conductas violentas, excelentes actores, y
siempre dan la impresión de estar en control.
.
—Estúpido
Sebastián… Apenas y puedo sentarme.
—No
sé a qué viene eso, Ciel.
Se
encontraban en la cafetería de Eastcourt School, en Londres.
Estaban sentados justo en la mesa hecha del más fino árbol que se podría
encontrar por esos lugares. Ciel, como todo un descendiente, como
todo un Conde, se encontraba cruzado de piernas, con sus pequeños
brazos apoyados en la mesa y con el ligero dolor en su espalda baja.
Al
lado suyo, con cara de sorpresa y tomando algo de limonada, se encontraba su
mejor amigo, Alois Trancy: Rubio, alto, ojos azules, brillantes. Piel pálida y
de porcelana, siendo uno de los más populares de ES. A pesar de tener 14 años y
que debería de estar en una Secondary Independent Schools de
pago, estaba aquí por perder un año. O por su profesor de Historia,
pensó Ciel.
—Mi
hermana llegó a la mansión más temprano de lo que pensé. —Dijo al fin, con un
suspiro.
—
¿Eva? Vaya… Así que estabas con Sebastián—Habló el pelirrubio con un tono
burlón en su voz.
El
descendiente actual de la vieja familia de la realeza, los Trancy, sabía muy bien
el tipo de relación que tenía su amigo con el novio de
su hermana. Cuando éste se lo mencionó, no pudo evitar chillar de la
emoción porque, al parecer, estaba aprendiendo algo de él.
—Sí.
Y no paramos. Ni siquiera cuando Eva pudo romper la puerta o algo por el
estilo. ¡Tuve que morder la sábana blanca para no gemir! —Exclamó Ciel,
ofendido.
—
¿Los escuchó?
—Si
nos hubiese escuchado, ¿crees que te llamaría para preguntar por mí?
Alois
se quedó pensando ante la incógnita. Suspiró pesadamente y, tomando otro trago
de su limonada, respondió con parsimonia:
—No.
—Hay
veces en que llego a pensar que eres un retrasado mental, Alois—Escupió
fríamente.
—Entonces
tú también lo eres, ya que eres mi amigo. Retrasado mental, con retrasado
mental, ¡juntos por siempre! —Y el pelirrubio estalló a carcajadas.
Ciel,
muy en el fondo, tenía ganas de hacerlo igual. Su amigo era tan… Tan Alois.
Pero no, reprimió la efusividad que sentía en esos momentos.
Pero
mostró una pequeña sonrisa que sólo pudo ser vista por su amigo, El Retrasado
Mental.
.
.
.
.
—¡Sebas-chaaan~!
El
aludido suspiró cansado mientras tomaba algo de café, sentado detrás del
escritorio de vidrio que adornaba su oficina. Él, ahora, era el presidente
absoluto de la empresa Michaelis, creadora de una cadena de hoteles
lujosos que se extendían por toda Inglaterra.
—Buenos
días, Grell.
—Oh,
Sebas-chan, ¡siempre tan frío conmigo! —Exclamó el enigmático personaje de rojo
que entraba a la oficina.
Grell
Sutcliff era su extravagante compañero de piso, hijo del mejor amigo de su
difunto padre. Su largo cabello rojo, su dentadura afilada, sus ojos verde
amarillento, lentes rojos, pestañas falsas y comportamiento femenino, le hacían
pensar a Sebastián el porqué no estaba en un maldito manicomio.
—Habla
ya.
—Oh,
Sebas-chan—La voz del pelirrojo cambió de una chillona a una grave. El
ojicarmín, al escucharlo, lo miró a los ojos—. ¿Aún estás con el mocoso ese?
—No
es ningún mocoso. Se llama Ciel.
—
¡Sí es un mocoso! —El repentino cambio de voz de Grell causó un severo dolor de
cabeza en Sebastián.
De
nuevo, enfocó su vista en los documentos que leía con anterioridad. Suspiró
cansado. No quería pelear con Grell, porque sabía que cuando a este chico se le
metía algo en la cabeza, nadie podía sacárselo jamás.
—Habla
ya. —Repitió otra vez.
—Bueno,
bueno… ¿Aún eres novio de Eva?
—Sí,
¿eso a qué viene?
—Hay
algo… interesante respecto a la otra.
Sebastián
sonrió. Instantáneamente, recordó aquella charla que sucedió meses atrás, en la
que le aclaraba a su amigo que, para él, la 'otra', era la mismísima
Eva, no Ciel. ¡Por supuesto que no! Ciel no podía bajar a la categoría de ser
la otra… O, en este caso, 'el otro'.
—Haber,
haber… ¿Qué es eso interesante respecto a Eva? —Preguntó Michaelis, imitando el
tono de voz de Grell, para después alzar de nuevo su vista y mirarlo.
Y
se dio cuenta, por los ojos del pelirrojo, de que era algo verdaderamente interesante.
.
.
.
.
Eva
no podía evitar recurrir a la mitomanía.
Y
es que, a sus ojos, ella se merecía toda la herencia que sus padres le dejaron.
Pero no. Se la dieron al mocoso que tenía como hermano.
Ya
estaba cansada. A la vista de todos los demás, tenía que fingir que amaba a su
hermano, que lo idolatraba. Y era todo lo contrario. Lo repudiaba,
lo odiaba con todo su ser. Más de 1 noche intentó deshacerse
de él. Intentó envenenarlo, ahorcarlo, ahogarlo, dispararle, abandonarlo o
drogarlo. Pero no funcionaba. Incluso recurrió a la prostitución con aquellos
seres asquerosos que ni siquiera se merecían mencionar su nombre o respirar su
aire. Y no funcionaba.
¡Por
eso tenía que saciarse con los demás!
Y
sus padres… Ni qué decir. Al enterarse, por boca de su padre (antes de morir,
claro está), que toda la herencia caería en manos de Ciel, se enfureció. ¿Y
a ella qué le daban? ¡Le daban una simple empresa de todas las que tenían
en Inglaterra!
De
nada sirvió, ya que ésta entró en bancarrota después de estar en sus manos.
Era, a palabras frías de su padre, una irresponsable. Su hermano a
sus escasos 13 años, controlaba todo a la perfección. Su hermano era más
hermoso que ella, más agraciado. Más reconocido. A la vista de la sociedad,
ella no era Eva Phantomhive, era 'Mantenida Phantomhive', ya que
vivía en la gran mansión que heredó el mocoso del ojiazul.
Lo
odiaba, al igual que a sus padres.
Pero
tenía algo que su hermano no tenía: Sebastián. Y sí, ella es una
superficial, ¿pero a eso a quién le importa? Estar en ese lugar
no le sirvió de mucho. Siguió siendo la misma de antes.
Aún
así tenía sus sospechas. Ciel miraba mucho a Sebastián. Sebastián mira mucho a
Ciel. Más le valía a esos dos que no le estuviesen viendo la cara de estúpida.
Porque
de ser así, acabaría con eso. A Sebastián lo usaría como un objeto, saciaría
sus conductas violentas con él. Lo manipularía y le sacaría provecho a todos
los millones y millones que él posee.
Y
se quedaría con la fortuna Phantomhive. Desaparecería a Ciel de la faz de la
tierra.
… Así
como lo hizo con sus padres.
.
.
.
.
—
¿Qué quieres?
—Muy
seco, Bocchan.
Ciel,
al observar y escuchar que Alois no dejaba de insistirle, contestó el teléfono
con parsimonia. Puso los ojos en blanco al escuchar esa palabra. Aunque debía
de admitir que en el fondo le gustaba.
—Amor
mío, ¿qué se te ofrece? —Habló, con una voz por demás inocente, haciendo reír a
Sebastián y espantar a Alois, que no paraba de carcajearse y revolotear a su
alrededor.
—Saldré
con tu hermana en un rato—Le informó, como si fuera lo más normal del mundo.
Ciel pudo distinguir el aburrimiento en su voz—. Así que, pensé: 'Sebastián
Michaelis, ¿por qué no, después de cenar con Eva, le pides a Ciel que vaya al
hotel para hacerlo tuyo otra vez?'. Y me respondí: '¡Oh, grandiosa
y excitante idea!'
Ciel
no pudo evitar el hecho de pensar en que Sebastián, en ocasiones, se comportaba
como todo un infante. Se limitó a suspirar y que quedó pensando. No podía
contestar cualquier cosa teniendo a Alois casi atravesándolo con sus ojos
azules cual cielo despejado.
—Tsk—Fue
lo único que dijo, pero en el fondo le encantaba la idea.
—
¿Lo tomo como un: 'Sebastián mío, ¿qué te parece si lo hacemos aquí y
ahora, por teléfono'?
El
Phantomhive no pudo hacer nada, más que ruborizarse y cubrirse la cara con su
manita pálida. Alois, atento a todos sus movimientos, sonrió con picardía. Así
que decidió jugarle una bromita a su amigo. Se acercó un poco a él, para que su
voz encantadora se escuchara hasta el auricular y llegara a los oídos de
Sebastián.
—
¡Oh, Ciel! ¿Estás sonrojándote?
—M-Mierda…
¡Alois!
Michaelis,
al otro lado de la línea, abrió sus orbes carmín con sorpresa, para después sonreír
pervertidamente. Agradecía al pelirrubio su comentario. Suspirando después y,
con voz ronca, habló:
—Te
espero en el The Montcalm, Ciel mío. Espero y sus paredes eviten
que tus sonidos lleguen hacia otra parte.
—
¿Piensas dejarme afónico, o qué? —Preguntó Ciel, algo brusco, mientras le pedía
a Alois un pedazo de papel y, con su perfecta caligrafía, escribía el nombre
que Sebastián le proporcionó.
—No
pienso—Habló con voz ronca—. Lo haré.
Dicho
esto, colgó, dejando a un Ciel más rojo que un tomate y a un Trancy estallando
a carcajadas.
.
.
.
.
Sebastián
conducía a toda velocidad en su Lancia Ypsilon negro, con una
Eva emocionada al lado. Debía de admitir que estaba más que aburrido. Más de
una vez intentó alejarse de ella pero, después… ¿Cómo vería a Ciel? Aparte, Eva
era demasiado… Y lo recordó.
No
había hablado mucho en todo el trayecto, ¿porqué? porque las palabras de Grell
lo dejaron pensativo.
FlashBack
—Bueno,
debido a que sigues siendo frío conmigo, Sebas-chan—Departió Grell, cruzándose de
piernas en el asiento de cuero enfrente del pelinegro—, te diré que a Eva fue
sospechosa.
—Sospechosa—Reincidió
Michaelis, con la ceja finamente alzada— ¿Sospechosa de qué?
Grell,
por primera vez, le dedicó una mirada maléfica y compasiva. Su cara mostraba
una sonrisa y, de emociones, una terrible preocupación. Tomó aire y, haciendo
un gesto con la mano, como si fuese lo más normal del mundo, continuó:
—De asesinato.
Fin
FlashBack
¿Podía
ser cierto? Es decir, no es que confiara en Grell, pero… Ni siquiera le mostró
alguna prueba para corroborar lo que le había dicho; nada. Meneó un poco la
cabeza, para después mirar de soslayo a Eva: debía admitirlo, era hermosa.
Pero (y he aquí donde él mismo se reprochaba el inacabable deseo hacia
su allegado que, aún en las circunstancias más peligrosas, bizarras y
patéticas, le causaba olvidar todo y acordarse de él), lamentablemente, su
pequeño hermano lo era aún más.
Recordó
el momento en el que Eva le había revelado que odiaba a su hermano, aunque
minutos después se retractó, diciendo que lo decía de broma.
Y
vamos, ¡tenía que admitirlo! La mujer que tenía como novia y que estaba sentada
en el asiento copiloto, era una impulsiva. Que no mostraba arrepentimiento.
A nada,
ni a nadie.
.
.
.
.
Ciel
llegó con cansancio al lujoso hotel que Sebastián le había indicado algunas
horas atrás. Entró en el y, con sus ojos fríos, le pidió a la recepcionista una
habitación. Primero lo miró dudosa, para luego sorprenderse de que tenía
enfrente de ella tenía al mismísimo Ciel Phantomhive, al pequeño descendiente
de los Condes que eran líderes de las aún vivas empresas Funtom. Ciel bufaba
molesto, cuánto odiaba eso.
Caminó
con pasos elegantes hacia el elevador para ir directo a su habitación. El hotel
era hermosos, con una linda vista panorámica y predominaba en él su color
preferido: azul.
Al
darse cuenta de que el elevador se detenía, salió a toda prisa a la habitación,
pero se detuvo, ya que sentía una mirada encima de él, estrujándolo.
Lentamente, se dedicó a buscar al causante de esa sensación. Y lo vio: alto,
fornido, con piel bronceada, una dentadura perfecta, cabello grisáceo y ojos
verde oliva, que aparentaba unos 18 años. Se dedicó a fulminarlo con la mirada
al ver que el joven lo miraba de arriba abajo. Cuando vio que se disponía a
acercarse a él, con paso lento entró a su habitación. Tienes que
admitir que era… Atrayente, pensó el peliazul.
Tomó
un poco de aire y se quedó quieto en la puerta.
Y,
entonces, recordó que no le había mencionado a Alois que lo encubriera. Con
cansancio y olvidándose completamente del guapo peligris que intentaba
acecharlo, recorrió la habitación con la mirada.
Tenía
una gran cama en medio, demasiado espaciosa, con dos silloncitos de cuero al
lado, dándole una vista perfecta de la ciudad. El suelo tenía una alfombra y
una costosa lámpara de vidrio colgaba del techo. El olor a algo que él mismo
eligió y que ni siquiera sabía que era, inundó la habitación. Por supuesto,
había pedido una Suite Deluxe. Metió su tarjeta JBC a su bolso del pequeño
pantaloncillo que llevaba.
Entonces
se dio cuenta de algo: No importaría el orden o la presentación de su recámara.
Es decir, ¿Cómo iba a importarle cuando haría eso con Sebastián? Si era cierto
lo que le dijo el azabache, esa tarde sería muy movida, hasta dejarlo afónico.
Así que desechó el pensamiento de "La habitación es bonita".
Y,
sin darse cuenta, se imaginó a su hermana con Sebastián. En la cama. Besándose.
Le dio un tremendo asco y unos grandes celos que se sintió sofocado. ¿Él,
celoso? Por Dios, si su futuro cuñado lo veía en esos momentos, estallaría a
carcajadas por verlo. Frunció el ceño. Es decir, él no podía estar celoso de
que Sebastián aún salga con Eva, ¿o sí? ¡Deja de
pensar en eso, mierda!, se gritó mentalmente al tener de nuevo presente
la imagen de una cama desacomodada con su hermana y el ojicarmín en ella. Pero
muy en el fondo quería decir con LA hermana y SU ojicarmín.
Colocó
sus pensamientos pecaminosos y posesivos de lado para después lanzar su mochila
y su laptop a la cama y tomar el celular. Buscó entre sus contactos a
"Trancy retrasado" y le dio un clic al botón "Llamar".
Esperó dos largos y eternos pitidos y, al tercero, puso los ojos en blanco. Su
amigo pelirrubio no tardaba ni 2 segundos en contestar, y ahora él llevaba un
minuto esperándolo. No le sorprendería que estuviera con algún amigo suyo
haciendo quien sabe qué cosas.
Suspiró.
No
podía quejarse, porque él estaba así con Sebastián… La única diferencia era que
él y Sebastián ya habían estado juntos (muchas, muchas, MUCHAS veces) y Alois,
como un completo enamorado, seguía esperando que Claude Faustus, su profesor de
historia, le insinuara una relación pecaminosa.
Lanzó
un bufido y, justo cuando iba a colgar, escuchó un jadeo y dos respiraciones al
otro lado de la línea. Parpadeó efusivamente, confuso. Alejó el celular de su
oído para verificar el hecho de que no se haya equivocado de número. Al darse
cuenta de que no era así, acercó algo dudoso su rostro al aparato.
—
¿Alois? —Preguntó, con voz grave.
— ¡A-ah! —Fue
la respuesta. Ciel lanzó un chillido hasta ponerse rojo. ¡Alois acababa de
gemirle en su oído? — ¿C-Ciel?
—¿Qué
mierda haces? —Se atrevió a averiguar. Se quedó estático en el lugar esperando
respuesta alguna, dejándose caer en la cama. Tragó grueso. Espero y no
sea lo que creo, pensó.
No
recibió respuesta. A cambio de eso, escuchó movimiento, como si le hubiesen
quitado el celular al pelirrubio y lo pasaran a través de una alfombra o cama.
Entrecerró los ojos al escuchar una nueva voz hablarle.
—Joven
Ciel—Le llamó la voz, proveniente de, quizás, alguien que rondaba por los
26 años. Rodó los ojos. Alois y sus traumas por tener sexo con mayores—, no
me importaría en lo absoluto si colgara ahora mismo y nos dejara a Alois y a mí
seguir con nuestro… Trabajo.
Ciel
se mordió los labios al sentir unas tremendas ganas de reír. Si a eso el tipo
le llamaba trabajo, no quería saber que era sexo para ellos. Pero la voz se le
hizo tremendamente familiar.
— ¡C-Claude!
¡Dame ese… Teléfono!
El
pequeño de 13 años abrió sus orbes como platos. ¿Claude Faustus? ¿CLAUDE
FAUSTUS?
— ¿¡Claude
Faustus! — Gritó Ciel al teléfono, sin proponérselo.
—¡M-Mierda,
Ciel! ¡Me has roto el tim- Ah!
—¡Deja
de gemir! —Gritó Ciel, saliendo de su trance e imaginándose a Sebastián y a él
en una situación parecida.
—¡Entonces
cuelga el maldito celular si no quieres escucharme llegar al maldito orgasmo!
Y
colgó.
Y
después miró su miembro. Se maldijo por lo bajo y no pudo evitar reírse a
carcajadas. Maldito Sebastián. Maldito Alois.
Definitivamente
tomaría una ducha bien fría.
.
.
.
.
Sebastián
miraba ya la hora, estaba más que aburrido con Eva.
Se
la pasaba platicando de chicos, chicos que no la merecen, que ni le llegan a
los talones, que sólo él y bla, bla, bla.
La
miró por una milésima de segundo. No tenía nada de parecido a Ciel. Meneó
lentamente la cabeza, intentando sacárselo de sus pensamientos. Ya
casi, aguanta, se regañó.
Y
un pensamiento vago le vino a la mente: Había conoció a Eva por medio de una
amiga suya, Kristen, la cual estaba enamorada de él. Más de una vez intentó
declarársele y siempre notó el interés superficial que
despertó en Eva. Y la bomba estalló.
Una
noche, Kristen llegó asustada a su mansión, agitada y sangrante. Le preguntó
algo espantada que qué rayos tenía, y aún recuerda perfectamente sus
palabras "¡F-Fue Eva, fue ella! ¡Está L-O-C-A! Le mencioné que te
amaba y, ¡mira! Casi me mata. Hubieses visto su mirada, Sebastián"
Y,
semanas después, Kristen desapareció sin dejar rastro alguno. Para luego
encontrarla asesinada y después una Eva feliz… Y se espantó.
Si
Grell le mencionó que fue sospechosa de asesinato…
¿Habría
sido capaz de asesinarla?
.
.
.
.
—Amber,
¿Qué ha averiguado?
—Un
poco, comandante.
Una
hermosa mujer con traje de joven rica entraba con n viejo de ya entrada edad a
la estación de policías. La chica llevaba su cabello rubio rizado amarrado a
una coleta alta, con un traje color rosa pastel. Era una agente encubierta
tratando de investigar dos casos de asesinato.
—Y
bien…
—Definitivamente
lo odia, comandante.
—
¿Crees que haya matado a sus padres y a aquélla joven?
—Por
supuesto. Y no dudo que, las veces en que el joven Phantomhive cruzó por la
muerte, ella estuviese detrás de todo eso.
—Ya
veo, ya veo—Dijo el hombre, con su arrugada mano en su mentón y moviendo
ligeramente la cabeza—. Ahora, sólo tenemos que investigar quién fue el doctor
que estuvo a cargo de ella en el psiquiátrico.
—Ya
lo sé, señor. De hecho, ahora está como profesor de Historia en el Eastcourt
School. Después de saber que no pudo ayudar a Eva, decidió alejarse de
eso para siempre—Habló Amber, con voz de sabia.
—Bueno.
Ya eres la mejor amiga de la sospechosa—El viejo miró a la pelirrubia, como
confirmando lo que había dicho. Y, a modo de respuesta, la joven asintió—, y te
sabes el nombre de alguien que podría ayudarnos en el caso. ¿Cuál es su nombre?
Amber
Brust sonrió.
—Claude
Faustus.
Sí,
definitivamente atraparía a Eva Phantomhive.
.
.
.
Capítulo 3. Huracán, deseos y recuerdos pecaminosos. Parte l.
.
¿Realmente quieres? (Latido del corazón,
latido)
¿Realmente me quieres? (Necesito un
latido, latido…)
¿Realmente me quieres muerto o vivo
para torturarme por mí mismo?
.
El
viento soplaba fuertemente, tal como se esperaba de esa época de invierno en
Inglaterra. Los rostros agónicos y tristes de las personas a su alrededor le
daban un gran golpe en su corazón. Le dejaban un hueco, un hueco
realmente grande.
Con
su pequeña, débil y pálida mano, se cubrió su ojo derecho con algo de
brusquedad. Aún se veía algo morado por el golpe supuestamente
accidental que su hermana Eva le había propiciado antes de que esto
pasara.
A
sus escasos ocho años, él sentía. Sentía tristeza, odio, rabia y profunda
soledad. Ahora sí, no tenía a nadie en el mundo. A sus escasos ocho años ya no
era un niño. Dejó de serlo en el momento en que le quitaron lo más cercano a
él. Ya no lo era. Ya no quería serlo. Y menos ahora que era el heredero
universal de la fortuna Phantomhive. Ya no había lugar para ser un niño…
Buscó
alrededor a aquél ser conocido, para ver si estaba ahí.
Fue
todo tan repentino…
Y
cuán grande fue su sorpresa, porque jamás llegó. A pesar de que él se quedó
horas y horas llorando en ese lugar, ella jamás apareció, por ningún lugar.
Ningún mensaje, ninguna despedida… Ninguna lágrima de su parte.
La
odiaba, la odiaba por eso. La odiaba por su hipocresía, ya que
sabía que el cuchillo clavado en su orbe no había sido accidental. Y la odiaba
por su frialdad, por su cinismo. No ir… ¡No ir, sin ni
siquiera ayudarle!
Y
también la detestaba por su egoísmo. Por su irresponsabilidad.
Por no pensar las cosas. Ahora entendía el porqué sus padres le dejaron todo a
él, que era más… Equilibrado.
Jamás
le iba a perdonar el hecho de que no fuese al funeral.
Al
funeral de sus propios padres…
.
.
.
.
Alois
estaba acurrucado, con los ojos cerrados, sobre el pecho de su amante. Había
tenido una noche realmente fogosa y estaba más que feliz porque al fin tenía al
guapo Claude Faustus a su lado. Había esperado tanto tiempo…
Abrió
un poco los ojos al sentir el movimiento casi imperceptible del pelinegro.
Colocó su mano en su despeinado y rubio cabello, acariciándolo lentamente.
Trancy sonrió ante el gesto y, comenzando a hacer círculos con sus delicados
dedos en su pecho, habló:
—
¿Es entretenido acariciarme el cabello?
—Sí.
Bien,
tenía que admitir que eso lo sacaba de quicio: Que Faustus no fuera un gran
hablador. Ni siquiera en su clase de historia hablaba más de lo que debía. Sólo
para regañar, explicar o… Quejarse de que no pusiera atención cuando él estaba
dando su explanación. Pero él cambiaría eso, o dejaba de llamarse Alois Trancy.
Pero antes tenía que…
—Llamaré
a Ciel.
Vio
por el rabillo del ojo que Claude fruncía el ceño. ¿Estaba celoso? Si era así…
¡Oh! Se carcajearía por dentro, ¡moriría de la risa! Emitió una pequeña pero
risueña risita, para después darle un fugaz beso a su profesor. Tomó su
teléfono, que estaba encima del buró de lado izquierdo de su cama, y buscó de
entre todos sus contactos a "Amargado Phantomhive". Sólo
rogaba a Dios que tampoco le contestara de la misma manera en que él lo hizo:
Con gemidos. Porque estar al lado de Claude, desnudo, en su cama, y sentado
encima de él no le ayudaba en demasía.
Mientras,
el mayor hecho un vistazo demasiado despistado al celular de su pequeño amante.
Lo único que alcanzó a leer fue "Phantomhive". Suspiró para ocultar
el enojo y los celos que sentía al saber que Ciel y Alois se llevaban tan bien.
Porque su pequeño Trancy le había llamado la atención desde la segunda vez que
lo vio. O más bien, la primera vez que lo observó detenidamente.
Pero
después se quedó pensando.
—
¿Phantomhive? —Preguntó, en voz alta.
Alois
lo miró, mientras colocaba delicadamente el auricular en su oído.
—Sí,
Phantomhive. Ciel Phantomhive—Le habló el rubio, mientras le acariciaba el
cabello. — ¿No lo conoces? Es el niño de apenas trece años que-
—Lo
conozco—Le interrumpió el hombre, mientras movía su mano hacia el lugar donde
estaban acomodado sus lentes. Los tomó y se los colocó cuidadosamente —. Pero
su apellido lo he escuchado—Miró a Alois. Cuando vio que el chico abría la boca
para hablar, ya que sus ojos decían "¡Es el de la empresa Phantom!",
lo cortó de nuevo—: No necesariamente en los medios o por la empresa… Ese
apellido ya lo había escuchado desde mucho antes.
Alois
alzó la ceja y colgó su celular. Poco le importó si Ciel había contestado, ya
le prestaba más atención a lo que su amante decía.
—
¿En otro lugar?
—Sí.
—
¿En algún otro trabajo, quizás? Anoche dijiste que antes de maestro tenías otro
trabajo.
Claude
colocó su mano en su mentón. Aún sin cambiar su expresión de indiferencia,
lanzó un suspiro al aire. El pelirrubio se removió un poco, con algo de
curiosidad. Entonces puso los ojos como si se hubiese acordado de algo.
—
¡Eso! —Chilló Alois de pronto, causándole un susto a Claude—. Quizás conozcas a
su hermana. O 'Mantenida Phantomhive', como quieras llamarla—Comentó con
burla—. Es casi de tu misma edad, y se llama Eva.
Y
entonces el hombre de piel de porcelana lo recordó. Recordó a aquella paciente
desequilibrada que había tenido hace 5 años en el psiquiátrico. Padecía
sociopatía y por más que lo intentara, jamás lograba curarla. Al final, se dio
por vencido y cambió su profesión a maestro. Esa tipa estaba loca, realmente
loca. Si se encontraba con un asesino serial, estaba más que seguro que ella
ganaría. Siempre se había preguntado qué pasó con ella, pero ahora, gracias al
niño rubio, lo sabía. Suspiró con algo de desespero. Alois estaba…
—
¿Le hablas? —Dejó de lado su cara de indiferencia para darle paso a una voz que
denotaba algo de nerviosismo—. ¿Mantienes contacto con ella?
—Le
hablo un poco, y como es hermana mayor de Ciel… Tengo que verla de vez en
cuando, ¿no?
Alois
miraba algo espantado a su amante. Sus ojos amarillentos lo delataban.
Definitivamente la conocía. Entrecerró los ojos con suspicacia. ¿Había sido su
amante? ¿Tuvieron sexo en algún bar, hotel? "Siempre piensas en
sexo, Alois", recordó que le dijo Ciel. Meneó ligeramente la cabeza y
miró de nuevo a Claude a la cara.
—
¿De tu anterior trabajo? —Al ver que mecánicamente Faustus le asentía con la
cabeza, preguntó—: ¿A qué te dedicabas?
Claude
se quedó más estático de lo que ya estaba. ¿Seguirá aún enferma esa chica? No
lo dudaba. Pero, para empezar a poner sobre advertido a su pequeño Trancy, le
respondió con un fuerte soplido:
—Psicólogo…
.
.
.
.
Sebastián
Michaelis, mucho antes (y aún después de conocerla) de iniciar su
amistad con Eva Phantomhive, era un mujeriego. Cínico, sarcástico y arrogante.
Era un ser realmente enigmático. Tenía a todas las mujeres que quisiera y
sacaba del juego a todos sus competidores. Era alguien realmente inteligente y
audaz. Un demonio. Y ahora, cada vez que se miraba, sabía que
por él se había ablandado. Había cambiado.
Aunque
sea un poco. Y sólo con él…
FlashBack.
Sebastián
observaba detenidamente a la mujer de cabellos castaños que situaba enfrente de
él. Sus mejillas sonrojadas le daban un atractivo hermoso, casi único. Su boca
entreabierta era para darse a desear.
Llegó
a la mansión Phantomhive ya hacía tiempo, y la pregunta le sacó un poco de su
pensamiento. Estuvo a punto de responder a su propuesta, pero había un
problema: Desde ya tiempo se había dado cuenta de que Eva era una impulsiva. Se
dio cuenta cuando la conoció por primera vez, se dio cuenta cuando lo abofeteó.
Se dio cuenta muchas veces, es por eso que no lo esperaba.
— ¿Qué
dices, Sebastián? —Preguntó, al ver que el morocho se quedaba estático en el
lugar, mirando su rostro. Parecía tener todo bajo control, pero por dentro
estaba nerviosa.
—Yo…
— ¡Maldición,
Eva! —Una voz los interrumpió, y Sebastián, al mirar fijamente a la chica, se
dio cuenta de que rostro cambió a uno de molestia. De desprecio. Por primera
vez, sintió algo de tensión en el ambiente— ¡Llevo tiempo llamándote!
Y
entonces lo vio entrar a la habitación, con paso elegante, decidido y orgulloso
y metro cincuenta y dos de estatura. Sus pasos de aristócrata se escuchaban por
toda la habitación y hacían eco en sus oídos. Su cuerpo pequeño y frágil se
amoldaba perfectamente a su traje azul marino; su piel pálida, de porcelana y a
simple vista cremosa, le daba un toque perfecto a sus hermosos ojos azul
cobalto, que eran grandes, penetrantes, brillosos. El cabello largo, de un azul
marino oscuro, se meneaba al compás del viento que entraba por el ventanal de
lugar. Verdaderamente tenía presencia. Aún sin conocerlo, sabía que era… Era
perfecto. Verdaderamente único.
Se
quedó viéndolo, haciendo caso omiso a lo que charlaban entre ellos dos. Y es
que la verdad ninguno de los dos le prestaba atención. Las cejas del chico le
daban a entender que estaba enojado.
Salió
de su trance al ver que (al fin) lo observaba. Le dirigió una mirada fría,
gélida, y él se limitó a sonreír, para ocultar el pequeño escalofrío que
recorrió su espalda al ver sus orbes sobre su persona. Ni con Eva, ni con
Kristen, ni con ninguna otra mujer sintió lo que sintió en aquellos momentos.
Lo miró embobado una vez más.
— ¿Nueva
conquista, Phantomhive? —Habló el niño con su voz agraciada de frialdad pura,
mirando con molestia al pelinegro al darse cuenta de que no dejaba de mirarlo.
Eva frunció el seño y el pelinegro alzó una ceja—. De ser así, lamento decirte
que se tiene que ir. Tanaka ya preparó la cena. —Dicho esto, se retiró sin más.
Sin
despedirse.
Entonces
reinó un silencio tenso y absoluto después de su partida. Las dos personas ahí
no se movían para nada. Sebastián pensando en él y Eva mirando un punto de la
nada hacia la puerta.
¿Quién
era él?, se preguntó Sebastián. Porque era lindo. Muy lindo. Aunque se reprimía
a sí mismo al darse cuenta de los pensamientos que se atravesaban en su mente.
Es decir, era un niño. No pasaba de los 13 o 15 años, no lo conocía y a su
mente ya se habían colado imágenes algo eróticas. De nuevo se repetía que jamás
le había pasado algo así. Ni con un hombre, ni con una mujer. Ni con una niña,
ni con un niño.
Miró
a la pelicafé y vio, de nuevo, seguía mirando a la puerta con odio. Cuando al
fin logró sacar (un poco) de su mente al magnífico niño que se presentó hace
algunos segundos, Eva le habló con la voz gélida, sin emociones:
—Él
es Ciel—Su voz sonaba enojada, con odio—… En unos 2 meses cumplirá trece
años…—Se detuvo por unos momentos, como debatiéndose si decir o no lo que diría
después. Pero al parecer sí lo haría, porque continuó—: Y es el verdadero dueño
de esta mansión… Y de todas las demás que estén a nombre de los Phantomhive.
Lo
último sonó como si guardara rencor. Debía de admitir que le sorprendía el
hecho de que un niño de 12 años fuese dueño de todas esas tierras y que en él
cayera la responsabilidad que alguna vez cargó el respetable señor Vincent
Phantomhive. Cuando le iba a preguntar el porqué tan repentino cambio de humor
y cómo fue que el heredero universal fue él y no ella, Eva siguió hablando.
—Lo
odio. Lo odio con toda mi alma.
Fin
FlashBack.
Después
de terminar de recordar, aceleró un poco más. Desesperado. Necesitaba a Ciel.
Hace ya media hora que dejó a la mujer en su casa, y, con la escusa de que
tenía que ir a la casa de Grell a planear una nueva casa de hoteles, se fue de
ahí.
Luego
recordó, de igual manera… De qué forma le dio el sí a Eva.
FlashBack
Le
había pedido tiempo a Eva para pensar (y razonar MUY seriamente) su respuesta.
El problema aquí, era que no podía sacarse de su mente al pequeño de 12 años
(que posteriormente cumpliría 13). ¡Oh, cosas de la vida! Cuando el chico
cumpliera 13 años, al fin podía tener sexo con él (y he aquí otro
momento en que Sebastián se abofeteaba mentalmente por juntar en una misma
oración 13 años y sexo). Gran, gran, gran diferencia. De doce a trece. Al
menos lo de pederasta no será algo tan duro, tendrá trece, pensó para sí mismo
Sebastián con un gran sarcasmo.
Recordaba
todo de él, TODO: Su voz, sus ojos, su cabello, su piel… Su cuerpo.
Después
de sacarle varias vueltas al asunto, mostró su verdadera sonrisa. La retorcida,
la perversa.
Se
había dado cuenta una semana antes de que el niño jamás le quitaba la vista de
encima. Lo miraba cada que iba. Y eso le gustaba. El pequeño en definitiva era
perfecto. Definitivamente único.
Sacó
de su bolsillo del pantalón su celular recién comprado. Marco el número de Eva
con parsimonia y espero a que contestara. Cuando escuchó un '¿Hola?' del otro
lado de la línea, se aclaró la garganta.
No
importaba como fuese. Ya tomó la decisión. Si quería hacer suyo a Ciel
Phantomhive, la única manera era…
—Eva—Habló
con su voz grave segundos después de que la susodicha contestara. Sin dejarla
siquiera responder, le dijo—: acepto ser tu novio.
Fin
FlashBack
.
.
.
.
Dime, ¿matarías para salvar una vida?
Dime, ¿matarías para probar que estás
en lo cierto?
Estréllate, estréllate, quema, deja que
todo arda.
Este huracán nos persigue a todos bajo
tierra.
—Padre…
Quiero confesarme.
—Claro,
hija. No importan tus pecados, Dios te los perdonará.
Después
de que Sebastián la dejara en la mansión, Eva, sin decirle nada a Tanaka, salió
volando del lugar. Necesitaba descargarse. Estaba tan furiosa porque se dio
cuenta de que el pelinegro jamás le hizo caso en toda la comida. Si lo hacía,
tenía cara de aburrido, como si no quisiera estar con ella. Le enfureció en
demasía. Necesitaba saciar su impulso en alguien más.
Y,
después de tanto andar rondando por ahí, entró en St. Bartholomew the
Great, el lugar en donde fue bautizada y sus padres visitaban
constantemente hace ya tiempo.
Tenía
decidido confesarse. Sí, confesarse.
—He
pecado muy feo, padre—Habló, mirando a través de la ventana de madera que lo
separaba del viejo que tenía enfrente suyo. —. Hice muchas cosas, malas, muy
malas.
—Cuéntale,
hija—Seguía hablando el cura, con voz dulce. Eva sonrió—. Nada es grave ante
Dios.
—Está
bien.
La
pelicafé tomo un suspiro y sus ojos se volvieron fríos, gélidos. Como un
depredador que ya encontró a su presa. Lo tenía, lo tenía, ¡Lo tenía!
—Yo
causé el incendio en donde mis padres murieron. El tenedor que le clavé a mi
hermano menor en el ojo derecho tiempo atrás, no fue accidental—Declaró.
Agudizó
sus oídos al escuchar el sonido de susto que emitió el viejo. Le había hablado
con tanta naturalidad, que sabía que su terror iba aumentando. Dio un saltito
para acercarse más al ventanal de madera que los separaba y soltó un bufido,
como si estuviera aburrida. Comenzó a reírse all ver a través de los espacios
de la ventana la cara de pánico del hombre. Sus ojos parecían salirse de sus orbitas.
—También—Continuó,
mientras metía su mano al interior de su fino suéter beige—… Maté a una chica,
Kristen McCalllis, y dejé su cuerpo tirado en un terreno baldío. —Suspiró—. Más
de docena de veces intenté matar al escuincle que tengo como hermano al
enterarme de que el heredero universal es él. Me he prostituido también. He
robado la vida de unas cuantas personillas y de un psicólogo del hospital en el
que estaba antes. No pude matar al señor Claude porque era sumamente atractivo,
pero no cayó en mis encantos. De hecho, tenía pensado matarlo
también—Prosiguió, mirándose las uñas con desgano al escuchar la respiración
frenética del viejo—, ya que no respondía a mis insinuaciones. Pero me llegó la
oportunidad de escapar, así que… Bueno, ¿qué se me va a hacer? Mis padres
tuvieron la culpa, es por eso que los maté.
Escuchó
un chillido angustiado del señor que se encontraba vestido de negro con la
biblia en sus manos. Sacó el gran cuchillo que sostenía en su mano y, sacándolo
de su suéter, lo encajó en la ventana de madera, que enseguida emitió un sonido
al ser penetrado por tan filosa arma. Con desesperación lo fue haciendo
pedazos, y, cuando ya no había nada entre ellos, lo miró con furia. El señor,
ya pasado de los sesenta y cinco años, la miraba con pánico. No podía moverse
del miedo, y sus labios y manos arrugadas temblaban. Ella sonrió con malicia.
—Oh,
casi lo olvidaba—Puso el dorso de su mano en su frente, con fingida sorpresa—,
recientemente cometí otro gran pecado, padre… Espero y éste también Dios me lo
pueda perdonar—Se burló.
El
viejo muy apenas y podía hablar. Con sus pies, tomó impulso para ponerse de pie
y tomar un candelabro. Sin quererlo, la golpeó en la cabeza. Se escuchó un
sonido seco y Eva tenía la cabeza ladeada. Con enojo, se llevó la mano al lugar
en donde le había propinado el golpe.
Al
ver la mirada que le dirigía, el cura salió corriendo de ahí lo más rápido que
pudo. No quería mirar atrás ni ver la mirada de esa joven. Se escondió detrás
de una banca, en un cuarto oscuro, no sin antes cerrar la puerta lo más
silencioso posible.
Mientras,
Eva miraba la sangre que estaba en sus manos. Sonrió con malicia.
—
¿Sabe cuál es mi otro pecado, padre? —Rugió, mientras lo buscaba con la mirada.
Pero no era estúpida, sabía dónde estaba a la perfección. Colocó la mano en
donde tenía el cuchillo a la altura de sus ojos, lista para atacar. Con una
gran fuerza, abrió la puerta de un golpe. Lanzó una carcajada que sonó como eco
en los oídos del espantado anciano.
Buscó
con la mirada y lo vio. Lo vio por la sobra que se proyectaba gracias a la luz
que entraba al abrir la puerta. Con paso lento y sigiloso, se dirigió a él.
—Bueno,
padre…—Susurró. El aludido saltó del susto y se volteó a verla. Sus ojos
denotaban terror—El pecado más grave es… Haber matado a un cura en la
iglesia—Dijo con voz inocente.
El
tipo no hizo más que gritar y Eva le enterró fuertemente el cuchillo en el
pecho. Después lo sacó y lo clavó en su cuello, en su pierna, en su brazo, en
su ojo… En toda parte donde pudiera.
—
¡Tú eres Ciel, tú eres Ciel! —Comenzó a gritar como loca, mientras sacaba y
enterraba el cuchillo en el cuerpo ya inerte y ensangrentado de su víctima—
¡Jamás me quitarás a Sebastián! ¡Morirás antes de que eso pase! ¡Y toda la
maldita fortuna que debió pertenecerme ya no será tuya! ¡El dinero ya no sirve
para alguien muerto!
Después
de terminar su discurso, comenzó a reírse. Se cubrió la cara con su mano
delgada, ensangrentada. Se sentía tan feliz, tan completa. Miró de nuevo el
cuerpo del cura y, como si alguien le hubiese abofeteado en esos momentos, su
rostro cambió drásticamente.
—
¡Definitivamente morirás, Ciel Phantomhive!
.
.
.
.
—Bueno,
no todos los días puedo verte así: Con una toalla en la cintura y con pequeñas
gotas cayendo por todo tu pequeño e infantil cuerpo.
Ciel
se sobresaltó al escuchar la voz cargada llena de deseo de Sebastián. ¿Cuándo…?
—
¿Cuándo llegaste? —Preguntó, mientras se ponía de pie (estaba recostado en la
cama), poniendo los brazos en jarras.
—Hace
unos 5 minutos, Ciel mío. Pero me dediqué a observar tu preciosos cuerpo—Ciel
se sonrojó, mientras Sebastián esbozaba una sonrisa lasciva—. Ya sabes, eso de
estrujarte se me da muy bien.
—Imbécil.
El
pelinegro lanzó una risita y, asegurándose de que la puerta estuviese bien
cerrada, se acercó al niño. Posó una de sus largas manos en su nalga izquierda,
y con la otra comenzó a acariciarle su cabello lacio, aún mojado. Ciel no pudo
evitar sonrojarse ante el tacto del pelinegro. Lo miró a los ojos. Esos ojos
rojos que desde la primera vez lo cautivaron. Bajó su vista a sus labios y,
alzando delicadamente su pequeña mano, la posó detrás de su cabeza. Se acercó
lentamente a esos labios demoniacos que lo llamaban a gritos, y los besó.
Sebastián,
atento a cada movimiento del chico, le quitó la toalla con algo de
delicadeza (y decía algo porque ya quería hacerlo suyo de nuevo. Y,
aquí el momento en donde, por tercera vez, se abofeteaba: ¡Calma, Michaelis!),
y escuchó el gruñido del niño al sentir el frío del ambiente.
Y
finalmente unieron sus labios en un beso fogoso, apasionado. Se necesitaban.
Ciel,
completamente desnudo, dio un pequeño brinco haciendo que Sebastián tomara sus
delgadas piernas y las enrollara en su cintura. Mordió su labio inferior con
lujuria, haciendo que el peliazul gimiera. Aprovechando la situación, metió su
lengua en su cavidad. La danza del infierno había empezado.
Se
dio la vuelta y se dejó caer sobre la cómoda ama del lugar. El beso se
intensificaba cada vez, y Ciel sentía que necesitaba más. Sebastián necesitaba
mucho, mucho más. Se separó de sus lavios y comenzó a besar su mejilla. Después
la lamió, haciendo que Ciel se alejara un poco.
—Me
tras más que loco, ¿lo sabías?
Phantomhive
bufó. Lo miró a los ojos y después sonrió al sentir al exorbitante miembro de
Sebastián justo enfrente del suyo. No pudo evitar reírse un poco.
—Sí,
ya me estoy dando cuenta.
Sebastián
lo miró con malicia. Comenzó a bajar hasta el níveo cuello de su niño y
depositó besos húmedos en el camino. Lamió cada centímetro de él y lo
mordisqueó, de nuevo, sin piedad.
—Si
dejas una maldita marca más, te juro que te castro.
Michaelis
sonrió y lo apretó más contra sí. Era tan suave, y escuchaba como Ciel
suspiraba al sentir el placer recorrerlo y cómo su pequeño miembro comenzaba a
despertar.
Acortó
de nuevo los centímetros que lo separaban y lo besó apasionadamente. Sus
lenguas hacían una danza y competían, pero al parecer ninguno de los dos
saldría perdedor. Sebastián pensaba, gustosos, que la boca de Ciel sobre la
suya era como el cielo mismo. Mordió su labio inferior y el peliazul gimió ante
el gesto.
Sebastián
lo tomó de las nalgas y lo estrujó de nuevo contra sí.
—Tu
piel es tan suave—Murmuró, ronco—Fascinante.
Lo
alejó un poco y se quitó su chaleco y su camisa casi desesperado. Quería
sentirlo más, tocarlo más. Siguió besando todo su cuerpo hasta que llegó a sus
tetillas. Aquellos botones que siempre habían llamado su completa atención.
Comenzó a lamer la piel alrededor de ellos con desesperación.
—S-sebastián…—Gimió
Ciel. Se mordió los labios y comenzó a desabrochar el pantalón del pelinegro,
mientras acariciaba sus pectorales y de vez en cuando besaba su cuello. Sentía
su piel tensarse bajo su tacto. Arqueó la espalda cuando, repentinamente, el
pelinegro mordió su pezón erecto. Con una mano masturbaba su pequeño miembro y
con la otra le acariciaba la espalda. Sintió un placer infinito al sentir la
lengua de Sebastián. Situó, entonces, sus pequeñas manos en su cabello.
Y
su excitación y felicidad se vio interrumpida por una llamada.
—Contesta.
—Bramó molesto Sebastián.
—No
es el mío…—Ciel se estaba estremeciendo mientras seguía besando el cuello de
Sebastián. Y éste, aún sin separarse de Ciel y seguía acariciando su miembro,
se movió un poco para tomar su celular. Lo miró con cansancio y, al darse
cuenta de quién era, puso los ojos en blanco.
Alzó
el rostro del infante y lo besó con fiereza. Después se dirigió a su lóblo y lo
mordió con deseo.
Siempre
en el momento inoportuno…
—
¿Diga? —Preguntó, molesto, justo después de darle clic al botón del celular.
— ¿Dónde
estás, Sebastián?
Ciel
escuchó todo desde donde estaba. Gruñó de nuevo al ver la cara de enfado de
Sebastián. Sin detenerse, comenzó a esparcir besos por todo el cuerpo del
mayor, y éste seguía acariciándolo.
Adrenalina
ante todo.
Porque
ellos eran ignorantes al animal que Eva guardaba en su interior...
.
.
.
Capítulo 4. Huracán, deseos y recuerdos pecaminosos. Parte ll.
.
No importa cuántas muertes muera, nunca
olvidaré.
No importa cuántas mentiras viva, nunca
me arrepentiré.
.
.
—Buenas
tardes.
—Buenas
tardes—Respondió Amber, al mismo tiempo en que le mostraba a la joven su
credencial policiaca—. Necesito información sobre alguien.
La
chica, que estaba sentada en su escritorio, la miró con algo de duda. Suspiró
con cansancio y, lista para repetir la misma rutina de siempre, habló:
—¿A
quién busca?
—Claude
Faustus, por favor.
.
.
.
.
[1]
—Creí
haberte dicho que estoy en casa de Grell.
—Sí,
lo sé, pero…
Sebastián
mordisqueó el cuello de Ciel mientras escuchaba a Eva hablar del otro lado de
la línea. El ojiazul, algo molesto, trató de moverlo con todas sus fuerzas, mas
no lo consiguió. Michaelis al darse cuenta de ello, se acomodó por sí solo,
acostándose en la cama, con el brazo doblado y aún el celular en su oído.
—Sí,
una nueva cadena de hoteles.
Ciel
se sentó a horcajadas de él y dirigió sus labios al níveo cuello de su amante.
Al parecer no le molestaba en lo absoluto estar hablando con su hermana y
teniendo preliminares con él. Si no le importó antes,
¿qué le va a importar ahora?, pensó Ciel. Mordió, lamió y pellizcó toda la
piel expuesta a él. Alzó un poco los ojos y observó como Sebastián luchaba para
no lanzar un gemido. Sonrió con malicia.
—Ya…—Dijo
Michaelis. Ciel sabía que, más que dirigirse a su hermana para que colgara, se
lo decía a él. Lo sabía a la perfección.
Siguió
repartiendo besos al mismo tiempo que escuchaba a su molesta hermana gritarle a
Sebastián. ¿No habían comido juntos? Ciel no pudo evitar poner los ojos en
blanco al pensar en esa pregunta. Definitivamente molestaba.
Al
llegar a las tetillas de Sebastián, alzó de nuevo los ojos. El ojicarmín le
observaba con furia y con deseo perfectamente combinados. Le decían "No
lo hagas… O no me hagas gemir". Las mordió con algo de fiereza, como
haciéndole saber al mayor lo que él sentía cuando hacía eso. Sebastián jadeó
inconscientemente, sin tomar en cuenta a Eva al otro lado de la línea.
— ¿Sebastián?
¿Qué te pasa?
—N-nada…—Le
respondió, ronco. El niño de cabello azul cobalto lanzó una risilla, sin
importarle si lo escuchaban.
Cerró
los ojos con fuerza al sentir la pequeña y traviesa lengua de Ciel recorrer
todo su pecho. Mierda, mierda, mierda. Se estaba aprovechando el
muy pillo. Se mordió los labios al sentir las pequeñas manos de Ciel acariciar
su miembro por encima del pantalón.
— ¿Seguro?
¿En serio estás con Grell?
—Sí,
Eva. Estoy con…—Pero no pudo continuar. No supo ni cómo ni cuándo, pero Ciel ya
se había deshecho de sus molestos pantalones negros. Ahora se dedicaba a morder
por encima de sus bóxers blancos su ya MUY erecto miembro.
Tenía unas tremendas ganas de gemir (Cuarta bofetada mental: ¿Desde
cuándo era que gemía? Ah, sí: con Ciel. Bofetada doble), y más cuando Ciel
susurró un "Imbécil" y se lamía lentamente sus carnosos labios,
dándole a Sebastián una imagen muy sugestiva.
Y
cuando pensó que Ciel le bajaría los bóxers y le haría lo que le gustaba, fue
todo lo contrario. Bueno, sólo le bajó los bóxers. Se dirigió a sus labios y
los besó con fiereza. Sebastián respondió gustoso al beso, metiendo su lengua
en su cavidad.
—¿Sebastián?
¿Me estás escuchando? —Seguía insistiendo Eva.
Ciel
frunció el ceño y le arrebató el celular a Sebastián. Se alejó un poco y lo
miró con furia, para después colgar y lanzarlo al otro extremo de la
habitación, causando un sonido que le daba a entender al pelinegro que el
aparato se había roto… Otra vez (Y he aquí donde, de nuevo, se
abofeteaba mentalmente: Jamás hablar por teléfono mientras tienes sexo con un
niño de 13 años, y más si ese niño es Ciel. Aunque… ¿Con qué otro niño de 13
años tendría sexo? Ah, sí: otra bofetada mental).
—N-no
debiste…
—Poco
me importa—Le cortó, cabreado. Lo volvió a besar con fiereza y pasión. Y, justo
ahí, justo en ese momento, en el que Sebastián sintió la cálida lengua del niño
rozar con la suya, se dio cuenta de algo: Ciel le estaba dominando. Le estaba
dominando completamente.
Algo
indignado ante esto, en un rápido movimiento se puso de pie y se dejó caer en
la cama, con el ligero cuerpo del Phantomhive debajo de él. Sonrió torcidamente
entre el beso al escuchar el gruñido del ojiazul ante tal movimiento. Ahora,
era él el que mandaba. Ahora, era él el que
bajaba por su cuello y mordía, lamía y pellizcaba todo a su paso. Ahora
era él el que acariciaba y mordía sus tetillas una y otra vez.
Ahora era él el que tomó su miembro entre sus manos y comenzó
a masturbarlo. Aunque con una pequeña diferencia: él sí terminaría su trabajo.
No pudo evitar el no reír mientras lo pensaba.
Ahora
era Ciel el que gemía sin control y arqueaba su espalda, al
sentir las caricias que el mayor le proporcionaba. Y gimió más
descontroladamente al sentir su miembro en la boca del ojicarmín. Lanzó un
gritillo debido a la sorpresa, y echó su cabeza hacia atrás, agarrando
fuertemente las sábanas celestes de una cama ya anárquica. Sebastián lamía frenéticamente
su miembro, como si de una paleta se tratase.
—M-maldi…
¡Ah! —Gimió fuertemente al sentir la larga mano de Sebastián estrujar sus
testículos. Y él que estaba feliz de que por primera vez había dominado a
Sebastián.
El
ojinegro sonrió y, separando más las piernas del niño, colocó la mano restante
en un lado de las caderas del peliazul y lo lamió completamente, hasta adentro.
Phantomhive sintió un gran escalofrío en toda su columna vertebral y suspiro
fuertemente, como si le faltara el aire. Su respiración se volvía frenética y,
con cada lengüetazo que Sebastián le proporcionaba a su miembro, sentía que
moriría.
La
lengua experta de Michaelis lamió toda la extensión del pene del más joven, con
parsimonia. Como si le encantara hacerlo. Con suma delicadeza, estrujó por
última vez los testículos del niño y alejó su mano, para después abrir los ojos
y respirar sobre la piel de éste. Le miró. La imagen era sumamente erótica: Un
Ciel sonrojado, con los párpados fuertemente cerrados, la boca entreabierta y
lanzando gemidos de placer. Ah, y con su típico entrecejo fruncido. Sonrió con
malicia.
—A-ah…
Sebastián
estiró su largo brazo y lo colocó enfrente de la boca de Ciel. Éste entendió el
mensaje enseguida. Abrió su pequeña boquita y Sebastián metió sus dedos. El
pequeño comenzó a lamerlos como si del miembro de Sebastián se tratara, y a
Michaelis le entró un aire de excitación mayor. En serio, se correría ahí mismo
con esa sola imagen. Gimió al sentir los perfectos dientes de Ciel morder
delicadamente su dedo, aumentándole el placer. Al doble. Al triple. Al
cuádruple.
¿Dónde
estaba su celular? ¿Para qué le llamaba Eva? Él tenía la respuesta: A la mierda
todo.
Se
volvió al miembro del pequeño y lo metió de nuevo en su boca. Ciel alzó sus
caderas, permitiéndole a Sebastián devorar más de ese trozo de carne que tanto
le gustaba.
—S-Sebastián…
M-me… ¡A-Ah! —Gritó Ciel, llegando al orgasmo. Los dedos de Sebastián aún
seguían en su boca, pero él pudo ver a la perfección el rostro de satisfacción
de éste y cómo el semen le escurría por su fina boca. Michaelis lo miró con
lujuria, y lamió sus labios. Siguió lamiendo un poco más el miembro del niño,
mientras movía los dedos que estaban en la boca de éste, formando de círculos.
Al escuchar el suspiro del ojiazul, se alejó.
Abrió
más sus piernas y, sin sacar sus dedos de la boca de Ciel, se acercó a su
rostro. Le mordió las mejillas, le lamió su mentón, y le acariciaba el cabello
con su mano libre. El ojiazul sentía que moriría ahí mismo. Había conocido el
infierno y el cielo con ese hombre.
En
verdad le gustaba. Le fascinaba. Lo amab…
—¡S-Sebastián!
El
aludido se abrió paso al hoyito anal de Ciel con su mano. Y, éste, después de
lanzar un gritillo, tomó la muñeca del mayor para que no alejara su mano de su
boca. Comenzó a lamerlo más al sentir cómo Michaelis hacía formas de círculos y
separaba sus dedos dentro de él. Jamás pensó que fuera tan placentero.
Sebastián alejó su mano de su boca y sonrió en demasía al escuchar el gruñido
del ojiazul. Lo besó con fiereza, con necesidad, con lujuria, con pasión… Con
amor.
Sacó
sus largos dedos, para después meterlos de nuevo, pero ahora fingiendo que le
daba embestidas, aumentando la velocidad poco a poco. Escuchar los constantes
gemidos de Ciel era como una locura para él. Era música, arte. La espalda del
más joven comenzó a retorcerse de placer y le dio a entender que estaba listo.
Con una velocidad digna de un demonio, sacó sus dedos y lo colocó encima de él,
haciendo que Ciel enrollara sus finas y níveas piernas alrededor de su cintura.
No paraba de respirar frenéticamente y él ya quería sentir la cavidad del niño
encerrando su miembro. Quería enterrarse en lo más recóndito de su ser.
—Ahora,
Bocchan…—Susurró Sebastián, con malicia.
Ciel
le dedicó una mirada furiosa, como si quisiera matarlo con la mirada.
—No
soy tu Bocchan, imbécil—La voz del peliazul sonaba entrecortada y
agitada, débil, como un murmullo entre un montón de gente parloteando.
Michaelis
sonrió con malicia y colocó su miembro en la pequeña y rosada entrada del niño.
Éste lo miró, con deseo y con furia, casi pidiéndole a gritos que lo hiciera
suyo ya. El pelinegro contorneó con su lengua los pequeños e hinchados labios
de su amante, para después besarlo con salvajismo. El ojiazul enrolló sus
delicados y delgados brazos alrededor del sudoroso cuello de Sebastián, para
enterrar sus dedos en su cabello sedoso. Correspondió al beso como si no
hubiese mañana, como si no se volvieran a ver. Sus lenguas jugaban una danza
infernal en la que ninguno de los dos quería salir.
Y,
entonces, Sebastián lo penetró de una sola estocada.
—¡A-Ah!
—Gimió el niño, separándose de los carnosos labios del mayor. Éste bajó sus
labios a su cuello, lamiéndolo.
Lo
había penetrado tan de pronto y tan fuerte, que Ciel sintió una pequeña punzada
de dolor. Sebastián, al darse cuenta de que se dejó llevar por su lujuria y
deseos carnales, se quedó quito un poco. Pero cuando Ciel bajó uno de sus
pálidos brazos a su trasero, entendió que debía continuar.
—Hoy…
Realmente…—Balbuceaba Sebastián, comenzando a moverse un poco—…Andas muy
lujurioso, Ciel.
Ciel
sonrió un poco y alzó las caderas, indicándole a Sebastián de que avanzara más.
Éste no dudó en hacerlo. De una sola estocada, volvió a penetrarlo con fiereza.
Las embestidas aumentaban de fuerza a una velocidad sorprendente.
—S-Sebas…—Ciel
echó su cabeza hacia atrás y sentía el calor recorrer su cuerpo. ¡Oh, pero qué
bien se sentía! Sentir dentro a Sebastián era realmente placentero, y
demasiado.
Las
embestidas fueron subiendo de tono y el húmedo sonido de sus cuerpos chocar era
realmente estimulante para ambos. Sebastián besaba y mordía el lóbulo del niño
mientras respiraba agitadamente en su oído, dándole a Ciel unas tremendas ganas
de gritar más.
—¡Oh,
S-Sebastián! —Chilló Ciel al sentir el miembro del mayor enterrándose en lo más
profundo de su ser. Definitivamente le estaba gustando.
Los
rechinidos del cómodo colchón no se hicieron esperar. Con sus ojos y
pensamientos nublados de puro placer y éxtasis, el ojiazul se dio cuenta de que
en verdad Sebastián le estaba dando con todo. No con cualquier movimiento se
podría lograr que un colchón como en el que estaban produjera esos sonidos.
De
pronto, Ciel lanzó un gritillo de dolor. Eso llegó a los oídos del mayor, que
dejó de lado el oído del niño para mirarlo a la cara: Sus párpados estaban
cerrados fuertemente. Frunció el ceño, para luego ir bajando la intensidad de…
—Ni
se te ocurra detenerte, idiota—Habló Ciel, respirando agitadamente. Lo tomó de
los cabellos bruscamente, como si de un perro se tratara—. Quiero que cumplas
lo que dijiste. Ahora si quiero ser tu Bocchan.
Sebastián
abrió sus orbes carmesíes. El niño… Su niño… ¿Había escuchado bien?
—Hazme
tuyo como si no hubiera mañana. ¡Es una orden, Sebastián! —Le dijo, alzando la
voz, para después acercar su inocente rostro al oído del mayor—. Un mayordomo
tiene que cumplirlo al pie de la letra.
Michaelis,
saliendo de su trance, no pudo evitar reírse. Incorporándose un poco, quedó
frente a frente con Phantomhive. Las mejillas sonrosadas del niño lo tenían
cautivado, y sus ojos nublados por la lujuria lo único que conseguían era
incitarlo mucho más. Con su típica sonrisa amable, lo embistió más fuerte, más
profundo, más certero, más salvaje. Y, al observar que Ciel cerraba los ojos
debido al placer, susurró:
—Yes,
my lord.
Sebastián
comenzó a embestirlo una, otra, y otra vez. Justo como el ojiazul dijo: Como si
no hubiese mañana. Y le vino a la mente Kristen, Eva, Grell, el asesinato… Eva
como sospechosa. Y, con el miedo que jamás creyó sentir, abrazó fuertemente a
Ciel. No sabía qué haría si le pasaba algo a ese niño. A su niño, al niño que
había cambiado.
Y
entonces, se dio cuenta de que no era sólo deseo. Había otro sentimiento. Sí,
ese sentimiento que no sintió con nadie. Ese sentimiento que de demonio te hace
pasar a un ángel. Pero cuando el receptor de tal sentimiento está en peligro,
vuelves a tu linaje natural. Así se sentía.
—¡S-Sebastián!
Lo
amaba tanto…
.
.
.
.
—
¿Sí?
—
¿Usted es el señor Faustus?
—…
Sí.
—Oh,
bueno—Amber sonrió de oreja a oreja—. Yo soy Amber Brust—Habló, extendiéndole
la mano.
Claude
Faustus miró dudoso la delicada y aperlada mano de la joven. Alzó finamente una
de sus cejas, para después acomodarse sus lentes rectangulares con clase. Lanzó
un suspiro. No tenía de otra.
—Un
gusto, joven Brust—Le respondió, con su voz grave, dándole la mano. No sabía
quién era pero la cortesía es lo primero, ante todo. —Pase. —Indicó.
La
mujer entró con paso decidido, lentamente. Miró la sala, después al
doctor-maestro. Lo miró con sus ojos acaramelados iluminados fuertemente, con
ilusión. Tenía que admitir que era guapo, realmente guapo. Y su cabello era tan
lacio que le daban unas tremendas ganas de…
—
¿Claude? ¿Quién es?
Justo
cuando Claude iba a responder, escuchó un chillido de susto de parte de su
visita, justo en el momento en el que Alois apareció del cuarto con una bata
amarilla encima de su cuerpo. Miró a Amber, y se dio cuenta de que miraba muy
sorprendido a Alois. Después observó a Alois. Éste estaba igual o peor que
Amber. Se creó un silencio algo incómodo, pero Faustus estaba peleando
fuertemente para no burlarse ante la cara de su amado Alois y de la joven.
Parpadeó
confuso. Y el silencio se vio interrumpido por el sonido.
—
¿¡QUÉ MIERDA HACES AQUÍ! —Gritaron al unísono.
Lo
único que hizo Claude, fue infartarse por el volumen del grito.
.
.
.
.
¿Cuántas heridas nos hemos hecho desde
que nos conocimos? ¿Cuánto nos hemos soportado?
Quise que me dijeras cuando sufrías, más que nadie La verdad se desvaneció en tus ojos, sin emoción y en silencio
¿Qué es lo que pensabas? No necesito una razón, sólo devuélveme lo que es mío.
Quise que me dijeras cuando sufrías, más que nadie La verdad se desvaneció en tus ojos, sin emoción y en silencio
¿Qué es lo que pensabas? No necesito una razón, sólo devuélveme lo que es mío.
.
Eva
miraba furiosamente al celular que tenía en su mano. Lo apretaba con tanta
fuerza que incluso parecía que lo rompería.
Iba
caminando por una de las calles más concurridas de Londres, con la ropa algo
mojada debido a que no había llevado repuesto para la ocasión. Su mal humor
había disminuido, pero ahora que terminó la llamada con Sebastián, aumentó más.
¿Cómo
se atrevía a colgarle? Ni siquiera le estaba prestando atención y, lo peor de
todo, ella sabía que no estaba con Grell.
Sí,
ya los descubrió.
Esa
maldita risita maligna que se escuchó en la llamada…
—Te
odio, Ciel…
.
.
.
.
[2]
—¡O-Oh,
S-Sebastián!
Ciel
llegó al segundo orgasmo, corriéndose y derramando su semen en su abdomen y en
el del mayor. Éste siguió embistiendo un poco más, para después morder el
cuello del ojiazul y jadear.
—C-Ciel,
ah…—Y tocó el cielo otra vez.
Dios,
será difícil dejarlo afónico,
pensó Sebastián, tomando en cuenta de que lo había hecho gritar una y un millón
de veces y su voz seguía igual: endemoniadamente sexy.
—A-Ah…—Jadeaba
el niño, con un leve dolor en su espalda. Bueno, bueno. Lo han hecho dos veces,
no quería ni imaginar cuántas faltaban.
Se
removió un poco, aún con el gran miembro del pelinegro dentro de él. A ninguno
de los dos parecía molestarle en lo absoluto. El ojicarmín de vez en cuando
lamía su pecho sudoroso, con una lentitud que hacia llevar a Ciel a la locura.
De pronto, se sintió pegajoso. Incómodo.
Sebastián,
al darse cuenta de la incomodidad del niño, salió de él con algo de lentitud,
como si no quisiera hacerlo, para después besarle tiernamente la mejilla.
—¿Pasa
algo? —Preguntó, burlón.
—Necesito
un baño.
Y
Sebastián sonrió maléficamente. Y Ciel… Bueno, él sólo se espantó y se fue
corriendo… Literalmente hablando.
.
.
.
.
—
¡Yo pregunté primero!
—
¡Mierda, no! ¡YO PREGUNTÉ PRIMERO!
A
Claude sólo le faltaban las palomitas y su refresco para que pareciera que
estaba en una película. Debía admitir que estaba algo sorprendido. La voz
chillona de ambos le llegaba hasta lo más recóndito de su oído. Incluso sentía
la sangre correr por ellos. Exagerado, pensó.
Después
se dio cuenta de que Amber miraba a Alois de una manera algo más que espantada.
Se le quedaba viendo a su atuendo y a la pequeña mordida que
traía en el cuello. Se mordió los labios. Mierda, tenía razón… Está del
tamaño de Júpiter, se regañó mentalmente.
La
hermosa chica abrió su boca, formando una perfecta 'O'. Justo cuando iba a
hablar, el grito de Alois inundó la habitación.
—¡El
perro de Faustus lo hizo! —Su voz denotaba nerviosismo. Claude alzó su ceja
algo ofendido y Amber carcajeó. —… N-no…
—No
te preocupes, no vine para eso—Dijo, apuntándolos con ambos dedos, y con algo
de burla en su voz. Sin contar que estaba sonrojada al darse cuenta de su tipo de
relación—. Vine para hablar con usted, señor Faustus.
Ahora
miraba a Claude. Éste en un rápido movimiento se colocó detrás de Alois y,
mirando a la chica, acomodó un poco su camiseta y habló:
—¿Cómo
sabe de mí?
—Usted
fue el que estuvo a cargo de Eva Phantomhive en el hospital psiquiátrico, ¿no?
—Ante esto, tanto Claude como Alois abrieron sus ojos de la sorpresa. Amber
suspiró—. Soy una agente encubierta, encargada del caso de la familia Phantomhive
y de la joven Kristen McCallis. Me estoy haciendo pasar por la mejor amiga de
la joven Phantomhive para así sacar información y atraparla. Nos estamos
acercando más y sólo necesitamos la ayuda de usted y de una que otra personilla
más. Así que, por favor…
—¿Ciel
sabe esto? —Preguntó Alois, con su mirada sombría, interrumpiéndola.
Claude
le había dicho todo de un solo golpe. Fue tan repentino que aún no se podía
creer el hecho de que conociera a Faustus. El mundo era tan pequeño… Y ahora
con Amber… Lo era aún más, sin duda.
—No.
Bueno,
él se encargaría de abrirle más los ojos a su mejor amigo. Él jamás permitiría
que su único amigo de verdad muriera. Porque se prometieron estar juntos ante
las adversidades, se prometieron estar juntos siempre, hasta la eternidad. De
jóvenes, de adultos, de viejos. Porque Ciel Phantomhive le enseñó la palabra
lealtad. Le enseñó a ser más confiado de sí mismo. Le enseñó a ser lo que ahora
era.
Si
antes intentó hacerle daño, esa era una estupidez. Por los dioses, juraría y
pactaría con un demonio con tal de defender a su amigo.
Cueste
lo que cueste, él estaría ahí.
.
.
.
.
[3]
—¡S-Sebastián!
El
chillido de Ciel se escuchó por toda la habitación. Oh, dios. El mayor lo había
seguido al baño aunque el peliazul hubiese corrido para esconderse. Aún cuando
él se metió a la bañera con agua fría para que él no entrara, entró. Entró
desnudo, sin ningún pudor. Y él se sonrojó otra vez.
Ciel
abrió un poco los ojos.
Sebastián
jugaba con su masculinidad con tremenda malicia, disfrutándolo. De vez en
cuando lo miraba para poder ver su rostro sonrojado, excitado y derrotado. Oh,
mierda, mierda, mierda.
—¡M-maldito!
—Gritó Ciel al sentir la gran mano de Michaelis apretar fuertemente su miembro.
—Hace
unos minutos atrás no decías lo mismo, Ciel mío. Me has ordenado que cumpla con
lo que dije, y, como puedes escucharte tú mismo, te darás cuenta de que
duraremos aquí unos cuantos días. —Sonrió con malicia.
Se
alejó de su miembro y, con todo el cuerpo empapado, lo volteó.
—Apóyate
en la bañera si no crees que aguantes—Le susurró al oído, causándole un
escalofrío al ojiazul, que lo único que hizo fue alzar su pequeño trasero y
restregarlo contra la fuerte erección de Sebastián.
Mierda,
mierda, mierda. El mayor amaba verlo contradecirse a sí mismo. Escuchó la
risita malvada de Sebastián para luego penetrarlo fuertemente, sin
contratiempos.
—¡A-Aaaah!
—Bueno, sí le gustó. Su grito se prolongó más de lo normal.
Las
embestidas no comenzaron lentas. Fueron frenéticas, salvajes. Y Ciel no para de
gemir.
—No
gimes—Le dijo Sebastián, recargando su torso en la espalda arqueada del chico,
lamiéndole el lóbulo y masturbándole su miembro—. Estás gritando. ¿Acaso
quieres que esto acabe rápido, pequeño Ciel? En ese caso…
Drásticamente
cambió las embestidas salvajes por unas débiles, lentas. Escuchó entonces el
gemido de Ciel. Ese frustrado, desilusionado.
—Entonces…—Susurró
Sebastián, moviéndose un poco.
—¡E-Entonces
nada! —Rugió Ciel, moviéndose hacia tras, profundizando la penetración.
Michaelis
abrió sus ojos por la sorpresa. Vaya, vaya…
Parece
que ya no era el único pervertido en la relación.
.
.
.
.
—La
sociopatía, señorita Brust, es una enfermedad meramente psicológica. No se
hereda, ni es bilógica. Simplemente se da con el paso del tiempo, y se desarrolla
debido al lugar en el que vivas, a la relación que tienes con tus padres, a la
que tienes con los demás, y a otros factores que no tienen demasiada
importancia si tomamos en cuenta el caso de la señorita Phantomhive.
»
Cuando aún era novato, dígase hace cinco años, me interesé en la psicología. Y
trabajé con uno que otro psicópata, pero yo no sabía de la enfermedad que
padece la joven Phantomhive. Y cuando lo supe, pensé que era curable. Pero no
lo es. Las personas con este trastorno no tienen pena alguna hacia nadie, y, a
diferencia de los psicópatas…
—Ellos
sí saben lo que hacen—Interrumpió Amber—. No son como los psicópatas, que
pierden la noción del tiempo y salen de control cuando saben que están en
peligro.
—Exacto.
Ellos lo hacen por placer, porque digamos que les gusta. Es como un pasatiempo.
—Entonces…—Habló
Alois, que se encontraba al margen de la situación—. Eva es consciente de todos
los asesinatos que competió—Más que una afirmación, sonaba como una pregunta.
—Así
es—Claude asintió, mirándolo.
—¿Y
no siente remordimiento alguno?
—Han
sido muy pocos los casos en los que un sociópata ha dicho la verdad ante un
policía o un juez, Alois. De hecho, encontraremos un montón de sociópatas allá
afuera, a nuestro alrededor, sin darnos cuenta. Saben mentir muy bien y su
capacidad intelectual a la hora de estar en problemas es extremadamente grande.
—Comentó Amber.
—Es
por eso que necesita mi ayuda.
—Así
es. Llevo algo de investigación en esto. Me falta encontrar sólo al hermano
mayor de Kristen y a un amigo del difunto Vincent. —Suspiró—. Pero bueno,
quieras o no tendrá que ayudarme, señor Faustus. Pero para no sonar
grosera—sonrió—, le haré la pregunta. ¿Acepta ayudarme, señor Claude Faustus?
El
aludido se le quedó observando. Sintió el pellizco de Alois en su brazo y
suspiró. Con cansancio, y, sabiéndose en lo que se estaba metiendo, habló:
—Está
bien, acepto.
Amber
mostró su sonrisa de oreja a oreja. Pero tan pronto como vino, se fue. Lo miró
con ojos serios, como si hubiese recordado algo.
—Por
cierto, Alois… Tienes que decírselo a Ciel, ya. Eva siempre ha tenido sospechas
de que esos dos le esconden algo, así que no dudará en matarlo si es necesario.
Está obsesionada con Michaelis y odia tanto a su hermano por una u otra razón
que no quiero hablar de ello en este momento.
—No
tienes porqué decírmelo, Amber. —Sonrió con malicia. —Yo sé defender lo que es
mío—Claude, al escucharlo, frunció el ceño— ¡Oh, no te enceles! Sabes que a
quien quiero es a ti.
Alois
y su estado bipolar. Ahora besó a Claude en la mejilla, causando un sonrojo
grave en Amber.
Oh,
ella misma se repetía: Qué pequeño es el mundo.
.
.
.
.
[4]
Ciel
lamía con desespero el pecho manchado de Sebastián. Ahora estaban en el piso,
encima de la alfombra. El peliazul, después de hacerlo en el baño e irse casi
arrastrando al teléfono, había pedido un chocolate.
Al
principio Michaelis no entendía (Miraba con tanto desespero la cama y el
cuerpo de Ciel que tuvo que abofetearse más de quinientas veces para no
correrse ahí mismo). Pero después de que el chocolate Phantom llegara, y de
que el pequeño cuerpo lo tirara al suelo y le empezó a embarrar el deliciosos
dulce que estaba entre sus manos, no pudo evitar carcajearse.
Carcajeada
que se atoró en su garganta al sentir la pequeña boca del niño rozar su
miembro.
¡Cómo
le encantaba torturarlo! Bajó su mirada lentamente, para encontrarse con un
Ciel masturbándole su virilidad y con chocolate alrededor de su boca. Y cuando
vio la mirada del ojiazul, se dio cuenta de que… Oh, sí. Amaba torturarlo.
En
lugar de lamer su miembro volvió a lamer su pecho y se auto penetró.
—¡A-ah!
—Gritaron al unísono.
(Número
de bofetada sin definir: Una venganza de Ciel es dura y placentera). El ojiazul, sin dejar de lamer su
pecho, comenzó a moverse. Primero en círculos y luego comenzó a saltar.
Sebastián lo sostenía de las caderas y su rostro mostraba excitación pura,
deseo al extremo. Los constantes gemidos de Ciel le daban a entender que en
verdad le gustaba. Éste seguía lamiendo su pecho con frenesí, con desespero,
mientras cabalgaba encima de Sebastián con locura.
Había
olvidado que ama el chocolate,
pensó Michaelis.
—S-Siento…—Habló
Ciel, lamiendo su cuello hasta llegar a su oído—… Q-que me voy a…—Tomó una
fuerte y profunda bocanada de aire—…p-partir en dos…
Saltó
encima del cuerpo de Sebastián, y éste lanzó un grotesco jadeo.
—¡M-Maldición!
—Se mordió los labios con fiereza.
Tomó
los delicados cabellos de Ciel y le obligó a mirarle a la cara. Sus ojos
empañados de deseo le llenaban por completo, y esas mejillas manchadas de
chocolate eran realmente atractivas. Lo besó con fiereza, lamiendo su lengua
con la suya. Era un beso demasiado fogoso, quizás el que más se han dado en los
meses que llevan juntos.
No
importa lo que pase.
Él
viviría el infierno junto a ese pequeño cuerpo que estaba encima de él.
.
.
.
.
—Pero
mira quién va caminando por ahí manchada de sangre…
—Es
Eva Phantomhive, ¿no?
Oh, los pecados poco a poco se
descubren
La
sonrisa tétrica del tipo de cabellos grisáceos hizo que un escalofrío recorriera
la espalda de su acompañante.
—Sí,
es ella. Ha crecido mucho. Me pregunto cómo está el conde.
—Jeje,
siempre te interesó ese niño, ¿no? —Preguntó el de lentes, haciendo que la
sonrisa del peligris se ensanchara más.
—Cierto,
cierto…
—¿Ahora
qué?
—Haremos
un ataúd a la medida de la joven, heeee.
La
risita del hombre vestido de negro y su recién comentario hicieron que Ronald
riera con algo de nerviosismo.
Es mejor pagarlos antes que tocar el
mismo infierno
.
.
.
¿Por
qué? ¿Por qué? ¿Por qué yo no soy una condesa de verdad?
¿Por
qué la familia Phantomhive no tuvo una niña en la época victoriana?
—¡Mira,
mamá! ¡Quiero un chocolate Phantom!
—Claro,
hijo mío, vamos a comprártelo.
¿Por
qué no confiaron en mí? ¿Por qué querían más a Ciel?
¿Por
qué Sebastián no me mira sólo a mí? ¿Es que acaso no soy lo suficientemente
bella?
—Muy
hermoso el hotel C.P., ¿no?
—Como
todos los hoteles del señor Michaelis, cariño mío.
Como
si eso importara…
Estás
destruida, estás acabada. Estás aniquilada, estás sola. Incluso desconfías de
tu mejor amiga. No tienes perdón. No tienes alma. La sonrisa que muestras ahora
es maldad pura. Tu sonrisa siempre ha sido mentira.
Tú
no eres feliz. Tú con Ciel en el mundo jamás serás feliz.
—No
mereces el apellido Phantomhive.
Entonces
ellos tampoco.
¡Muestra
al mundo esa sonrisa malévola, Eva! ¡Que todos sepan quién eres en realidad!
.
.
Es difícil tratar con el blanco, no
estoy habituado, incluso los suspiros resuenan.
Algún día deseo olvidar mi respirar que
tampoco puede recuperarse.
La restricción que se enrolla alrededor
de mi cuerpo: incluso la mente parece dormir.*
.
.
—C-Ciel...
—S-Sebas...—La
voz del pequeño se apagó. Su garganta estaba cerrada. Perdió la cuenta de
cuántas veces lo hicieron después de irse al armario que estaba en el baño.
Sebastián
tomó su rostro con delicadeza. Más allá del deseo, tenía que decirle algo muy
importante. No, no era algo sobre Eva. Era sobre él, sobre lo que sentía. Ése
niño le cambió la vida por completo, pero en el fondo tenía miedo. Si Ciel no
lo amaba, él...
—Te
amo, Ciel...
Sintió
la tensión del cuerpo del pequeño. Lo miró, por primera vez, con ojos algo
asustados. Tenía un miedo tremendo, uno muy grande. Los ojos de Ciel le
reflejaban frialdad pura, y lo taladraban. Su corazón comenzó a latir
fuertemente y sentía que su cuerpo ya no podía más.
Pero
todo cambió con una sonrisa.
Esa
sonrisa que Ciel jamás le había dedicado: una inocente. La de un
niño de trece años. Y, sin dudarlo ni decirle nada, se lazó a los labios del
mayor.
Sebastián
Michaelis conocía lo suficientemente bien a Ciel Phantomhive como para saber lo
que eso significaba.
—Yo
también te amo, Sebastián...
.
.
.
.
Capítulo 5. Cuando esos sentimientos llaman
a tu puerta.
By:
CiebasPhantomhive
.
No tengo miedo al fuego eterno
Tampoco a sus cuentos amargos.
Pero el silencio es algo frío
Y mis inviernos son muy largos.
.
—S-Sebastián…
El
débil cuerpo de Ciel temblaba mientras era embestido con fiereza. La anterior
declaración amorosa no hizo más que aumentar la intensidad de la lujuria y
pasión que los rodeaba a ambos. Sus cuerpos sudorosos han perdido la cuenta de
cuántas veces hicieron el amor, de cuántas veces unieron sus cuerpos con
desespero.
Sin
poder evitarlo siquiera, Sebastián respiraba pesadamente sobre el oído del
niño, lo que traía como consecuencia que éste entrara en nerviosismo y varios
espasmos recorrieran su cuerpo, de pies a cabeza. Ninguno de los dos podía
evitarlo.
El
gran miembro de Sebastián penetraba a Ciel a consciencia. Entraba y salía con
un deseo abrazador demasiado estimulante para el niño, que lo único que hacía
era gritar de placer.
Con
los párpados fuertemente cerrados, el pequeño Conde buscó con ansias los labios
cálidos y carnosos del mayor. Cuando los encontró, los mordió fuertemente al
sentir otro espasmo recorrer su pequeña figura. Lo jadeos descontrolados del
pelinegro lo llevaban al cielo y al infierno. Era como un niño cayendo en las
garras del demonio, haciendo un pacto eterno.
Chilló
bruscamente al sentir sus paredes anales atrapar más entre sí el miembro de
Sebastián.
—¡S-Sebastián!
—El grito de Ciel seguramente se escuchó por todo el hotel.
El
aludido lo siguió embistiendo con fiereza, mientras lo recostaba un poco en la
cama. Lamió sus labios y se unieron de nuevo en una danza infernal.
Danza
que terminó hasta que Sebastián llegó al orgasmo y se derramara en Ciel, que
gimió otra vez.
—C-Ciel…—Jadeó
el pelinegro, mientras se dejaba caer encima de Ciel, quien no desenrolló sus
finas piernas de su cintura. Enterró su rostro entre en el cuello del chico y
aspiró su aroma—. Sorprendente. No pensé que… Tuvieras tanta…
Resistencia…—Habló, regulando su respiración.
El
Phantomhive gimoteó en modo de respuesta, mientras alejaba un poco de él a
Sebastián. Éste alzó su ceja finamente.
—
¿Quieres que me quite? —Lo observó. Ciel asintió con parsimonia— ¿Te estoy
aplastando? —Volvió a asentir— ¿No te dejo respirar? —Esta vez, Ciel negó con
la cabeza, y Sebastián sonrió— ¿Por qué no hablas?
—Jódete—Le
dijo Ciel, con voz ronca.
Sebastián
ni se preocupó en reprimir una risilla traviesa. Entonces, se movió, siguiendo
con la mirada a Ciel. Éste se puso de pie con algo de dificultad, situando una
de sus pálidas manos en su espalda baja, jadeando. Tomó su celular y regresó a
la cama con una lentitud que al lado de él, el caracol sería un corredor
olímpico con una medalla de oro. El ojirojo de nuevo rió por tal comparación.
Ciel,
en cambio, le dolía la cabeza. Se recostó de nuevo en la cama, pasando su
pequeño brazo por el pecho de Sebastián. Buscó entre sus contactos a Alois,
todo ante la atenta mirada de su amante. Y, justo en el momento en que escuchó
el gruñido de Michaelis, sonrió. Sí. Michaelis en veces podía ser demasiado
posesivo. Recordó aquella noche en la que Alois y él… Bueno, para qué decirlo.
Pasaron unos cuantos segundos para que el rubio hiperactivo contestara.
—
¿Alois? —Preguntó con voz ronca, y Sebastián pudo leer una pizca de vergüenza
en su voz. Se acercó un poco más al pequeño cuerpo— ¿Aún con…? Vale, vale,
entiendo—Suspiró—. No, no diré nada. ¿Qué por qué sueno ronco? Jódete. Sí, que
de jodas. No vengas a… ¡Que no, mierda!
No.
Él no era celoso. Es solo que hace ya tiempo que escuchó a Ciel decir que Alois
lo acosaba y que quería ser uno con él. Y, de pronto, llegó. Diciendo que era
mejores amigos y toda la cosa. Y le pasó por la mente una manera muuuuy linda
de poner a cintura al rubio. Ohhh, sí. Pero no, no lo hizo. Porque justo esa
misma noche comenzó su aventura. No sabía por qué, pero cada que Ciel
pronunciaba el nombre del chico, sus ojos se encendían de furia y unos celos lo
carcomían por dentro.
—¿Hablar
conmigo? Sin Sebastián, ¿eh? —Escuchó decirle. No pudo evitar fruncir el ceño—.
¿Violarme tú a mí? Por Dios Alois. Jódete. Madura ya…—Vio que se sonrojó—
¡N-No! ¡N-No me gimas en el oído, Trancy! —Gruñó.
Y
eso sacó de quicio a Sebastián.
Le
arrancó con furia el celular y lo lanzó al otro extremo de la cama. Rápidamente
se situó encima de Ciel y lo miro a los ojos. Aún tenía su sonrojo en sus
mejillas.
—¿Sexo
por teléfono conmigo enfrente? Eres malo.
Su
voz fría y seca hizo que algo dentro de Ciel encogiera. Ya había visto a
Sebastián molesto y celoso, pero su mirada nunca fue tan sombría. No entendía
razones para que Sebastián se pusiera así.
Ni
el pelinegro las entendía.
.
.
.
.
—Sí,
soy yo. Ajá, aún con él—Le interrumpió, divertido—, pero eso a ti que te
importa—Infló sus mejillas— ¿No me dirás nada? ¿Y por qué suenas ronco, Ciel
mío de mí de mi interior más recóndito? —Sus ojos azules se iluminaron con
perversión.
Claude
miraba atento, como siempre. Pero después volvió su vista a los papeles que
Amber les había entregado minutos atrás.
En
él venían las posibles hipótesis del porqué Eva hizo lo que hizo y de una
investigación de su vida completa, enfatizada más que nada en el momento en que
ella tuvo la discusión con sus padres y el día en que ella pisó por primera vez
el hospital. Incluso venía una fotografía de él y una pequeña biografía del
mismo. Esto sí es una investigación completa, pensó.Incluso
menciona cómo pasó el incendio de la mansión y todo un reporte completo de la
muerte de esta chica, Kristen.
—¿Joderme?
—Preguntó Alois, con voz chillona— Mira que eres maligno. ¿Entonces no me dirás
nada? —Su voz cambió a una más inocente, haciendo que Faustus suspirara y se pasara
una mano por su cabello.
Meneó
un poco su cabeza para controlar su estrés. El niño sí que era bipolar. Si no
se callaba, encontraría una forma de hacerlo. Sonrió con lujuria.
—Tengo
que hablar contigo urgentemente, Ciel—La voz de Alois cambió, de nuevo. Ahora
sonaba serio, maduro—. Sin Sebastián. ¡O si no te violo! —Gritó entre risas.
Claude frunció el ceño y suspiró de nuevo. Era sumamente bipolar—. ¡A-Ah,
Cieeeel! —Canturreó, pero más que un canto, sonaba como un gemido.
Claude
entrecerró los ojos. Justo cuando se iba a poner de pie, miró la cara de duda
de Alois.
Éste
lo miró, perplejo.
—Me
colgó.
.
.
.
.
—¿Eva?
—¡Oh,
Amber!
Ambas
se abrazaron en plena calle concurrida de Londres. Ambas se abrazaron con una
sonrisa fingida. Ambas se abrazaron con furia y resentimiento. Claro que por
razones diferentes.
—Mira
que te vez bien—Dijo Amber, mirándole el rostro. No se atrevía a mirarla a la
ropa, a sabiendas de que era sangre—. Nunca te había visto tan guapa, mujer.
La
pelicafé se le quedó viendo con algo de frialdad. No sabía si había sido un
comentario mordaz o lo decía sinceramente. A pesar de ser su amiga, siempre
había tenido sus dudas, ¿por qué? Porque apareció tan de pronto, después de que
la única empresa que ella heredó se fuera a la quiebra. Después de que un
supuesto ladrón entrara a la mansión para matar a su hermano.
—Gracias,
querida. Tú no te quedas atrás—Respondió, ocultando muy bien su enojo. Colocó
su celular en la bolsa, mirándolo con odio. No se le había pasado el coraje. Se
vengaría pronto.
—Oh—Exclamó
Amber. — ¿Y Ciel? Hace tiempo que no veo a ese angelillo—Preguntó, con malicia.
Malicia que casi pasa desapercibida por Eva. Casi.
—Por
ahí—Dijo secamente.
—Ya
veo, ya veo. Bueno, bueno querida, ¿y cómo vas con Sebastián?
—..
Bien. Perfectamente bien. Y pronto iremos mucho mejor.
Amber
abrió sus ojos en par. ¿Acaso ella…?
—Me…
Alegro mucho, Eva.
—Lo
sé. Ya lo verás.
.
.
.
.
—Mira,
Sebastián. Si vas a lanzarme esos sermones de…
—¿El
mocoso y tú son novios? —Preguntó de golpe.
—¿Q-Qué?
—He
preguntado…—Tomó aire—Que si ese mocoso y tú son…
—Para
empezar—Ciel le interrumpió el entrecejo fruncido notoriamente. Su mirada se
volvió fría de nuevo, mirando al pelinegro con inteligencia—, su nombre es
Alois. O Trancy, como quieras decirle. Segundo, no me dejaste terminar la
llamada—Apuntó con la cabeza a su celular—. Y tercero, no puedes reclamarme
nada porque…
Su
habladuría se vio callada por los labios de Sebastián sobre los suyos. El beso
no era pasional, lujurioso. No reflejaba ternura ni necesidad. Le transmitían
coraje, celos, desesperación, ceguera.
Intentó
separar a Sebastián con las pocas fuerzas que le quedaban, pero fue más que
inútil. Entonces mordió sus labios con algo de furia, pero evitando que le
sangraran o algo peor. El ojicarmín se separó de él de golpe, confundido y
mirándolo penetrantemente. Cuando Ciel se dio cuenta de que iba a hablar, se
adelantó:
—¿Cómo
crees que me sienta al imaginarte a ti con mi hermana en la cama, eh? —Preguntó
con enojo evidente, al ver que el pelinegro se separaba más de él y levantaba
el rostro. — No se siente tan mal, he de decir—Respondió con ironía.
—No
confío ni me agrada Alois.
—Ni
yo en mi hermana.
Se
miraron por unos segundos. Estaban separados por una almohada de plumas de
ganso de color azul cielo. Una almohada que luego quedó tirada en el piso…
…
Y patéticos segundos que se fueron a la deriva al besarse con pasión.
.
.
.
.
—Kristen…
El
hombre miraba la tumba de la chica con algo de melancolía. El reflejo de la luz
no dejaba ver el color verde-amarillento de sus agudos y penetrantes ojos. Su
traje completamente denegro le daba una vista algo temeraria, escalofriante. El
maletín que anteriormente cargaba en sus manos ahora yacía sin pena alguna en
el suelo, arenoso y lleno de hojas y flores marchitas.
Recordaba
como si fuera ayer la noche en que le llamaron de la policía para reconocer el
cuerpo. Un cuerpo mutilado con desesperación y odio, que él no se atrevió a
mirar. Por nada del mundo. Su imagen de hombre frío e inquebrantable se vio,
irónicamente, quebrada al ver con sus propios ojos los de su hermana sin vida.
Juró
alguna vez que se vengaría del asesino de su hermosa hermana Kristen.
Se
cambió el apellido para olvidarse de sus penas, pero todo fue en vano.
—
¡Will-san!
Quién
diría que el destino le daría esa oportunidad.
Como
un shinigami buscando un alma sin cansancio…
.
.
.
.
—Mansión
de la familia Phantomhive.
Tanaka
contestó el teléfono del estudio de su pequeño amo. Era la directora de la
escuela del niño.
—¿Solicitan
a la señorita Eva mañana? Pláticas escolares, entiendo. Perfecto, yo le doy su
mensaje a la joven. Por supuesto, igual. Adiós.
El
mayordomo de la mansión Phantomhive colgó el teléfono y salió de la oficina.
.
.
.
.
—Señor
Faustus, usted será el encargado de dar las pláticas escolares a los jóvenes de
la escuela. Le aviso que familias importantes acudirán. Aunque sé que usted es
perfecto, no está de más decirle que haga todo bien. La joven Phantomhive
también estará ahí, así que, por favor, prohíba burlas hacia su persona.
Claude
palideció.
.
.
.
.
—Quería
quedarme un rato más.
El
cabello de Ciel era meneado por la suave brisa del aire entrando por las
ventanas bajas del automóvil de Sebastián. Su voz insinuadora y sus ojos
deseosos hicieron que Sebastián riera.
—Siento
no cumplir ese capricho suyo, my lord—Habló el pelinegro, imitando el
habla de un buen mayordomo—, pero usted mismo ha dicho que quiere ver al
señorito Trancy—Lo último sonó más como un reclamo que como un comentario.
El
peli azul sonrió con descaro.
—No
seas celoso, imbécil—Dicho esto, posó su pequeña mano en el muslo del
conductor—. Mira que te gustó lo que pasó después de la llamada.
Justo
cuando dejó de decirlo, llegaron a la mansión. Ciel bajó con cuidado (Al
mirarlo, Sebastián se abofeteó por incontable ocasión: Con ese niño eres un
salvaje, animal. Apenas y puede caminar) y caminó lentamente hacia la
puerta, quejándose de vez en cuando… Por no decir siempre. Entonces Eva
apareció.
Primero
miró con algo de duda y coraje el hecho de que llegasen juntos. Luego, puso su
típica sonrisa hipócrita ante los dos y corrió hacia su novio, pasando al lado
de Ciel.
—¡Sebastián!
—Se lanzó a los brazos del moreno y lo besó con desespero, ignorando a su
hermano.
Un
hermano que gruñó y entró a toda velocidad a la mansión, ignorando el dolor que
sentía en su espalda baja. Y los celos que lo embriagaron ante esa escena.
Tenía
ganas de salir y abofetear a su hermana, gritarle que ha tenido sexo con
Sebastián casi desde cuando empezaron y que su relación con ella sólo era una
careta, una falsedad. Pero se contuvo. Jamás le iba a da el gusto a nadie ni
siquiera a él mismo, de que lo vean celoso y posesivo, como a un niño que le
quita su juguete.
Sonó
su celular. Era un recordatorio de que le había llegado un mensaje. Lo tomó
entre sus manos y vio que era uno de Alois, mandado hace más de una hora
aproximadamente. Lo abrió y lo leyó.
¡Eres
un maldito, Ciel! Mira que dejarme hablando solo. De todos modos, estoy fuera
de tu mansión. Abre ya la maldita puerta… O lo que sea esta cosa…
Soltó
un bufido y comenzó a caminar. Escuchó los pasos de Sebastián y Eva y de la voz
de ésta. Tanaka salió de la biblioteca y le indicó con su cabeza que la pareja
venía detrás de él; la rapidez de su caminata aumentó más, ya que no quería
escuchar el sonido de los labios de su Sebastián sobre los de su hermana.
Entró
al estudio que estaba en la primera planta y, situándose enfrente del ventanal
de la habitación, suspiró, para después abrirla y encontrarse con un Alois
sentado en la pequeña banqueta, cepillándose el cabello con sus manos, las
mejillas sonrosadas y con cara de fastidio. Ciel carraspeó fuertemente. Trancy
abrió sus ojos y se puso de pie.
Giró
su cuerpo sobre sí y lo empujó, para después meterse él y cerrar el ventanal de
un portazo.
—Si
rompes el vidrio lo vas a pagar.
—Dinero
nos sobra, Ciel—Alois se acercó a él con lentitud. Entonces, el ojiazul vio en
sus ojos algo de temor y miedo. Desesperación
Alzó
sus cejas.
—Te
conozco… Y sé a la perfección que algo te pasa—Phantomhive lo tomó de los
hombros y alzó su rostro para verlo mejor. Debido a que Alois era más alto,
tenía que hacerlo. Quisiera o no.
—Es
sobre tu hermana. Es algo muy, muy, muy feo.
.
.
.
.
Fue
sospechosa… De asesinato
Miraba
a Eva mientras ésta se la pasaba platicando de no sabe qué cosas y le daba uno
que otro beso. No le prestaba atención porque las palabras de Grell se colaron
de nuevo por su cabeza. ¿Por qué justo ahora? Estaba con Eva y sabía que no iba
a ocultar su tensión por siempre. No es que no pudiera (¿Qué sería de un
Michaelis si no pudiera hacer algo tan simple como eso?), pero Eva era
inteligente. Demasiado. Aunque él tenía que serlo más.
De
asesinato…
De
asesinato…
Si
era cierto, sin duda tenía que serlo. Porque tenía que admitir que no pasó por
alto el hecho de que la ropa de Eva estuviese manchada de algo rojo… Como si
fuera sangre.
En
cambio, Eva, se movió de su asiento y, después de darle un beso fugaz a
Sebastián, se puso de pie. Tenía una extraña sensación de que algo no andaba
bien y que no le ayudaría en sus planes macabros en contra del mocoso de Ciel.
Con
un simple "Ya regreso, amor", se dirigió a paso rápido al estudio de
su hermano, el que debería de ser suyo. Por la puerta de caoba entreabierta,
pegó una de sus orejas.
—Te
conozco… Y sé a la perfección que algo te pasa—El simple tono de voz del menor
la sacaba de quicio. Pero tenía que saberlo, algo le decía que…
—Es
sobre tu hermana. Es algo muy, muy, muy feo.
Alois…
Eva sólo abrió los ojos de par en par y puso a trabajar rápidamente a su
cerebro. ¿Qué era lo que tenía que decirle sobre ella? ¿Habrá descubierto
algo?, se preguntó. No, no puede ser posible… Las únicas posibles pruebas,
patéticas, por cierto, están en mi habitación… Ese maldito mocoso. Parece que
los animales venenosos están comenzando a salir…
—¿Qué
tienes que decir sobre mí, Alois?
Tenía
que callarle la boca al rubio. Claro, por si acaso…
.
.
.
.
—Señor
Faustus… ¿Los sociópatas pueden controlar sus instintos o impulsos?
—No,
joven Amber. Si tienen algo de sadismo dentro de ellos, algo de ansiedad,
aunque sea un poco, buscarán a cualquier persona con quién saciarlos. Y digo
cualquiera porque… Bueno. Los sociópatas más peligrosos son aquellos que tienen
a sus presas más definidas, ya saben a quién quieren acabar y cómo. O al menos
lo primero.
—Entiendo…—Amber
suspiró—. Hoy, hace rato antes de llegar acá, vi a Eva algo enojada por las
calles de Londres. Al fijarme en su vestimenta, vi algo… Parecía sangre—Su voz
se fue apagando, pero seguía con su toque serio.
Claude
alzó su rostro y la miró, alzando una ceja.
—¿Y?
—Malintencionadamente
le pregunté por Ciel y por Sebastián… Bueno, por la relación con Sebastián. Me
respondió que pronto estarían mejor.
Los
ojos amarillentos de Faustus se volvieron fríos, calculadores. Esa era la
defensiva de las personas enfermas con trastornos sociales. Quizás Eva sacaría
las garras más pronto de lo que ellos pensaban. Alois se le vino a la mente y
se culpaba a sí mismo por meter a ese niño en problemas. Aunque sabía que lo serviría
de mucho porque su rubio era delos niños que no se rendían. Es por eso que le
gustaba.
Pero
eso no quitaba el hecho de que…
—Ahora
Ciel sí está en problemas.
.
.
.
.
—¿Y
bien?
—Y-Yo…—Alois,
nervioso, procuró no mirar a Eva. Tenía que salir de ahí lo más pronto
posible—… Es que—¿Ahora cómo saldría de eso? —, verás, mientras leía el
periódico…
—Basta,
Alois—Ciel le dio un pequeño codazo en su estómago, y el rubio bufó. En el
fondo le estaba agradecido—. Es algo entre Alois y yo, Eva. Si era algo realmente
malo, te lo haría saber. Somos hermanos después de todo.
La
última frase sonó tan fría que Eva tuvo ganas de sacar el cuchillo que traía
bajo su ropa y matarlos a los dos por igual. Tenía que calmarse, porque
Sebastián estaba cerca y Tanaka estaba en la casa. Aparte, aún no estaba segura
de qué estaban hablando. Pero eso no importaba, porque Alois al parecer también
se estaba convirtiendo en su enemigo. Oh, y yo que quería jugar con él,
pensó, enojada.
—Está
bien—Respondió monótonamente—. Iré a cambiarme.
Dicho
esto, salió de la habitación.
Pasaron
unos segundos para que Ciel mirara a su amigo. Estaba pálido y sudaba frío.
—Alois…—Le
llamó. El chico sólo asintió, sin mirarlo— ¿Te pasa algo? — El rubio negó con
la cabeza.
El
único lugar en donde puedes conseguir pistas, Alois, le había mencionado Amber, es en
la habitación de la mismísima Eva Phantomhive. Quizás es por eso que no deja
entrar a nadie, ni siquiera a Tanaka-sama.
—Necesito…
Dormir…—Dijo, fingiendo cansancio.
—Está
bien— Ciel sabía que mentía, lo conocía demasiado bien. Pero debido a que tenía
hambre, no preguntó la razón—, te llevaré a mi habitación.
Alois
asintió con los ojos entrecerrados.
Salieron
lentamente del estudio sin decir nada. Alois pensando en cómo buscar en la gran
habitación de Eva, y Ciel pensando en las notorias manchas de la ropa de su
hermana. Aunque el pelirrubio de igual manera se había dado cuenta, se quedó
callado al notar la mirada del pequeño conde. Denotaba curiosidad, lo que le
decía que él se preguntaba lo mismo. Eso, sin duda, parecía sangre. El estúpido
de Claude en muchas de sus clases había llevado imágenes demasiado realistas
sobre la guerra, en donde había sangre a montones. Cómo olvidar ese color.
—Ya.
Miró
a Ciel por unos momentos. Su rostro mostraba fastidio.
—Amargado.
Dile a Sebastián que te alegre.
—Ja,
ja, ja. Eva puede escucharte, idiota. Y mejor cállate—De un empujón lo lanzó
maestralmente a la habitación. Escuchó la risilla maléfica de su amigo y
frunció el ceño—. Si tienes hambre, ya sabes cómo llamar. Si no, pues te jodes.
—Claro,
claro, Ciel mío.
La
voz cantarina de Alois en ocasiones le daba gracia.
.
.
.
.
Ciel
cruzó con algo de cansancio el gran pasillo que daba a la ciudad. Su pálida
mano enterrada entre sus cabellos que le ocultaban la frente lo hacía ver
adorable. Sus ojos fastidiados y más fríos de lo normal matarían a cualquiera
que lo mirase. Sí, porque él también se había dado cuenta de las extrañas
manchas que presentaba Eva en la ropa. Parecían…
—Sangre…
¿Y
si iba a preguntarle a Eva de qué se trataban? No, bueno… No era tanto
preguntarle. Más bien era exigirle a que se lo dijera, ya que él era el dueño
absoluto de la mansión. No tenía por qué andar preguntando por ahí. Ni siquiera
lo hizo con aquél viejito rabioso que quería mejorar Guitar Hero uniéndose con
su compañía, ni con los creadores de FF. No. Así que lo mejor sería que…
—¿Qué
mier…?
Su
pregunta fue interrumpida al sentir unos cálidos y atrayentes labios sobre los
suyos. Ah, sí. Se había olvidado por completo de Sebastián. Y fue entonces que
sintió su espalda chocar contra el gran ventanal del pasillo y la lengua del
pelinegro succionando su labio inferior. También sintió las manos grandes y
traviesas del pelinegro colarse dentro de su pantaloncillo negro, ese que tanto
le gustaba. No pudo evitar gemir al ser pellizcado de su muslo por Sebastián.
—Sebastián…—Susurró—.
Estamos en la mansión y…
—Esperé
demasiado. Tanaka está encerrado en la cocina, y la compañía de Eva no me
emociona para nada. Aparte se fue y no regresó, y tú estabas con el
mocoso…—Lamió su lóbulo de arriba abajo, besando el pequeño arete azul que el
niño llevaba puesto—… Y me entró otra puntadita de celos. Una pequeña, nada
importante…
—Imbé…—De
nuevo fue interrumpido por los cálidos labios de Sebastián.
Lo
estampó contra el ventanal y lo tomó de su pequeño trasero, alzándolo, haciendo
que Ciel enrollara sus finas piernas alrededor de la cadera del pelinegro. El
ojicarmín poco a poco fue subiendo la intensidad del ósculo, por lo cual el
pequeño no dudó en responder. El mayor notó la tensión y el coraje que su joven
amante traía dentro de sí, así que comenzó a acariciarlo como si fuese un
gatito que en cualquier momento pudiera atacarlo. Sonrió al escuchar el gruñido
del ojiazul.
Comenzó
a desabrochar la camisa de manga larga color azul marino que portaba el niño, y
colocó una mano suya encima del pezón ya erecto. Lo acarició con malicia y
lentitud, torturándolo. En cambio, Ciel deshizo desesperadamente la corbata
negra del empresario, mientras mordía su labio inferior. El pelinegro no pudo
evitar sonreír ante el gesto.
—¿Y
Alois?
—En
mi habita… ¡Ah!
—Desesperado
de nuevo, ¿eh?
El
chico bufó y entrecerró los ojos. Lo golpeó en la espalda y, Sebastián, con su
ceja alzada, lo bajó. Fue entonces cuando el chico lo comenzó a empujar y al
final terminaron en un estrecho cuarto que estaba justo enfrente de los
ventanales…
Y
que por la emoción Sebastián no sabía que estaba ahí…
.
.
.
.
Tan
pronto como dejó de escuchar los pasos de su amigo, Alois se puso de pie demasiado
rápido para su gusto, lo que le causó un mareo demasiado horrible. Tocándose la
cabeza, caminó hacia la puerta y posó su mano en la perilla, para después
abrirla y salir de ahí.
La
habitación de Eva estaba casi enfrente de la del peli azul, así que no había
problema alguno. A paso lento, fue hacia la puerta de caoba color negro más
próxima. Y, con más sigilo de lo que creyó capaz, la abrió. No sin antes
asegurarse si alguien lo veía o se acercaba. Casi caminando de puntillas, entró
y la cerró detrás de sí.
Al
darse la vuelta, se sorprendió un poco por la habitación poco ordenada de la
hermana mayor de su amigo. La cama ni siquiera estaba tendida, y en la pared
tenía pegado un montón de periódicos, como si fuera el tapiz. Olía de muerte, y
no pudo evitar lanzar un quejido de molestia. Estaba oscuro y, mirando la
habitación más notoriamente para ver si no había nadie, se dirigió al peinador
de la peli café, para buscar algo interesante.
Los
sociópatas y los psicópatas,
le dijo Claude, tienen en común lo siguiente: Guardan algo que les
recuérdelo que han hecho, quizás para reírse de lo sucedido o disfrutar su
victoria.
Abrió
cajón por cajón y sacó varios objetos que a su vista azulada eran sospechosas.
Unas llaves en forma de calavera, tres libros negros forrados de una portada de
periódico, y varios papeleos de la empresa Phantomhive que ella llevó a la
quiebra. Los leyó un poco, para después meterlos en su suéter morado de
algodón.
Las
llaves las dejó ahí por un momento, para dedicarse a ver el primer libro que
estaba su vista. Era algo grueso y todo estaba conformado por recortes de
periódico, acomodados por fecha. Frunció un poco el ceño, comenzando a leer los
títulos de cada uno.
La
familia Phantomhive deja como heredero universal a su hijo menor: Ciel
Phantomhive
Abrió
desmesuradamente los ojos brillosos, para después darle vuelta y vuelta a las
hojas.
Eva
Phantomhive: Desastre inglés. La historia de la condesa que nunca existió.
Ouch.
Eso debió ser duro, pensó Alois, mientras seguía leyendo los títulos,
tratándose todos de la vieja familia. Al no encontrar nada interesante, se fue
casi a las últimas hojas. Con cierta delicadeza y sin hacer ruido, miró por el
espejo, ya que imaginó haber escuchado algo. Al ver que no era así, dirigió su
vista a la noticia.
Phantomhive
asesinados.
Incendio
a la Phantomhive.
Ciel
Phantomhive: Heredero universal.
Teorías
del incendio de los descendientes de condes.
Oh,
oh… Ella sí que está loca.
Si
consigues aunque sea un papel o fotografía sobre algo que sea sobre los temas
que Amber mencionó, cariñó, Ciel quizás ya no estará en problemas… Por ahora.
Pero Eva no te puede descubrir, amor. SI no, estarás muerto y no quiero que te
pase nada, ¿entendido?
Entendido,
entendido. Le había prometido a Claude que estaría bien, que con desespero
comenzó a leer los demás. Incendio de hospital psiquiátrico al norte de
Inglaterra, Aparece joven muerta en un terreno baldío, Intento de asesinato en
contra del joven Phantomhive, Incendio provocado, Incendio provocado en la
mansión Phantomhive…
La
noticia de otro periódico le llamó la atención: 'Se cree que una de las
hospitalizadas que escapó, es nada más y nada menos que la señorita Eva
Phantomhive, de la familia Phantomhive, famosa por ser uno de los más
importantes creadores de juegos….' PUBLICACIÓN DE PERIÓDICO
CANCELADA.
Mierda…
¿Eva estaba en un…?
—Parece
que no tienes modales, Alois.
.
.
.
.
—C-Ciel…
La
pequeña boca del niño lamía toda la gran extensión de su miembro. En ocasiones
acariciaba la punta, en otras lo besaba completamente y lamía frenéticamente
sus testículos encogidos por el placer que le proporcionaba su amante. Lo tomó
de la cabeza, incitándolo a más. Escuchó la risilla maligna de Ciel al darse
cuenta del desespero que poseía el mayor.
Lo
metió completamente en su boca y comenzó de nuevo a lamerlo como si fuese una
paleta. Sebastián, más que agitado, lo miró. Las huellas de saliva que dejaba
el niño en su pene le daban una sensación de placer infinito. Ver la cabeza del
niño moviéndose de un lado a otro, sacándolo de su boca, para después volverlo
a meter de golpe, le llevaba un éxtasis que le hacía perder la cabeza. La
mirada azulina del niño miraba su miembro, aunque en ocasiones alzaba la cabeza
para verlo a él. Oh, dios. Por primera vez sintió que se sonrojaría.
—Te
gusta, ¿eh? —El chiquillo le dio un último vistazo para después morder un poco
la hombría del pelinegro. Escuchar el gemido sonoro y ronco del mayor le
emocionaba.
—S-Sí…—Admitió
entrecortadamente.
El
chico comenzó a lamerlo con más frenesí, con sus manos aún posadas en sus
testículos, apretándolos de vez en cuando. Sebastián echó la cabeza hacia
atrás, y con la mano sobrante, cubriéndose su boca con su mano, mientras la
otra aún estaba situada en la cabeza del niño.
—C-Ciel…
Ya…
El
niño sonrió y fue subiendo poco a poco, repartiendo besos por todo el pecho de
Sebastián. Lo empujó levemente, para recostarlo. Comenzó a besar su cuello y
después se dirigió a su oído.
—¿Ve,
señor pedófilo? Mire en lo que ha convertido a este inocente niño…—Dijo, para
después abrir sus piernas y situarse encima del pelinegro, que no dejaba de
sudar frenéticamente.
—Me
gusta…—Sebastián sonrió—… Me gusta en lo que he convertido a este niño—Dicho
esto, lo penetró con fiereza,
—¡Ah!
Ciel
arqueó un poco la espalda, y luego, recargándose del piso, alzó sus caderas,
comenzando así el vaivén. Sebastián empezó a acariciarlo con deseo y lujuria,
mirándolo calurosamente. El ojiazul comenzó a cabalgar sobre el pelinegro, y
éste pellizcó uno de sus pezones sin compasión, sacándole otro gemido sonoro al
ojiazul.
Bajó
una de sus manos a la cadera del niño, para darle más impulso a las embestidas.
En cuestión de segundos se volvieron frenéticas, salvajes, como si dos animales
se estuviesen haciendo uno. Incluso Ciel saltaba por sí solo, sin aplicar
fuerza alguna. El sonido hueco de los testículos de Sebastián chocando con el
redondo trasero del niño no se hizo esperar. Eso hizo volarles la cabeza.
—¡A-Ah!
—Gimió bajito, tomando en cuenta de que estaban en la mansión y que cualquiera
podría escucharlos. Sebastián se dedicó a colocar su mano faltante en la cadera
del chico, haciendo las penetraciones aún MÁS profundas.
Los
sonoros gemidos del niño lo volvían loco. Buscó sus labios con desespero y los
besó con lujuria y amor. Metió su lengua en su cavidad y la exploró
completamente.
—¡Oh,
dios…! ¡S-Seb… AH! —Gritó Ciel entre el beso. Bien, eso no lo pudo controlar.
El solitario miembro de Ciel se vio acompañado por la mano del pelinegro
alrededor de él, comenzando a masturbarlo.
Ciel
cerró sus ojos con fuerza al sentir el cálido semen de Sebastián derramarse por
su entrada.
—P-Pequeño
mío…
—A-Ah,
Sebasti… án…
.
.
.
.
—Vaya,
vaya, vaya. Miren a quién tenemos aquí.
Alois
miró con pánico que se aproximaba a él con lentitud. No se dio cuenta en el
momento en que…
—¡A-Ah!
—Gimió.
Eva
lo había estampado contra la pared y tenía ambas manos en su cuello,
ahorcándolo. Asfixiándolo. Matándolo. Al principio no se quejó, pero en cuanto
comenzó a faltarle el aire, comenzó a patalear, más le fue imposible. ¿Cómo es
que podía ganarle una loca?
—¿Qué
haré contigo? —Preguntó con una voz tan fría que al pelirrubio le recorrió un
escalofrío de pies a cabeza. —. Mira que espiar en mi habitación, mocoso.
Debería de matarte.
El
apretón alrededor de su cuello se hizo más fuerte, por lo que no pudo evitar
lanzar un gritillo y cerrar fuertemente los ojos. La respiración le faltaba en
serio, Eva quería matarlo. Su piel comenzó a volverse pálida y sus ojos
brillosos, debido a las lágrimas que amenazaban con salir.
—Eres
un imbécil si crees que me delatarás. Porque, ¿sabes qué? No lo harás, no
señor.
Parecía
como si quisiera matarlo con la mirada. Metafóricamente, porque en realidad si
quería matarlo. Sus ojos destellaban maldad, odio, rencor, sadismo, superioridad.
Esa no era la Eva que todos conocían, por supuesto que no. Comenzó a ver
borroso debido a la gota salada que salió de su ojo. A las gotas saladas que
brotaron de esos jades que alguna vez tuvieron vida. Hoy, después de eso,
quizás no la tendrían…
Te
amo, Claude. Te amo.
Eva
lo empujó bruscamente, haciéndolo caer emitiendo un gemido de dolor. Tomó
rápidamente oxígeno, mirando con pánico a Eva, gateando hacia atrás. Topó con
la cama. Ya no había escapatoria. Un brilloso objeto salió de entre la ropa de
la mayor. Sus ojos fríos lo recorrieron. Se acercó de nuevo a él con lentitud,
alzando su mano izquierda, donde llevaba el objeto filoso.
—No
me importa si hay alguien aquí. Esto te pasa por ser un imbécil que cubrió las
aventuras del mocoso de mi hermano con MI Sebastián—Mencionó, haciendo énfasis
en MI—. Y, claro, por husmear en mi habitación.
Perdóname,
Ciel. En serio, Perdóname… Y Claude, te repito…
—Despídete
de este mundo, cucaracha…—Le soltó, acercando peligrosamente el cuchillo al
pecho de Alois, que respiraba frenéticamente, sin escapatoria.
Te
amé, te amo, y te amaré…
No importa cuántas veces me dijiste que
querías irte.
No importa cuántas veces tomaste aire,
aún no podías respirar.
No importa cuántas noches pasaste
totalmente despierta,
escuchando la lluvia envenenada.
¿A dónde fuiste? ¿A dónde fuiste? ¿A
dónde fuiste?
.
.