jueves, 29 de noviembre de 2012

Adrenalina [SebasxCiel]. ¡Actualización capítulo 9! Parte l.

Debido a que los capítulos se me hacen algo largos como para ponerlos todo juntos [fueron aproximadamente 119 hojas en Word], decidí dividirlo en dos partes hasta ahora. Espero y no se encuentre algún problema o algo.

Disfruten la lectura.

Capítulos 1—5.


Adrenalina [BL]
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Capítulo 1. Detrás de las apariencias.
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Ver el rostro de placer del niño era por mucho mejor que ver la de su novia. Mucho mejor.
Sentir la cavidad anal del peliazul atrapar su miembro era mucho más placentero que sentirse dentro de su novia, sin duda.
Todo era mejor con él. Todo.
Mordió una de sus tetillas en el momento en que su pequeño acompañante le mordió su hombro y jadeó al sentir su estocada. Le traía completamente loco.
Le tomó de las caderas y lo separó un poco de sí. Le molestaba el hecho de que ocultara su rostro mientras lo penetraba a conciencia. Quería ver su satisfacción y sus labios entreabiertos e hinchados por los besos salvajes y apasionados que se habían dado. Quería lamer sus mejillas sonrosadas debido al calor que emanaban sus cuerpos.
Quería todo de él.
— ¿Q-Qué… pasa? —Preguntó el niño con la voz entrecortada y sin levantar su rostro al sentir que el pelinegro detenía sus movimientos.
—No me gusta.
— ¿El qué?
—No me gusta que ocultes tu cara mientras te hago mío, Ciel. —Mencionó como si nada, mientras se dedicaba a aspirar el olor a sexo en la habitación y a levantarle lentamente su pequeño rostro. —Es usted muy hermoso como para ocultarse, Bocchan.
Ciel chasqueó la lengua al escuchar cómo su amante se dirigía a él. Odiaba esa palabra. No más que a los gatos. Lo miró, con esos ojos cobalto, fríos y hechizantes. Después bajó su vista a los labios del mayor.
Posó sus pequeñas manitas en los hombros anchos del hombre de orbes carmesíes y, tomando vuelo, se alzó y dejó caer sobre él. Sebastián no pudo evitar gemir de placer.
Sólo él le sacaba gemidos.
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— ¡Pero mira esta hermosura!
— ¿Crees que le guste a Sebastián, Amber?
—Gustarle es poco, Eva. Lo traerá loquito.
Eva Phantomhive se encontraba, junto con su amiga, Amber Brust, en el Harrods, un centro comercial de lujo en Inglaterra.
Brompton Road estaba más que llena, así que fue buena idea ir el sábado a las 10:30 am, justo media hora después de que los almacenes abrieran.
El hermoso y lacio cabello café castaño de Eva combinaba a la perfección con el de su mejor amiga, que era un rubio algo platinado, pero con rizos. Se conocían desde hace tiempo.
—Sí, ¡Eso espero!
Amber sonrió a carcajada ante la efusividad de su amiga. Pero por dentro, estaba más que furiosa. Sabía el secreto de su mejor amiga. ¡Por Dios! Detrás de esa careta de niña inocente se escondía una mujer capaz de todo, o, en otras palabras, intentar matar a toda aquella que se atravesara en el camino. En el camino que la llevaba a Sebastián. Pero el pelinegro sólo era un capricho, un capricho que traía desde hace tiempo en el que el morocho no le hacía caso.
Y Sebastián igual lo sabía.

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— ¡Oh, Dios! —Gritó Ciel al sentir las manos de Michaelis acariciar su miembro erecto mientras seguía con las salvajes embestidas.
Se sentía débil y cansado, pero estando con Sebastián, dejaba todo de lado.
El pelinegro mostró una sonrisa perversa y, con un tremendo placer y emoción, recorrió el cuerpo excitante del niño con la mano que tenía libre. Se veía tan lindo con su sonrojo, sus párpados cerrados, su boca entreabierta y lanzando gemidos al sentir sus estocadas.
El niño de 13 años seguía cabalgándolo, mientras Sebastián besaba toda la piel disponible para él. Sentir la estrecha cavidad anal del niño atrapar su miembro lo volvía loco. No se cansaría jamás de repetirlo.
Sin darse cuenta, mordió una parte del cuello de Ciel que quedaba a la vista de todos, y éste no pudo evitar lanzar un gritillo.
—Imbécil.
El pelinegro sonrió.
—Bastante.
Sí, Ciel Phantomhive podía ser testarudo, frío, chiflado, seco, arrogante, egoísta, amargado y, ¿por qué no?: Precoz.
Y así le gustaba. Le gustaba que lo maltratara y que lo tratara como un mayordomo el cual tiene como amo a un Conde de sólo 13 años. Sí.
Las estocadas aumentaron aún más la intensidad.
Lo único que se escuchaba ahí era el húmedo y grotesco sonido del choque de los testículos de Sebastián contra el trasero de Ciel. El pelinegro no dejaba de jadear, mientras el niño lanzaba gemidos de placer.
Se sentía en el cielo.
—S-Sebas… tián… M-Me… ¡Corro!
Un grito excitado inundó la habitación, seguido de una mano manchada de un líquido blanquecino. El ojicarmín, al ver el semen del joven en sus manos, se lamió los labios. Después sintió cómo las paredes anales de su amante se contraían y apretaban más su pene.
Y él tocó el cielo otra vez.
—C-Ciel…—Jadeó al correrse dentro del niño, que trataba de acompasar su respiración.
Mordió su cuello por última vez al sentir su líquido derramarse por entre sus piernas. Se dejó caer a la cama y llevó al pequeño consigo.
—Precoz. Bastante precoz.
—Pedófilo. Bastante pedófilo—Se defendió el Phantomhive, con su ceño fruncido, y dándole un gran énfasis a "Bastante".
Sebastián sonrió. Acarició sus cabellos y le acariciaba aún el cuerpo. Detuvo sus manos en las pequeñas y calientitas nalgas del adolescente y las estrujó contra él. Ciel gimió.
—Pedófilo al tri-
Una voz los sacó de su aura calmada.
— ¡Cieeeeel!
Esa voz chillona era inconfundible. A pesar de que ella tiene 25 años, su voz era mucho más chillona que la de su hermano menor que, a pesar de ser un niño, tenía la voz grave para su edad.
Ciel maldijo por lo bajo y Sebastián bufó molesto.
—Mierda, ¿No se supone que estaría con Amber?
—En el momento menos inoportuno, Ciel. —Sebastián seguía acariciando los cabellos de su amante, sin ninguna intención de pararse o moverse siquiera. Eso, a la vista del niño, era desesperante.
— ¡Cieeeeel! —Habló la voz, canturreando— ¿Estás aquí?, ¿Fuiste con Alois, acaso? Si estás aquí, ¡apúrate! Que quiero darle una sorpresa a mi hermoso Sebastián.
Phantomhive por lo bajo se carcajeó con malicia. Estúpida. Ni sospechaba que Sebastián estaba aquí con él, en su cama.
—Eres malo. Mira que burlarte de tu hermana—Sebastián alzó el rostro pálido del infante y lo besó en los labios, luego, lentamente, se acercó a su oído, el cual mordisqueó y lamió a conciencia—. No tienes alma, Ciel.
El aludido lo miró con furia y odio, para después besarlo con pasión y desenfreno. Al principio, el morocho se sorprendió, pero no tardó ni 3 segundos en responder gustoso el beso. Mordió su labio inferior con deseo. Al sentirlo, Ciel gruñó y entreabrió su boca, permitiéndole al mayor darle paso a su lengua. La cavidad del niño era cálida, atrayente. Única.
Posó su mano en la nuca y lo atrajo más hacia sí mismo. El niño no se quiso quedar atrás. Siguió la danza de lenguas infernal que Sebastián había impuesto.
De pronto, escucharon unos pasos subir, y dirigirse a la puerta. Se separaron, mas Ciel seguía mordiendo el labio inferior de Sebastián y éste sonreía. La adrenalina era excitante.
Ciel, ¿estás ahí?
La perilla de la puerta comenzó a moverse de un lado a otro.
—Mierda. —Susurró.
—Calma. —Le dio un mordisco a sus labios hinchados, mientras se movía un poco.
—No pareces preocupado. Eres su novio.
—Y tú su hermano.
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Capítulo 2. Pensamientos secretos.
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El trastorno de personalidad antisocial, es una condición psiquiátrica caracterizada por conductas persistentes de manipulación, explotación o violación de los derechos de los demás. A menudo está implicada también en comportamientos criminales. A las personas que padecen este trastorno se les conoce como sociópatas.
Los sociópatas son individuos egocéntricos, que no tienen sentido de responsabilidad personal ni moral. Son impulsivos, manipuladores y mitómanos. No tienen remordimiento alguno de sus actos. Suelen ser agresivos pasivos, hostiles, con conductas violentas, excelentes actores, y siempre dan la impresión de estar en control.
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—Estúpido Sebastián… Apenas y puedo sentarme.
—No sé a qué viene eso, Ciel.
Se encontraban en la cafetería de Eastcourt School, en Londres. Estaban sentados justo en la mesa hecha del más fino árbol que se podría encontrar por esos lugares. Ciel, como todo un descendiente, como todo un Conde, se encontraba cruzado de piernas, con sus pequeños brazos apoyados en la mesa y con el ligero dolor en su espalda baja.
Al lado suyo, con cara de sorpresa y tomando algo de limonada, se encontraba su mejor amigo, Alois Trancy: Rubio, alto, ojos azules, brillantes. Piel pálida y de porcelana, siendo uno de los más populares de ES. A pesar de tener 14 años y que debería de estar en una Secondary Independent Schools de pago, estaba aquí por perder un año. O por su profesor de Historia, pensó Ciel.
—Mi hermana llegó a la mansión más temprano de lo que pensé. —Dijo al fin, con un suspiro.
— ¿Eva? Vaya… Así que estabas con Sebastián—Habló el pelirrubio con un tono burlón en su voz.
El descendiente actual de la vieja familia de la realeza, los Trancy, sabía muy bien el tipo de relación que tenía su amigo con el novio de su hermana. Cuando éste se lo mencionó, no pudo evitar chillar de la emoción porque, al parecer, estaba aprendiendo algo de él.
—Sí. Y no paramos. Ni siquiera cuando Eva pudo romper la puerta o algo por el estilo. ¡Tuve que morder la sábana blanca para no gemir! —Exclamó Ciel, ofendido.
— ¿Los escuchó?
—Si nos hubiese escuchado, ¿crees que te llamaría para preguntar por mí?
Alois se quedó pensando ante la incógnita. Suspiró pesadamente y, tomando otro trago de su limonada, respondió con parsimonia:
—No.
—Hay veces en que llego a pensar que eres un retrasado mental, Alois—Escupió fríamente.
—Entonces tú también lo eres, ya que eres mi amigo. Retrasado mental, con retrasado mental, ¡juntos por siempre! —Y el pelirrubio estalló a carcajadas.
Ciel, muy en el fondo, tenía ganas de hacerlo igual. Su amigo era tan… Tan Alois. Pero no, reprimió la efusividad que sentía en esos momentos.
Pero mostró una pequeña sonrisa que sólo pudo ser vista por su amigo, El Retrasado Mental.

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—¡Sebas-chaaan~!
El aludido suspiró cansado mientras tomaba algo de café, sentado detrás del escritorio de vidrio que adornaba su oficina. Él, ahora, era el presidente absoluto de la empresa Michaelis, creadora de una cadena de hoteles lujosos que se extendían por toda Inglaterra.
—Buenos días, Grell.
—Oh, Sebas-chan, ¡siempre tan frío conmigo! —Exclamó el enigmático personaje de rojo que entraba a la oficina.
Grell Sutcliff era su extravagante compañero de piso, hijo del mejor amigo de su difunto padre. Su largo cabello rojo, su dentadura afilada, sus ojos verde amarillento, lentes rojos, pestañas falsas y comportamiento femenino, le hacían pensar a Sebastián el porqué no estaba en un maldito manicomio.
—Habla ya.
—Oh, Sebas-chan—La voz del pelirrojo cambió de una chillona a una grave. El ojicarmín, al escucharlo, lo miró a los ojos—. ¿Aún estás con el mocoso ese?
—No es ningún mocoso. Se llama Ciel.
— ¡Sí es un mocoso! —El repentino cambio de voz de Grell causó un severo dolor de cabeza en Sebastián.
De nuevo, enfocó su vista en los documentos que leía con anterioridad. Suspiró cansado. No quería pelear con Grell, porque sabía que cuando a este chico se le metía algo en la cabeza, nadie podía sacárselo jamás.
—Habla ya. —Repitió otra vez.
—Bueno, bueno… ¿Aún eres novio de Eva?
—Sí, ¿eso a qué viene?
—Hay algo… interesante respecto a la otra.
Sebastián sonrió. Instantáneamente, recordó aquella charla que sucedió meses atrás, en la que le aclaraba a su amigo que, para él, la 'otra', era la mismísima Eva, no Ciel. ¡Por supuesto que no! Ciel no podía bajar a la categoría de ser la otra… O, en este caso, 'el otro'.
—Haber, haber… ¿Qué es eso interesante respecto a Eva? —Preguntó Michaelis, imitando el tono de voz de Grell, para después alzar de nuevo su vista y mirarlo.
Y se dio cuenta, por los ojos del pelirrojo, de que era algo verdaderamente interesante.

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Eva no podía evitar recurrir a la mitomanía.
Y es que, a sus ojos, ella se merecía toda la herencia que sus padres le dejaron. Pero no. Se la dieron al mocoso que tenía como hermano.
Ya estaba cansada. A la vista de todos los demás, tenía que fingir que amaba a su hermano, que lo idolatraba. Y era todo lo contrario. Lo repudiaba, lo odiaba con todo su ser. Más de 1 noche intentó deshacerse de él. Intentó envenenarlo, ahorcarlo, ahogarlo, dispararle, abandonarlo o drogarlo. Pero no funcionaba. Incluso recurrió a la prostitución con aquellos seres asquerosos que ni siquiera se merecían mencionar su nombre o respirar su aire. Y no funcionaba.
¡Por eso tenía que saciarse con los demás!
Y sus padres… Ni qué decir. Al enterarse, por boca de su padre (antes de morir, claro está), que toda la herencia caería en manos de Ciel, se enfureció. ¿Y a ella qué le daban? ¡Le daban una simple empresa de todas las que tenían en Inglaterra!
De nada sirvió, ya que ésta entró en bancarrota después de estar en sus manos. Era, a palabras frías de su padre, una irresponsable. Su hermano a sus escasos 13 años, controlaba todo a la perfección. Su hermano era más hermoso que ella, más agraciado. Más reconocido. A la vista de la sociedad, ella no era Eva Phantomhive, era 'Mantenida Phantomhive', ya que vivía en la gran mansión que heredó el mocoso del ojiazul.
Lo odiaba, al igual que a sus padres.
Pero tenía algo que su hermano no tenía: Sebastián. Y sí, ella es una superficial, ¿pero a eso a quién le importa? Estar en ese lugar no le sirvió de mucho. Siguió siendo la misma de antes.
Aún así tenía sus sospechas. Ciel miraba mucho a Sebastián. Sebastián mira mucho a Ciel. Más le valía a esos dos que no le estuviesen viendo la cara de estúpida.
Porque de ser así, acabaría con eso. A Sebastián lo usaría como un objeto, saciaría sus conductas violentas con él. Lo manipularía y le sacaría provecho a todos los millones y millones que él posee.
Y se quedaría con la fortuna Phantomhive. Desaparecería a Ciel de la faz de la tierra.
… Así como lo hizo con sus padres.

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— ¿Qué quieres?
—Muy seco, Bocchan.
Ciel, al observar y escuchar que Alois no dejaba de insistirle, contestó el teléfono con parsimonia. Puso los ojos en blanco al escuchar esa palabra. Aunque debía de admitir que en el fondo le gustaba.
—Amor mío, ¿qué se te ofrece? —Habló, con una voz por demás inocente, haciendo reír a Sebastián y espantar a Alois, que no paraba de carcajearse y revolotear a su alrededor.
—Saldré con tu hermana en un rato—Le informó, como si fuera lo más normal del mundo. Ciel pudo distinguir el aburrimiento en su voz—. Así que, pensé: 'Sebastián Michaelis, ¿por qué no, después de cenar con Eva, le pides a Ciel que vaya al hotel para hacerlo tuyo otra vez?'. Y me respondí: '¡Oh, grandiosa y excitante idea!'
Ciel no pudo evitar el hecho de pensar en que Sebastián, en ocasiones, se comportaba como todo un infante. Se limitó a suspirar y que quedó pensando. No podía contestar cualquier cosa teniendo a Alois casi atravesándolo con sus ojos azules cual cielo despejado.
—Tsk—Fue lo único que dijo, pero en el fondo le encantaba la idea.
— ¿Lo tomo como un: 'Sebastián mío, ¿qué te parece si lo hacemos aquí y ahora, por teléfono'?
El Phantomhive no pudo hacer nada, más que ruborizarse y cubrirse la cara con su manita pálida. Alois, atento a todos sus movimientos, sonrió con picardía. Así que decidió jugarle una bromita a su amigo. Se acercó un poco a él, para que su voz encantadora se escuchara hasta el auricular y llegara a los oídos de Sebastián.
— ¡Oh, Ciel! ¿Estás sonrojándote?
—M-Mierda… ¡Alois!
Michaelis, al otro lado de la línea, abrió sus orbes carmín con sorpresa, para después sonreír pervertidamente. Agradecía al pelirrubio su comentario. Suspirando después y, con voz ronca, habló:
—Te espero en el The Montcalm, Ciel mío. Espero y sus paredes eviten que tus sonidos lleguen hacia otra parte.
— ¿Piensas dejarme afónico, o qué? —Preguntó Ciel, algo brusco, mientras le pedía a Alois un pedazo de papel y, con su perfecta caligrafía, escribía el nombre que Sebastián le proporcionó.
—No pienso—Habló con voz ronca—. Lo haré.
Dicho esto, colgó, dejando a un Ciel más rojo que un tomate y a un Trancy estallando a carcajadas.

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Sebastián conducía a toda velocidad en su Lancia Ypsilon negro, con una Eva emocionada al lado. Debía de admitir que estaba más que aburrido. Más de una vez intentó alejarse de ella pero, después… ¿Cómo vería a Ciel? Aparte, Eva era demasiado… Y lo recordó.
No había hablado mucho en todo el trayecto, ¿porqué? porque las palabras de Grell lo dejaron pensativo.
FlashBack
Bueno, debido a que sigues siendo frío conmigo, Sebas-chan—Departió Grell, cruzándose de piernas en el asiento de cuero enfrente del pelinegro—, te diré que a Eva fue sospechosa.
Sospechosa—Reincidió Michaelis, con la ceja finamente alzada— ¿Sospechosa de qué?
Grell, por primera vez, le dedicó una mirada maléfica y compasiva. Su cara mostraba una sonrisa y, de emociones, una terrible preocupación. Tomó aire y, haciendo un gesto con la mano, como si fuese lo más normal del mundo, continuó:
De asesinato.
Fin FlashBack
¿Podía ser cierto? Es decir, no es que confiara en Grell, pero… Ni siquiera le mostró alguna prueba para corroborar lo que le había dicho; nada. Meneó un poco la cabeza, para después mirar de soslayo a Eva: debía admitirlo, era hermosa. Pero (y he aquí donde él mismo se reprochaba el inacabable deseo hacia su allegado que, aún en las circunstancias más peligrosas, bizarras y patéticas, le causaba olvidar todo y acordarse de él), lamentablemente, su pequeño hermano lo era aún más.
Recordó el momento en el que Eva le había revelado que odiaba a su hermano, aunque minutos después se retractó, diciendo que lo decía de broma.
Y vamos, ¡tenía que admitirlo! La mujer que tenía como novia y que estaba sentada en el asiento copiloto, era una impulsiva. Que no mostraba arrepentimiento.
nada, ni a nadie.

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Ciel llegó con cansancio al lujoso hotel que Sebastián le había indicado algunas horas atrás. Entró en el y, con sus ojos fríos, le pidió a la recepcionista una habitación. Primero lo miró dudosa, para luego sorprenderse de que tenía enfrente de ella tenía al mismísimo Ciel Phantomhive, al pequeño descendiente de los Condes que eran líderes de las aún vivas empresas Funtom. Ciel bufaba molesto, cuánto odiaba eso.
Caminó con pasos elegantes hacia el elevador para ir directo a su habitación. El hotel era hermosos, con una linda vista panorámica y predominaba en él su color preferido: azul.
Al darse cuenta de que el elevador se detenía, salió a toda prisa a la habitación, pero se detuvo, ya que sentía una mirada encima de él, estrujándolo. Lentamente, se dedicó a buscar al causante de esa sensación. Y lo vio: alto, fornido, con piel bronceada, una dentadura perfecta, cabello grisáceo y ojos verde oliva, que aparentaba unos 18 años. Se dedicó a fulminarlo con la mirada al ver que el joven lo miraba de arriba abajo. Cuando vio que se disponía a acercarse a él, con paso lento entró a su habitación. Tienes que admitir que era… Atrayente, pensó el peliazul.
Tomó un poco de aire y se quedó quieto en la puerta.
Y, entonces, recordó que no le había mencionado a Alois que lo encubriera. Con cansancio y olvidándose completamente del guapo peligris que intentaba acecharlo, recorrió la habitación con la mirada.
Tenía una gran cama en medio, demasiado espaciosa, con dos silloncitos de cuero al lado, dándole una vista perfecta de la ciudad. El suelo tenía una alfombra y una costosa lámpara de vidrio colgaba del techo. El olor a algo que él mismo eligió y que ni siquiera sabía que era, inundó la habitación. Por supuesto, había pedido una Suite Deluxe. Metió su tarjeta JBC a su bolso del pequeño pantaloncillo que llevaba.
Entonces se dio cuenta de algo: No importaría el orden o la presentación de su recámara. Es decir, ¿Cómo iba a importarle cuando haría eso con Sebastián? Si era cierto lo que le dijo el azabache, esa tarde sería muy movida, hasta dejarlo afónico. Así que desechó el pensamiento de "La habitación es bonita".
Y, sin darse cuenta, se imaginó a su hermana con Sebastián. En la cama. Besándose. Le dio un tremendo asco y unos grandes celos que se sintió sofocado. ¿Él, celoso? Por Dios, si su futuro cuñado lo veía en esos momentos, estallaría a carcajadas por verlo. Frunció el ceño. Es decir, él no podía estar celoso de que Sebastián aún salga con Eva, ¿o sí? ¡Deja de pensar en eso, mierda!, se gritó mentalmente al tener de nuevo presente la imagen de una cama desacomodada con su hermana y el ojicarmín en ella. Pero muy en el fondo quería decir con LA hermana y SU ojicarmín.
Colocó sus pensamientos pecaminosos y posesivos de lado para después lanzar su mochila y su laptop a la cama y tomar el celular. Buscó entre sus contactos a "Trancy retrasado" y le dio un clic al botón "Llamar". Esperó dos largos y eternos pitidos y, al tercero, puso los ojos en blanco. Su amigo pelirrubio no tardaba ni 2 segundos en contestar, y ahora él llevaba un minuto esperándolo. No le sorprendería que estuviera con algún amigo suyo haciendo quien sabe qué cosas.
Suspiró.
No podía quejarse, porque él estaba así con Sebastián… La única diferencia era que él y Sebastián ya habían estado juntos (muchas, muchas, MUCHAS veces) y Alois, como un completo enamorado, seguía esperando que Claude Faustus, su profesor de historia, le insinuara una relación pecaminosa.
Lanzó un bufido y, justo cuando iba a colgar, escuchó un jadeo y dos respiraciones al otro lado de la línea. Parpadeó efusivamente, confuso. Alejó el celular de su oído para verificar el hecho de que no se haya equivocado de número. Al darse cuenta de que no era así, acercó algo dudoso su rostro al aparato.
— ¿Alois? —Preguntó, con voz grave.
— ¡A-ah! —Fue la respuesta. Ciel lanzó un chillido hasta ponerse rojo. ¡Alois acababa de gemirle en su oído? — ¿C-Ciel?
—¿Qué mierda haces? —Se atrevió a averiguar. Se quedó estático en el lugar esperando respuesta alguna, dejándose caer en la cama. Tragó grueso. Espero y no sea lo que creo, pensó.
No recibió respuesta. A cambio de eso, escuchó movimiento, como si le hubiesen quitado el celular al pelirrubio y lo pasaran a través de una alfombra o cama. Entrecerró los ojos al escuchar una nueva voz hablarle.
Joven Ciel—Le llamó la voz, proveniente de, quizás, alguien que rondaba por los 26 años. Rodó los ojos. Alois y sus traumas por tener sexo con mayores—, no me importaría en lo absoluto si colgara ahora mismo y nos dejara a Alois y a mí seguir con nuestro… Trabajo.
Ciel se mordió los labios al sentir unas tremendas ganas de reír. Si a eso el tipo le llamaba trabajo, no quería saber que era sexo para ellos. Pero la voz se le hizo tremendamente familiar.
— ¡C-Claude! ¡Dame ese… Teléfono!
El pequeño de 13 años abrió sus orbes como platos. ¿Claude Faustus? ¿CLAUDE FAUSTUS?
— ¿¡Claude Faustus! — Gritó Ciel al teléfono, sin proponérselo.
—¡M-Mierda, Ciel! ¡Me has roto el tim- Ah!
—¡Deja de gemir! —Gritó Ciel, saliendo de su trance e imaginándose a Sebastián y a él en una situación parecida.
¡Entonces cuelga el maldito celular si no quieres escucharme llegar al maldito orgasmo!
Y colgó.
Y después miró su miembro. Se maldijo por lo bajo y no pudo evitar reírse a carcajadas. Maldito Sebastián. Maldito Alois.
Definitivamente tomaría una ducha bien fría.

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Sebastián miraba ya la hora, estaba más que aburrido con Eva.
Se la pasaba platicando de chicos, chicos que no la merecen, que ni le llegan a los talones, que sólo él y bla, bla, bla.
La miró por una milésima de segundo. No tenía nada de parecido a Ciel. Meneó lentamente la cabeza, intentando sacárselo de sus pensamientos. Ya casi, aguanta, se regañó.
Y un pensamiento vago le vino a la mente: Había conoció a Eva por medio de una amiga suya, Kristen, la cual estaba enamorada de él. Más de una vez intentó declarársele y siempre notó el interés superficial que despertó en Eva. Y la bomba estalló.
Una noche, Kristen llegó asustada a su mansión, agitada y sangrante. Le preguntó algo espantada que qué rayos tenía, y aún recuerda perfectamente sus palabras "¡F-Fue Eva, fue ella! ¡Está L-O-C-A! Le mencioné que te amaba y, ¡mira! Casi me mata. Hubieses visto su mirada, Sebastián"
Y, semanas después, Kristen desapareció sin dejar rastro alguno. Para luego encontrarla asesinada y después una Eva feliz… Y se espantó.
Si Grell le mencionó que fue sospechosa de asesinato…
¿Habría sido capaz de asesinarla?

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—Amber, ¿Qué ha averiguado?
—Un poco, comandante.
Una hermosa mujer con traje de joven rica entraba con n viejo de ya entrada edad a la estación de policías. La chica llevaba su cabello rubio rizado amarrado a una coleta alta, con un traje color rosa pastel. Era una agente encubierta tratando de investigar dos casos de asesinato.
—Y bien…
—Definitivamente lo odia, comandante.
— ¿Crees que haya matado a sus padres y a aquélla joven?
—Por supuesto. Y no dudo que, las veces en que el joven Phantomhive cruzó por la muerte, ella estuviese detrás de todo eso.
—Ya veo, ya veo—Dijo el hombre, con su arrugada mano en su mentón y moviendo ligeramente la cabeza—. Ahora, sólo tenemos que investigar quién fue el doctor que estuvo a cargo de ella en el psiquiátrico.
—Ya lo sé, señor. De hecho, ahora está como profesor de Historia en el Eastcourt School. Después de saber que no pudo ayudar a Eva, decidió alejarse de eso para siempre—Habló Amber, con voz de sabia.
—Bueno. Ya eres la mejor amiga de la sospechosa—El viejo miró a la pelirrubia, como confirmando lo que había dicho. Y, a modo de respuesta, la joven asintió—, y te sabes el nombre de alguien que podría ayudarnos en el caso. ¿Cuál es su nombre?
Amber Brust sonrió.
—Claude Faustus.
Sí, definitivamente atraparía a Eva Phantomhive.
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Capítulo 3. Huracán, deseos y recuerdos pecaminosos. Parte l.
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¿Realmente quieres? (Latido del corazón, latido)
¿Realmente me quieres? (Necesito un latido, latido…)
¿Realmente me quieres muerto o vivo para torturarme por mí mismo?
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El viento soplaba fuertemente, tal como se esperaba de esa época de invierno en Inglaterra. Los rostros agónicos y tristes de las personas a su alrededor le daban un gran golpe en su corazón. Le dejaban un hueco, un hueco realmente grande.
Con su pequeña, débil y pálida mano, se cubrió su ojo derecho con algo de brusquedad. Aún se veía algo morado por el golpe supuestamente accidental que su hermana Eva le había propiciado antes de que esto pasara.
A sus escasos ocho años, él sentía. Sentía tristeza, odio, rabia y profunda soledad. Ahora sí, no tenía a nadie en el mundo. A sus escasos ocho años ya no era un niño. Dejó de serlo en el momento en que le quitaron lo más cercano a él. Ya no lo era. Ya no quería serlo. Y menos ahora que era el heredero universal de la fortuna Phantomhive. Ya no había lugar para ser un niño…
Buscó alrededor a aquél ser conocido, para ver si estaba ahí.
Fue todo tan repentino…
Y cuán grande fue su sorpresa, porque jamás llegó. A pesar de que él se quedó horas y horas llorando en ese lugar, ella jamás apareció, por ningún lugar. Ningún mensaje, ninguna despedida… Ninguna lágrima de su parte.
La odiaba, la odiaba por eso. La odiaba por su hipocresía, ya que sabía que el cuchillo clavado en su orbe no había sido accidental. Y la odiaba por su frialdad, por su cinismo. No ir… ¡No ir, sin ni siquiera ayudarle!
Y también la detestaba por su egoísmo. Por su irresponsabilidad. Por no pensar las cosas. Ahora entendía el porqué sus padres le dejaron todo a él, que era más… Equilibrado.
Jamás le iba a perdonar el hecho de que no fuese al funeral.
Al funeral de sus propios padres…

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Alois estaba acurrucado, con los ojos cerrados, sobre el pecho de su amante. Había tenido una noche realmente fogosa y estaba más que feliz porque al fin tenía al guapo Claude Faustus a su lado. Había esperado tanto tiempo…
Abrió un poco los ojos al sentir el movimiento casi imperceptible del pelinegro. Colocó su mano en su despeinado y rubio cabello, acariciándolo lentamente. Trancy sonrió ante el gesto y, comenzando a hacer círculos con sus delicados dedos en su pecho, habló:
— ¿Es entretenido acariciarme el cabello?
—Sí.
Bien, tenía que admitir que eso lo sacaba de quicio: Que Faustus no fuera un gran hablador. Ni siquiera en su clase de historia hablaba más de lo que debía. Sólo para regañar, explicar o… Quejarse de que no pusiera atención cuando él estaba dando su explanación. Pero él cambiaría eso, o dejaba de llamarse Alois Trancy. Pero antes tenía que…
—Llamaré a Ciel.
Vio por el rabillo del ojo que Claude fruncía el ceño. ¿Estaba celoso? Si era así… ¡Oh! Se carcajearía por dentro, ¡moriría de la risa! Emitió una pequeña pero risueña risita, para después darle un fugaz beso a su profesor. Tomó su teléfono, que estaba encima del buró de lado izquierdo de su cama, y buscó de entre todos sus contactos a "Amargado Phantomhive". Sólo rogaba a Dios que tampoco le contestara de la misma manera en que él lo hizo: Con gemidos. Porque estar al lado de Claude, desnudo, en su cama, y sentado encima de él no le ayudaba en demasía.
Mientras, el mayor hecho un vistazo demasiado despistado al celular de su pequeño amante. Lo único que alcanzó a leer fue "Phantomhive". Suspiró para ocultar el enojo y los celos que sentía al saber que Ciel y Alois se llevaban tan bien. Porque su pequeño Trancy le había llamado la atención desde la segunda vez que lo vio. O más bien, la primera vez que lo observó detenidamente.
Pero después se quedó pensando.
— ¿Phantomhive? —Preguntó, en voz alta.
Alois lo miró, mientras colocaba delicadamente el auricular en su oído.
—Sí, Phantomhive. Ciel Phantomhive—Le habló el rubio, mientras le acariciaba el cabello. — ¿No lo conoces? Es el niño de apenas trece años que-
—Lo conozco—Le interrumpió el hombre, mientras movía su mano hacia el lugar donde estaban acomodado sus lentes. Los tomó y se los colocó cuidadosamente —. Pero su apellido lo he escuchado—Miró a Alois. Cuando vio que el chico abría la boca para hablar, ya que sus ojos decían "¡Es el de la empresa Phantom!", lo cortó de nuevo—: No necesariamente en los medios o por la empresa… Ese apellido ya lo había escuchado desde mucho antes.
Alois alzó la ceja y colgó su celular. Poco le importó si Ciel había contestado, ya le prestaba más atención a lo que su amante decía.
— ¿En otro lugar?
—Sí.
— ¿En algún otro trabajo, quizás? Anoche dijiste que antes de maestro tenías otro trabajo.
Claude colocó su mano en su mentón. Aún sin cambiar su expresión de indiferencia, lanzó un suspiro al aire. El pelirrubio se removió un poco, con algo de curiosidad. Entonces puso los ojos como si se hubiese acordado de algo.
— ¡Eso! —Chilló Alois de pronto, causándole un susto a Claude—. Quizás conozcas a su hermana. O 'Mantenida Phantomhive', como quieras llamarla—Comentó con burla—. Es casi de tu misma edad, y se llama Eva.
Y entonces el hombre de piel de porcelana lo recordó. Recordó a aquella paciente desequilibrada que había tenido hace 5 años en el psiquiátrico. Padecía sociopatía y por más que lo intentara, jamás lograba curarla. Al final, se dio por vencido y cambió su profesión a maestro. Esa tipa estaba loca, realmente loca. Si se encontraba con un asesino serial, estaba más que seguro que ella ganaría. Siempre se había preguntado qué pasó con ella, pero ahora, gracias al niño rubio, lo sabía. Suspiró con algo de desespero. Alois estaba…
— ¿Le hablas? —Dejó de lado su cara de indiferencia para darle paso a una voz que denotaba algo de nerviosismo—. ¿Mantienes contacto con ella?
—Le hablo un poco, y como es hermana mayor de Ciel… Tengo que verla de vez en cuando, ¿no?
Alois miraba algo espantado a su amante. Sus ojos amarillentos lo delataban. Definitivamente la conocía. Entrecerró los ojos con suspicacia. ¿Había sido su amante? ¿Tuvieron sexo en algún bar, hotel? "Siempre piensas en sexo, Alois", recordó que le dijo Ciel. Meneó ligeramente la cabeza y miró de nuevo a Claude a la cara.
— ¿De tu anterior trabajo? —Al ver que mecánicamente Faustus le asentía con la cabeza, preguntó—: ¿A qué te dedicabas?
Claude se quedó más estático de lo que ya estaba. ¿Seguirá aún enferma esa chica? No lo dudaba. Pero, para empezar a poner sobre advertido a su pequeño Trancy, le respondió con un fuerte soplido:
Psicólogo…

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Sebastián Michaelis, mucho antes (y aún después de conocerla) de iniciar su amistad con Eva Phantomhive, era un mujeriego. Cínico, sarcástico y arrogante. Era un ser realmente enigmático. Tenía a todas las mujeres que quisiera y sacaba del juego a todos sus competidores. Era alguien realmente inteligente y audaz. Un demonio. Y ahora, cada vez que se miraba, sabía que por él se había ablandado. Había cambiado.
Aunque sea un poco. Y sólo con él
FlashBack.
Sebastián observaba detenidamente a la mujer de cabellos castaños que situaba enfrente de él. Sus mejillas sonrojadas le daban un atractivo hermoso, casi único. Su boca entreabierta era para darse a desear.
Llegó a la mansión Phantomhive ya hacía tiempo, y la pregunta le sacó un poco de su pensamiento. Estuvo a punto de responder a su propuesta, pero había un problema: Desde ya tiempo se había dado cuenta de que Eva era una impulsiva. Se dio cuenta cuando la conoció por primera vez, se dio cuenta cuando lo abofeteó. Se dio cuenta muchas veces, es por eso que no lo esperaba.
— ¿Qué dices, Sebastián? —Preguntó, al ver que el morocho se quedaba estático en el lugar, mirando su rostro. Parecía tener todo bajo control, pero por dentro estaba nerviosa.
Yo…
— ¡Maldición, Eva! —Una voz los interrumpió, y Sebastián, al mirar fijamente a la chica, se dio cuenta de que rostro cambió a uno de molestia. De desprecio. Por primera vez, sintió algo de tensión en el ambiente— ¡Llevo tiempo llamándote!
Y entonces lo vio entrar a la habitación, con paso elegante, decidido y orgulloso y metro cincuenta y dos de estatura. Sus pasos de aristócrata se escuchaban por toda la habitación y hacían eco en sus oídos. Su cuerpo pequeño y frágil se amoldaba perfectamente a su traje azul marino; su piel pálida, de porcelana y a simple vista cremosa, le daba un toque perfecto a sus hermosos ojos azul cobalto, que eran grandes, penetrantes, brillosos. El cabello largo, de un azul marino oscuro, se meneaba al compás del viento que entraba por el ventanal de lugar. Verdaderamente tenía presencia. Aún sin conocerlo, sabía que era… Era perfecto. Verdaderamente único.
Se quedó viéndolo, haciendo caso omiso a lo que charlaban entre ellos dos. Y es que la verdad ninguno de los dos le prestaba atención. Las cejas del chico le daban a entender que estaba enojado.
Salió de su trance al ver que (al fin) lo observaba. Le dirigió una mirada fría, gélida, y él se limitó a sonreír, para ocultar el pequeño escalofrío que recorrió su espalda al ver sus orbes sobre su persona. Ni con Eva, ni con Kristen, ni con ninguna otra mujer sintió lo que sintió en aquellos momentos. Lo miró embobado una vez más.
— ¿Nueva conquista, Phantomhive? —Habló el niño con su voz agraciada de frialdad pura, mirando con molestia al pelinegro al darse cuenta de que no dejaba de mirarlo. Eva frunció el seño y el pelinegro alzó una ceja—. De ser así, lamento decirte que se tiene que ir. Tanaka ya preparó la cena. —Dicho esto, se retiró sin más.
Sin despedirse.
Entonces reinó un silencio tenso y absoluto después de su partida. Las dos personas ahí no se movían para nada. Sebastián pensando en él y Eva mirando un punto de la nada hacia la puerta.
¿Quién era él?, se preguntó Sebastián. Porque era lindo. Muy lindo. Aunque se reprimía a sí mismo al darse cuenta de los pensamientos que se atravesaban en su mente. Es decir, era un niño. No pasaba de los 13 o 15 años, no lo conocía y a su mente ya se habían colado imágenes algo eróticas. De nuevo se repetía que jamás le había pasado algo así. Ni con un hombre, ni con una mujer. Ni con una niña, ni con un niño.
Miró a la pelicafé y vio, de nuevo, seguía mirando a la puerta con odio. Cuando al fin logró sacar (un poco) de su mente al magnífico niño que se presentó hace algunos segundos, Eva le habló con la voz gélida, sin emociones:
Él es Ciel—Su voz sonaba enojada, con odio—… En unos 2 meses cumplirá trece años…—Se detuvo por unos momentos, como debatiéndose si decir o no lo que diría después. Pero al parecer sí lo haría, porque continuó—: Y es el verdadero dueño de esta mansión… Y de todas las demás que estén a nombre de los Phantomhive.
Lo último sonó como si guardara rencor. Debía de admitir que le sorprendía el hecho de que un niño de 12 años fuese dueño de todas esas tierras y que en él cayera la responsabilidad que alguna vez cargó el respetable señor Vincent Phantomhive. Cuando le iba a preguntar el porqué tan repentino cambio de humor y cómo fue que el heredero universal fue él y no ella, Eva siguió hablando.
Lo odio. Lo odio con toda mi alma.
Fin FlashBack.
Después de terminar de recordar, aceleró un poco más. Desesperado. Necesitaba a Ciel. Hace ya media hora que dejó a la mujer en su casa, y, con la escusa de que tenía que ir a la casa de Grell a planear una nueva casa de hoteles, se fue de ahí.
Luego recordó, de igual manera… De qué forma le dio el sí a Eva.
FlashBack
Le había pedido tiempo a Eva para pensar (y razonar MUY seriamente) su respuesta. El problema aquí, era que no podía sacarse de su mente al pequeño de 12 años (que posteriormente cumpliría 13). ¡Oh, cosas de la vida! Cuando el chico cumpliera 13 años, al fin podía tener sexo con él (y he aquí otro momento en que Sebastián se abofeteaba mentalmente por juntar en una misma oración 13 años y sexo). Gran, gran, gran diferencia. De doce a trece. Al menos lo de pederasta no será algo tan duro, tendrá trece, pensó para sí mismo Sebastián con un gran sarcasmo.
Recordaba todo de él, TODO: Su voz, sus ojos, su cabello, su piel… Su cuerpo.
Después de sacarle varias vueltas al asunto, mostró su verdadera sonrisa. La retorcida, la perversa.
Se había dado cuenta una semana antes de que el niño jamás le quitaba la vista de encima. Lo miraba cada que iba. Y eso le gustaba. El pequeño en definitiva era perfecto. Definitivamente único.
Sacó de su bolsillo del pantalón su celular recién comprado. Marco el número de Eva con parsimonia y espero a que contestara. Cuando escuchó un '¿Hola?' del otro lado de la línea, se aclaró la garganta.
No importaba como fuese. Ya tomó la decisión. Si quería hacer suyo a Ciel Phantomhive, la única manera era…
Eva—Habló con su voz grave segundos después de que la susodicha contestara. Sin dejarla siquiera responder, le dijo—: acepto ser tu novio.
Fin FlashBack

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Dime, ¿matarías para salvar una vida?
Dime, ¿matarías para probar que estás en lo cierto?
Estréllate, estréllate, quema, deja que todo arda.
Este huracán nos persigue a todos bajo tierra.
—Padre… Quiero confesarme.
—Claro, hija. No importan tus pecados, Dios te los perdonará.
Después de que Sebastián la dejara en la mansión, Eva, sin decirle nada a Tanaka, salió volando del lugar. Necesitaba descargarse. Estaba tan furiosa porque se dio cuenta de que el pelinegro jamás le hizo caso en toda la comida. Si lo hacía, tenía cara de aburrido, como si no quisiera estar con ella. Le enfureció en demasía. Necesitaba saciar su impulso en alguien más.
Y, después de tanto andar rondando por ahí, entró en St. Bartholomew the Great, el lugar en donde fue bautizada y sus padres visitaban constantemente hace ya tiempo.
Tenía decidido confesarse. Sí, confesarse.
—He pecado muy feo, padre—Habló, mirando a través de la ventana de madera que lo separaba del viejo que tenía enfrente suyo. —. Hice muchas cosas, malas, muy malas.
—Cuéntale, hija—Seguía hablando el cura, con voz dulce. Eva sonrió—. Nada es grave ante Dios.
—Está bien.
La pelicafé tomo un suspiro y sus ojos se volvieron fríos, gélidos. Como un depredador que ya encontró a su presa. Lo tenía, lo tenía, ¡Lo tenía!
—Yo causé el incendio en donde mis padres murieron. El tenedor que le clavé a mi hermano menor en el ojo derecho tiempo atrás, no fue accidental—Declaró.
Agudizó sus oídos al escuchar el sonido de susto que emitió el viejo. Le había hablado con tanta naturalidad, que sabía que su terror iba aumentando. Dio un saltito para acercarse más al ventanal de madera que los separaba y soltó un bufido, como si estuviera aburrida. Comenzó a reírse all ver a través de los espacios de la ventana la cara de pánico del hombre. Sus ojos parecían salirse de sus orbitas.
—También—Continuó, mientras metía su mano al interior de su fino suéter beige—… Maté a una chica, Kristen McCalllis, y dejé su cuerpo tirado en un terreno baldío. —Suspiró—. Más de docena de veces intenté matar al escuincle que tengo como hermano al enterarme de que el heredero universal es él. Me he prostituido también. He robado la vida de unas cuantas personillas y de un psicólogo del hospital en el que estaba antes. No pude matar al señor Claude porque era sumamente atractivo, pero no cayó en mis encantos. De hecho, tenía pensado matarlo también—Prosiguió, mirándose las uñas con desgano al escuchar la respiración frenética del viejo—, ya que no respondía a mis insinuaciones. Pero me llegó la oportunidad de escapar, así que… Bueno, ¿qué se me va a hacer? Mis padres tuvieron la culpa, es por eso que los maté.
Escuchó un chillido angustiado del señor que se encontraba vestido de negro con la biblia en sus manos. Sacó el gran cuchillo que sostenía en su mano y, sacándolo de su suéter, lo encajó en la ventana de madera, que enseguida emitió un sonido al ser penetrado por tan filosa arma. Con desesperación lo fue haciendo pedazos, y, cuando ya no había nada entre ellos, lo miró con furia. El señor, ya pasado de los sesenta y cinco años, la miraba con pánico. No podía moverse del miedo, y sus labios y manos arrugadas temblaban. Ella sonrió con malicia.
—Oh, casi lo olvidaba—Puso el dorso de su mano en su frente, con fingida sorpresa—, recientemente cometí otro gran pecado, padre… Espero y éste también Dios me lo pueda perdonar—Se burló.
El viejo muy apenas y podía hablar. Con sus pies, tomó impulso para ponerse de pie y tomar un candelabro. Sin quererlo, la golpeó en la cabeza. Se escuchó un sonido seco y Eva tenía la cabeza ladeada. Con enojo, se llevó la mano al lugar en donde le había propinado el golpe.
Al ver la mirada que le dirigía, el cura salió corriendo de ahí lo más rápido que pudo. No quería mirar atrás ni ver la mirada de esa joven. Se escondió detrás de una banca, en un cuarto oscuro, no sin antes cerrar la puerta lo más silencioso posible.
Mientras, Eva miraba la sangre que estaba en sus manos. Sonrió con malicia.
— ¿Sabe cuál es mi otro pecado, padre? —Rugió, mientras lo buscaba con la mirada. Pero no era estúpida, sabía dónde estaba a la perfección. Colocó la mano en donde tenía el cuchillo a la altura de sus ojos, lista para atacar. Con una gran fuerza, abrió la puerta de un golpe. Lanzó una carcajada que sonó como eco en los oídos del espantado anciano.
Buscó con la mirada y lo vio. Lo vio por la sobra que se proyectaba gracias a la luz que entraba al abrir la puerta. Con paso lento y sigiloso, se dirigió a él.
—Bueno, padre…—Susurró. El aludido saltó del susto y se volteó a verla. Sus ojos denotaban terror—El pecado más grave es… Haber matado a un cura en la iglesia—Dijo con voz inocente.
El tipo no hizo más que gritar y Eva le enterró fuertemente el cuchillo en el pecho. Después lo sacó y lo clavó en su cuello, en su pierna, en su brazo, en su ojo… En toda parte donde pudiera.
— ¡Tú eres Ciel, tú eres Ciel! —Comenzó a gritar como loca, mientras sacaba y enterraba el cuchillo en el cuerpo ya inerte y ensangrentado de su víctima— ¡Jamás me quitarás a Sebastián! ¡Morirás antes de que eso pase! ¡Y toda la maldita fortuna que debió pertenecerme ya no será tuya! ¡El dinero ya no sirve para alguien muerto!
Después de terminar su discurso, comenzó a reírse. Se cubrió la cara con su mano delgada, ensangrentada. Se sentía tan feliz, tan completa. Miró de nuevo el cuerpo del cura y, como si alguien le hubiese abofeteado en esos momentos, su rostro cambió drásticamente.
— ¡Definitivamente morirás, Ciel Phantomhive!

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—Bueno, no todos los días puedo verte así: Con una toalla en la cintura y con pequeñas gotas cayendo por todo tu pequeño e infantil cuerpo.
Ciel se sobresaltó al escuchar la voz cargada llena de deseo de Sebastián. ¿Cuándo…?
— ¿Cuándo llegaste? —Preguntó, mientras se ponía de pie (estaba recostado en la cama), poniendo los brazos en jarras.
—Hace unos 5 minutos, Ciel mío. Pero me dediqué a observar tu preciosos cuerpo—Ciel se sonrojó, mientras Sebastián esbozaba una sonrisa lasciva—. Ya sabes, eso de estrujarte se me da muy bien.
—Imbécil.
El pelinegro lanzó una risita y, asegurándose de que la puerta estuviese bien cerrada, se acercó al niño. Posó una de sus largas manos en su nalga izquierda, y con la otra comenzó a acariciarle su cabello lacio, aún mojado. Ciel no pudo evitar sonrojarse ante el tacto del pelinegro. Lo miró a los ojos. Esos ojos rojos que desde la primera vez lo cautivaron. Bajó su vista a sus labios y, alzando delicadamente su pequeña mano, la posó detrás de su cabeza. Se acercó lentamente a esos labios demoniacos que lo llamaban a gritos, y los besó.
Sebastián, atento a cada movimiento del chico, le quitó la toalla con algo de delicadeza (y decía algo porque ya quería hacerlo suyo de nuevo. Y, aquí el momento en donde, por tercera vez, se abofeteaba: ¡Calma, Michaelis!), y escuchó el gruñido del niño al sentir el frío del ambiente.
Y finalmente unieron sus labios en un beso fogoso, apasionado. Se necesitaban.
Ciel, completamente desnudo, dio un pequeño brinco haciendo que Sebastián tomara sus delgadas piernas y las enrollara en su cintura. Mordió su labio inferior con lujuria, haciendo que el peliazul gimiera. Aprovechando la situación, metió su lengua en su cavidad. La danza del infierno había empezado.
Se dio la vuelta y se dejó caer sobre la cómoda ama del lugar. El beso se intensificaba cada vez, y Ciel sentía que necesitaba más. Sebastián necesitaba mucho, mucho más. Se separó de sus lavios y comenzó a besar su mejilla. Después la lamió, haciendo que Ciel se alejara un poco.
—Me tras más que loco, ¿lo sabías?
Phantomhive bufó. Lo miró a los ojos y después sonrió al sentir al exorbitante miembro de Sebastián justo enfrente del suyo. No pudo evitar reírse un poco.
—Sí, ya me estoy dando cuenta.
Sebastián lo miró con malicia. Comenzó a bajar hasta el níveo cuello de su niño y depositó besos húmedos en el camino. Lamió cada centímetro de él y lo mordisqueó, de nuevo, sin piedad.
—Si dejas una maldita marca más, te juro que te castro.
Michaelis sonrió y lo apretó más contra sí. Era tan suave, y escuchaba como Ciel suspiraba al sentir el placer recorrerlo y cómo su pequeño miembro comenzaba a despertar.
Acortó de nuevo los centímetros que lo separaban y lo besó apasionadamente. Sus lenguas hacían una danza y competían, pero al parecer ninguno de los dos saldría perdedor. Sebastián pensaba, gustosos, que la boca de Ciel sobre la suya era como el cielo mismo. Mordió su labio inferior y el peliazul gimió ante el gesto.
Sebastián lo tomó de las nalgas y lo estrujó de nuevo contra sí.
—Tu piel es tan suave—Murmuró, ronco—Fascinante.
Lo alejó un poco y se quitó su chaleco y su camisa casi desesperado. Quería sentirlo más, tocarlo más. Siguió besando todo su cuerpo hasta que llegó a sus tetillas. Aquellos botones que siempre habían llamado su completa atención. Comenzó a lamer la piel alrededor de ellos con desesperación.
—S-sebastián…—Gimió Ciel. Se mordió los labios y comenzó a desabrochar el pantalón del pelinegro, mientras acariciaba sus pectorales y de vez en cuando besaba su cuello. Sentía su piel tensarse bajo su tacto. Arqueó la espalda cuando, repentinamente, el pelinegro mordió su pezón erecto. Con una mano masturbaba su pequeño miembro y con la otra le acariciaba la espalda. Sintió un placer infinito al sentir la lengua de Sebastián. Situó, entonces, sus pequeñas manos en su cabello.
Y su excitación y felicidad se vio interrumpida por una llamada.
—Contesta. —Bramó molesto Sebastián.
—No es el mío…—Ciel se estaba estremeciendo mientras seguía besando el cuello de Sebastián. Y éste, aún sin separarse de Ciel y seguía acariciando su miembro, se movió un poco para tomar su celular. Lo miró con cansancio y, al darse cuenta de quién era, puso los ojos en blanco.
Alzó el rostro del infante y lo besó con fiereza. Después se dirigió a su lóblo y lo mordió con deseo.
Siempre en el momento inoportuno…
— ¿Diga? —Preguntó, molesto, justo después de darle clic al botón del celular.
— ¿Dónde estás, Sebastián?
Ciel escuchó todo desde donde estaba. Gruñó de nuevo al ver la cara de enfado de Sebastián. Sin detenerse, comenzó a esparcir besos por todo el cuerpo del mayor, y éste seguía acariciándolo.
Adrenalina ante todo.
Porque ellos eran ignorantes al animal que Eva guardaba en su interior...
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Capítulo 4. Huracán, deseos y recuerdos pecaminosos. Parte ll.
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No importa cuántas muertes muera, nunca olvidaré.
No importa cuántas mentiras viva, nunca me arrepentiré.
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—Buenas tardes.
—Buenas tardes—Respondió Amber, al mismo tiempo en que le mostraba a la joven su credencial policiaca—. Necesito información sobre alguien.
La chica, que estaba sentada en su escritorio, la miró con algo de duda. Suspiró con cansancio y, lista para repetir la misma rutina de siempre, habló:
—¿A quién busca?
—Claude Faustus, por favor.

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[1]
—Creí haberte dicho que estoy en casa de Grell.
Sí, lo sé, pero…
Sebastián mordisqueó el cuello de Ciel mientras escuchaba a Eva hablar del otro lado de la línea. El ojiazul, algo molesto, trató de moverlo con todas sus fuerzas, mas no lo consiguió. Michaelis al darse cuenta de ello, se acomodó por sí solo, acostándose en la cama, con el brazo doblado y aún el celular en su oído.
—Sí, una nueva cadena de hoteles.
Ciel se sentó a horcajadas de él y dirigió sus labios al níveo cuello de su amante. Al parecer no le molestaba en lo absoluto estar hablando con su hermana y teniendo preliminares con él. Si no le importó antes, ¿qué le va a importar ahora?, pensó Ciel. Mordió, lamió y pellizcó toda la piel expuesta a él. Alzó un poco los ojos y observó como Sebastián luchaba para no lanzar un gemido. Sonrió con malicia.
—Ya…—Dijo Michaelis. Ciel sabía que, más que dirigirse a su hermana para que colgara, se lo decía a él. Lo sabía a la perfección.
Siguió repartiendo besos al mismo tiempo que escuchaba a su molesta hermana gritarle a Sebastián. ¿No habían comido juntos? Ciel no pudo evitar poner los ojos en blanco al pensar en esa pregunta. Definitivamente molestaba.
Al llegar a las tetillas de Sebastián, alzó de nuevo los ojos. El ojicarmín le observaba con furia y con deseo perfectamente combinados. Le decían "No lo hagas… O no me hagas gemir". Las mordió con algo de fiereza, como haciéndole saber al mayor lo que él sentía cuando hacía eso. Sebastián jadeó inconscientemente, sin tomar en cuenta a Eva al otro lado de la línea.
— ¿Sebastián? ¿Qué te pasa?
—N-nada…—Le respondió, ronco. El niño de cabello azul cobalto lanzó una risilla, sin importarle si lo escuchaban.
Cerró los ojos con fuerza al sentir la pequeña y traviesa lengua de Ciel recorrer todo su pecho. Mierda, mierda, mierda. Se estaba aprovechando el muy pillo. Se mordió los labios al sentir las pequeñas manos de Ciel acariciar su miembro por encima del pantalón.
— ¿Seguro? ¿En serio estás con Grell?
—Sí, Eva. Estoy con…—Pero no pudo continuar. No supo ni cómo ni cuándo, pero Ciel ya se había deshecho de sus molestos pantalones negros. Ahora se dedicaba a morder por encima de sus bóxers blancos su ya MUY erecto miembro. Tenía unas tremendas ganas de gemir (Cuarta bofetada mental: ¿Desde cuándo era que gemía? Ah, sí: con Ciel. Bofetada doble), y más cuando Ciel susurró un "Imbécil" y se lamía lentamente sus carnosos labios, dándole a Sebastián una imagen muy sugestiva.
Y cuando pensó que Ciel le bajaría los bóxers y le haría lo que le gustaba, fue todo lo contrario. Bueno, sólo le bajó los bóxers. Se dirigió a sus labios y los besó con fiereza. Sebastián respondió gustoso al beso, metiendo su lengua en su cavidad.
¿Sebastián? ¿Me estás escuchando? —Seguía insistiendo Eva.
Ciel frunció el ceño y le arrebató el celular a Sebastián. Se alejó un poco y lo miró con furia, para después colgar y lanzarlo al otro extremo de la habitación, causando un sonido que le daba a entender al pelinegro que el aparato se había roto… Otra vez (Y he aquí donde, de nuevo, se abofeteaba mentalmente: Jamás hablar por teléfono mientras tienes sexo con un niño de 13 años, y más si ese niño es Ciel. Aunque… ¿Con qué otro niño de 13 años tendría sexo? Ah, sí: otra bofetada mental).
—N-no debiste…
—Poco me importa—Le cortó, cabreado. Lo volvió a besar con fiereza y pasión. Y, justo ahí, justo en ese momento, en el que Sebastián sintió la cálida lengua del niño rozar con la suya, se dio cuenta de algo: Ciel le estaba dominando. Le estaba dominando completamente.
Algo indignado ante esto, en un rápido movimiento se puso de pie y se dejó caer en la cama, con el ligero cuerpo del Phantomhive debajo de él. Sonrió torcidamente entre el beso al escuchar el gruñido del ojiazul ante tal movimiento. Ahora, era él el que mandaba. Ahora, era él el que bajaba por su cuello y mordía, lamía y pellizcaba todo a su paso. Ahora era él el que acariciaba y mordía sus tetillas una y otra vez. Ahora era él el que tomó su miembro entre sus manos y comenzó a masturbarlo. Aunque con una pequeña diferencia: él sí terminaría su trabajo. No pudo evitar el no reír mientras lo pensaba.
Ahora era Ciel el que gemía sin control y arqueaba su espalda, al sentir las caricias que el mayor le proporcionaba. Y gimió más descontroladamente al sentir su miembro en la boca del ojicarmín. Lanzó un gritillo debido a la sorpresa, y echó su cabeza hacia atrás, agarrando fuertemente las sábanas celestes de una cama ya anárquica. Sebastián lamía frenéticamente su miembro, como si de una paleta se tratase.
—M-maldi… ¡Ah! —Gimió fuertemente al sentir la larga mano de Sebastián estrujar sus testículos. Y él que estaba feliz de que por primera vez había dominado a Sebastián.
El ojinegro sonrió y, separando más las piernas del niño, colocó la mano restante en un lado de las caderas del peliazul y lo lamió completamente, hasta adentro. Phantomhive sintió un gran escalofrío en toda su columna vertebral y suspiro fuertemente, como si le faltara el aire. Su respiración se volvía frenética y, con cada lengüetazo que Sebastián le proporcionaba a su miembro, sentía que moriría.
La lengua experta de Michaelis lamió toda la extensión del pene del más joven, con parsimonia. Como si le encantara hacerlo. Con suma delicadeza, estrujó por última vez los testículos del niño y alejó su mano, para después abrir los ojos y respirar sobre la piel de éste. Le miró. La imagen era sumamente erótica: Un Ciel sonrojado, con los párpados fuertemente cerrados, la boca entreabierta y lanzando gemidos de placer. Ah, y con su típico entrecejo fruncido. Sonrió con malicia.
—A-ah…
Sebastián estiró su largo brazo y lo colocó enfrente de la boca de Ciel. Éste entendió el mensaje enseguida. Abrió su pequeña boquita y Sebastián metió sus dedos. El pequeño comenzó a lamerlos como si del miembro de Sebastián se tratara, y a Michaelis le entró un aire de excitación mayor. En serio, se correría ahí mismo con esa sola imagen. Gimió al sentir los perfectos dientes de Ciel morder delicadamente su dedo, aumentándole el placer. Al doble. Al triple. Al cuádruple.
¿Dónde estaba su celular? ¿Para qué le llamaba Eva? Él tenía la respuesta: A la mierda todo.
Se volvió al miembro del pequeño y lo metió de nuevo en su boca. Ciel alzó sus caderas, permitiéndole a Sebastián devorar más de ese trozo de carne que tanto le gustaba.
—S-Sebastián… M-me… ¡A-Ah! —Gritó Ciel, llegando al orgasmo. Los dedos de Sebastián aún seguían en su boca, pero él pudo ver a la perfección el rostro de satisfacción de éste y cómo el semen le escurría por su fina boca. Michaelis lo miró con lujuria, y lamió sus labios. Siguió lamiendo un poco más el miembro del niño, mientras movía los dedos que estaban en la boca de éste, formando de círculos. Al escuchar el suspiro del ojiazul, se alejó.
Abrió más sus piernas y, sin sacar sus dedos de la boca de Ciel, se acercó a su rostro. Le mordió las mejillas, le lamió su mentón, y le acariciaba el cabello con su mano libre. El ojiazul sentía que moriría ahí mismo. Había conocido el infierno y el cielo con ese hombre.
En verdad le gustaba. Le fascinaba. Lo amab…
—¡S-Sebastián!
El aludido se abrió paso al hoyito anal de Ciel con su mano. Y, éste, después de lanzar un gritillo, tomó la muñeca del mayor para que no alejara su mano de su boca. Comenzó a lamerlo más al sentir cómo Michaelis hacía formas de círculos y separaba sus dedos dentro de él. Jamás pensó que fuera tan placentero. Sebastián alejó su mano de su boca y sonrió en demasía al escuchar el gruñido del ojiazul. Lo besó con fiereza, con necesidad, con lujuria, con pasión… Con amor.
Sacó sus largos dedos, para después meterlos de nuevo, pero ahora fingiendo que le daba embestidas, aumentando la velocidad poco a poco. Escuchar los constantes gemidos de Ciel era como una locura para él. Era música, arte. La espalda del más joven comenzó a retorcerse de placer y le dio a entender que estaba listo. Con una velocidad digna de un demonio, sacó sus dedos y lo colocó encima de él, haciendo que Ciel enrollara sus finas y níveas piernas alrededor de su cintura. No paraba de respirar frenéticamente y él ya quería sentir la cavidad del niño encerrando su miembro. Quería enterrarse en lo más recóndito de su ser.
—Ahora, Bocchan…—Susurró Sebastián, con malicia.
Ciel le dedicó una mirada furiosa, como si quisiera matarlo con la mirada.
—No soy tu Bocchan, imbécil—La voz del peliazul sonaba entrecortada y agitada, débil, como un murmullo entre un montón de gente parloteando.
Michaelis sonrió con malicia y colocó su miembro en la pequeña y rosada entrada del niño. Éste lo miró, con deseo y con furia, casi pidiéndole a gritos que lo hiciera suyo ya. El pelinegro contorneó con su lengua los pequeños e hinchados labios de su amante, para después besarlo con salvajismo. El ojiazul enrolló sus delicados y delgados brazos alrededor del sudoroso cuello de Sebastián, para enterrar sus dedos en su cabello sedoso. Correspondió al beso como si no hubiese mañana, como si no se volvieran a ver. Sus lenguas jugaban una danza infernal en la que ninguno de los dos quería salir.
Y, entonces, Sebastián lo penetró de una sola estocada.
—¡A-Ah! —Gimió el niño, separándose de los carnosos labios del mayor. Éste bajó sus labios a su cuello, lamiéndolo.
Lo había penetrado tan de pronto y tan fuerte, que Ciel sintió una pequeña punzada de dolor. Sebastián, al darse cuenta de que se dejó llevar por su lujuria y deseos carnales, se quedó quito un poco. Pero cuando Ciel bajó uno de sus pálidos brazos a su trasero, entendió que debía continuar.
—Hoy… Realmente…—Balbuceaba Sebastián, comenzando a moverse un poco—…Andas muy lujurioso, Ciel.
Ciel sonrió un poco y alzó las caderas, indicándole a Sebastián de que avanzara más. Éste no dudó en hacerlo. De una sola estocada, volvió a penetrarlo con fiereza. Las embestidas aumentaban de fuerza a una velocidad sorprendente.
—S-Sebas…—Ciel echó su cabeza hacia atrás y sentía el calor recorrer su cuerpo. ¡Oh, pero qué bien se sentía! Sentir dentro a Sebastián era realmente placentero, y demasiado.
Las embestidas fueron subiendo de tono y el húmedo sonido de sus cuerpos chocar era realmente estimulante para ambos. Sebastián besaba y mordía el lóbulo del niño mientras respiraba agitadamente en su oído, dándole a Ciel unas tremendas ganas de gritar más.
—¡Oh, S-Sebastián! —Chilló Ciel al sentir el miembro del mayor enterrándose en lo más profundo de su ser. Definitivamente le estaba gustando.
Los rechinidos del cómodo colchón no se hicieron esperar. Con sus ojos y pensamientos nublados de puro placer y éxtasis, el ojiazul se dio cuenta de que en verdad Sebastián le estaba dando con todo. No con cualquier movimiento se podría lograr que un colchón como en el que estaban produjera esos sonidos.
De pronto, Ciel lanzó un gritillo de dolor. Eso llegó a los oídos del mayor, que dejó de lado el oído del niño para mirarlo a la cara: Sus párpados estaban cerrados fuertemente. Frunció el ceño, para luego ir bajando la intensidad de…
—Ni se te ocurra detenerte, idiota—Habló Ciel, respirando agitadamente. Lo tomó de los cabellos bruscamente, como si de un perro se tratara—. Quiero que cumplas lo que dijiste. Ahora si quiero ser tu Bocchan.
Sebastián abrió sus orbes carmesíes. El niño… Su niño… ¿Había escuchado bien?
—Hazme tuyo como si no hubiera mañana. ¡Es una orden, Sebastián! —Le dijo, alzando la voz, para después acercar su inocente rostro al oído del mayor—. Un mayordomo tiene que cumplirlo al pie de la letra.
Michaelis, saliendo de su trance, no pudo evitar reírse. Incorporándose un poco, quedó frente a frente con Phantomhive. Las mejillas sonrosadas del niño lo tenían cautivado, y sus ojos nublados por la lujuria lo único que conseguían era incitarlo mucho más. Con su típica sonrisa amable, lo embistió más fuerte, más profundo, más certero, más salvaje. Y, al observar que Ciel cerraba los ojos debido al placer, susurró:
Yes, my lord.
Sebastián comenzó a embestirlo una, otra, y otra vez. Justo como el ojiazul dijo: Como si no hubiese mañana. Y le vino a la mente Kristen, Eva, Grell, el asesinato… Eva como sospechosa. Y, con el miedo que jamás creyó sentir, abrazó fuertemente a Ciel. No sabía qué haría si le pasaba algo a ese niño. A su niño, al niño que había cambiado.
Y entonces, se dio cuenta de que no era sólo deseo. Había otro sentimiento. Sí, ese sentimiento que no sintió con nadie. Ese sentimiento que de demonio te hace pasar a un ángel. Pero cuando el receptor de tal sentimiento está en peligro, vuelves a tu linaje natural. Así se sentía.
—¡S-Sebastián!
Lo amaba tanto…

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— ¿Sí?
— ¿Usted es el señor Faustus?
—… Sí.
—Oh, bueno—Amber sonrió de oreja a oreja—. Yo soy Amber Brust—Habló, extendiéndole la mano.
Claude Faustus miró dudoso la delicada y aperlada mano de la joven. Alzó finamente una de sus cejas, para después acomodarse sus lentes rectangulares con clase. Lanzó un suspiro. No tenía de otra.
—Un gusto, joven Brust—Le respondió, con su voz grave, dándole la mano. No sabía quién era pero la cortesía es lo primero, ante todo. —Pase. —Indicó.
La mujer entró con paso decidido, lentamente. Miró la sala, después al doctor-maestro. Lo miró con sus ojos acaramelados iluminados fuertemente, con ilusión. Tenía que admitir que era guapo, realmente guapo. Y su cabello era tan lacio que le daban unas tremendas ganas de…
— ¿Claude? ¿Quién es?
Justo cuando Claude iba a responder, escuchó un chillido de susto de parte de su visita, justo en el momento en el que Alois apareció del cuarto con una bata amarilla encima de su cuerpo. Miró a Amber, y se dio cuenta de que miraba muy sorprendido a Alois. Después observó a Alois. Éste estaba igual o peor que Amber. Se creó un silencio algo incómodo, pero Faustus estaba peleando fuertemente para no burlarse ante la cara de su amado Alois y de la joven.
Parpadeó confuso. Y el silencio se vio interrumpido por el sonido.
— ¿¡QUÉ MIERDA HACES AQUÍ! —Gritaron al unísono.
Lo único que hizo Claude, fue infartarse por el volumen del grito.

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¿Cuántas heridas nos hemos hecho desde que nos conocimos? ¿Cuánto nos hemos soportado?
Quise que me dijeras cuando sufrías, más que nadie La verdad se desvaneció en tus ojos, sin emoción y en silencio
¿Qué es lo que pensabas? No necesito una razón, sólo devuélveme lo que es mío.
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Eva miraba furiosamente al celular que tenía en su mano. Lo apretaba con tanta fuerza que incluso parecía que lo rompería.
Iba caminando por una de las calles más concurridas de Londres, con la ropa algo mojada debido a que no había llevado repuesto para la ocasión. Su mal humor había disminuido, pero ahora que terminó la llamada con Sebastián, aumentó más.
¿Cómo se atrevía a colgarle? Ni siquiera le estaba prestando atención y, lo peor de todo, ella sabía que no estaba con Grell.
Sí, ya los descubrió.
Esa maldita risita maligna que se escuchó en la llamada…
Te odio, Ciel…

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[2]
—¡O-Oh, S-Sebastián!
Ciel llegó al segundo orgasmo, corriéndose y derramando su semen en su abdomen y en el del mayor. Éste siguió embistiendo un poco más, para después morder el cuello del ojiazul y jadear.
—C-Ciel, ah…—Y tocó el cielo otra vez.
Dios, será difícil dejarlo afónico, pensó Sebastián, tomando en cuenta de que lo había hecho gritar una y un millón de veces y su voz seguía igual: endemoniadamente sexy.
—A-Ah…—Jadeaba el niño, con un leve dolor en su espalda. Bueno, bueno. Lo han hecho dos veces, no quería ni imaginar cuántas faltaban.
Se removió un poco, aún con el gran miembro del pelinegro dentro de él. A ninguno de los dos parecía molestarle en lo absoluto. El ojicarmín de vez en cuando lamía su pecho sudoroso, con una lentitud que hacia llevar a Ciel a la locura. De pronto, se sintió pegajoso. Incómodo.
Sebastián, al darse cuenta de la incomodidad del niño, salió de él con algo de lentitud, como si no quisiera hacerlo, para después besarle tiernamente la mejilla.
—¿Pasa algo? —Preguntó, burlón.
—Necesito un baño.
Y Sebastián sonrió maléficamente. Y Ciel… Bueno, él sólo se espantó y se fue corriendo… Literalmente hablando.

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— ¡Yo pregunté primero!
— ¡Mierda, no! ¡YO PREGUNTÉ PRIMERO!
A Claude sólo le faltaban las palomitas y su refresco para que pareciera que estaba en una película. Debía admitir que estaba algo sorprendido. La voz chillona de ambos le llegaba hasta lo más recóndito de su oído. Incluso sentía la sangre correr por ellos. Exagerado, pensó.
Después se dio cuenta de que Amber miraba a Alois de una manera algo más que espantada. Se le quedaba viendo a su atuendo y a la pequeña mordida que traía en el cuello. Se mordió los labios. Mierda, tenía razón… Está del tamaño de Júpiter, se regañó mentalmente.
La hermosa chica abrió su boca, formando una perfecta 'O'. Justo cuando iba a hablar, el grito de Alois inundó la habitación.
—¡El perro de Faustus lo hizo! —Su voz denotaba nerviosismo. Claude alzó su ceja algo ofendido y Amber carcajeó. —… N-no…
—No te preocupes, no vine para eso—Dijo, apuntándolos con ambos dedos, y con algo de burla en su voz. Sin contar que estaba sonrojada al darse cuenta de su tipo de relación—. Vine para hablar con usted, señor Faustus.
Ahora miraba a Claude. Éste en un rápido movimiento se colocó detrás de Alois y, mirando a la chica, acomodó un poco su camiseta y habló:
—¿Cómo sabe de mí?
—Usted fue el que estuvo a cargo de Eva Phantomhive en el hospital psiquiátrico, ¿no? —Ante esto, tanto Claude como Alois abrieron sus ojos de la sorpresa. Amber suspiró—. Soy una agente encubierta, encargada del caso de la familia Phantomhive y de la joven Kristen McCallis. Me estoy haciendo pasar por la mejor amiga de la joven Phantomhive para así sacar información y atraparla. Nos estamos acercando más y sólo necesitamos la ayuda de usted y de una que otra personilla más. Así que, por favor…
—¿Ciel sabe esto? —Preguntó Alois, con su mirada sombría, interrumpiéndola.
Claude le había dicho todo de un solo golpe. Fue tan repentino que aún no se podía creer el hecho de que conociera a Faustus. El mundo era tan pequeño… Y ahora con Amber… Lo era aún más, sin duda.
—No.
Bueno, él se encargaría de abrirle más los ojos a su mejor amigo. Él jamás permitiría que su único amigo de verdad muriera. Porque se prometieron estar juntos ante las adversidades, se prometieron estar juntos siempre, hasta la eternidad. De jóvenes, de adultos, de viejos. Porque Ciel Phantomhive le enseñó la palabra lealtad. Le enseñó a ser más confiado de sí mismo. Le enseñó a ser lo que ahora era.
Si antes intentó hacerle daño, esa era una estupidez. Por los dioses, juraría y pactaría con un demonio con tal de defender a su amigo.
Cueste lo que cueste, él estaría ahí.

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[3]
—¡S-Sebastián!
El chillido de Ciel se escuchó por toda la habitación. Oh, dios. El mayor lo había seguido al baño aunque el peliazul hubiese corrido para esconderse. Aún cuando él se metió a la bañera con agua fría para que él no entrara, entró. Entró desnudo, sin ningún pudor. Y él se sonrojó otra vez.
Ciel abrió un poco los ojos.
Sebastián jugaba con su masculinidad con tremenda malicia, disfrutándolo. De vez en cuando lo miraba para poder ver su rostro sonrojado, excitado y derrotado. Oh, mierda, mierda, mierda.
—¡M-maldito! —Gritó Ciel al sentir la gran mano de Michaelis apretar fuertemente su miembro.
—Hace unos minutos atrás no decías lo mismo, Ciel mío. Me has ordenado que cumpla con lo que dije, y, como puedes escucharte tú mismo, te darás cuenta de que duraremos aquí unos cuantos días. —Sonrió con malicia.
Se alejó de su miembro y, con todo el cuerpo empapado, lo volteó.
—Apóyate en la bañera si no crees que aguantes—Le susurró al oído, causándole un escalofrío al ojiazul, que lo único que hizo fue alzar su pequeño trasero y restregarlo contra la fuerte erección de Sebastián.
Mierda, mierda, mierda. El mayor amaba verlo contradecirse a sí mismo. Escuchó la risita malvada de Sebastián para luego penetrarlo fuertemente, sin contratiempos.
—¡A-Aaaah! —Bueno, sí le gustó. Su grito se prolongó más de lo normal.
Las embestidas no comenzaron lentas. Fueron frenéticas, salvajes. Y Ciel no para de gemir.
—No gimes—Le dijo Sebastián, recargando su torso en la espalda arqueada del chico, lamiéndole el lóbulo y masturbándole su miembro—. Estás gritando. ¿Acaso quieres que esto acabe rápido, pequeño Ciel? En ese caso…
Drásticamente cambió las embestidas salvajes por unas débiles, lentas. Escuchó entonces el gemido de Ciel. Ese frustrado, desilusionado.
—Entonces…—Susurró Sebastián, moviéndose un poco.
—¡E-Entonces nada! —Rugió Ciel, moviéndose hacia tras, profundizando la penetración.
Michaelis abrió sus ojos por la sorpresa. Vaya, vaya…
Parece que ya no era el único pervertido en la relación.

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—La sociopatía, señorita Brust, es una enfermedad meramente psicológica. No se hereda, ni es bilógica. Simplemente se da con el paso del tiempo, y se desarrolla debido al lugar en el que vivas, a la relación que tienes con tus padres, a la que tienes con los demás, y a otros factores que no tienen demasiada importancia si tomamos en cuenta el caso de la señorita Phantomhive.
» Cuando aún era novato, dígase hace cinco años, me interesé en la psicología. Y trabajé con uno que otro psicópata, pero yo no sabía de la enfermedad que padece la joven Phantomhive. Y cuando lo supe, pensé que era curable. Pero no lo es. Las personas con este trastorno no tienen pena alguna hacia nadie, y, a diferencia de los psicópatas…
—Ellos sí saben lo que hacen—Interrumpió Amber—. No son como los psicópatas, que pierden la noción del tiempo y salen de control cuando saben que están en peligro.
—Exacto. Ellos lo hacen por placer, porque digamos que les gusta. Es como un pasatiempo.
—Entonces…—Habló Alois, que se encontraba al margen de la situación—. Eva es consciente de todos los asesinatos que competió—Más que una afirmación, sonaba como una pregunta.
—Así es—Claude asintió, mirándolo.
—¿Y no siente remordimiento alguno?
—Han sido muy pocos los casos en los que un sociópata ha dicho la verdad ante un policía o un juez, Alois. De hecho, encontraremos un montón de sociópatas allá afuera, a nuestro alrededor, sin darnos cuenta. Saben mentir muy bien y su capacidad intelectual a la hora de estar en problemas es extremadamente grande. —Comentó Amber.
—Es por eso que necesita mi ayuda.
—Así es. Llevo algo de investigación en esto. Me falta encontrar sólo al hermano mayor de Kristen y a un amigo del difunto Vincent. —Suspiró—. Pero bueno, quieras o no tendrá que ayudarme, señor Faustus. Pero para no sonar grosera—sonrió—, le haré la pregunta. ¿Acepta ayudarme, señor Claude Faustus?
El aludido se le quedó observando. Sintió el pellizco de Alois en su brazo y suspiró. Con cansancio, y, sabiéndose en lo que se estaba metiendo, habló:
—Está bien, acepto.
Amber mostró su sonrisa de oreja a oreja. Pero tan pronto como vino, se fue. Lo miró con ojos serios, como si hubiese recordado algo.
—Por cierto, Alois… Tienes que decírselo a Ciel, ya. Eva siempre ha tenido sospechas de que esos dos le esconden algo, así que no dudará en matarlo si es necesario. Está obsesionada con Michaelis y odia tanto a su hermano por una u otra razón que no quiero hablar de ello en este momento.
—No tienes porqué decírmelo, Amber. —Sonrió con malicia. —Yo sé defender lo que es mío—Claude, al escucharlo, frunció el ceño— ¡Oh, no te enceles! Sabes que a quien quiero es a ti.
Alois y su estado bipolar. Ahora besó a Claude en la mejilla, causando un sonrojo grave en Amber.
Oh, ella misma se repetía: Qué pequeño es el mundo.

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[4]
Ciel lamía con desespero el pecho manchado de Sebastián. Ahora estaban en el piso, encima de la alfombra. El peliazul, después de hacerlo en el baño e irse casi arrastrando al teléfono, había pedido un chocolate.
Al principio Michaelis no entendía (Miraba con tanto desespero la cama y el cuerpo de Ciel que tuvo que abofetearse más de quinientas veces para no correrse ahí mismo). Pero después de que el chocolate Phantom llegara, y de que el pequeño cuerpo lo tirara al suelo y le empezó a embarrar el deliciosos dulce que estaba entre sus manos, no pudo evitar carcajearse.
Carcajeada que se atoró en su garganta al sentir la pequeña boca del niño rozar su miembro.
¡Cómo le encantaba torturarlo! Bajó su mirada lentamente, para encontrarse con un Ciel masturbándole su virilidad y con chocolate alrededor de su boca. Y cuando vio la mirada del ojiazul, se dio cuenta de que… Oh, sí. Amaba torturarlo.
En lugar de lamer su miembro volvió a lamer su pecho y se auto penetró.
—¡A-ah! —Gritaron al unísono.
(Número de bofetada sin definir: Una venganza de Ciel es dura y placentera). El ojiazul, sin dejar de lamer su pecho, comenzó a moverse. Primero en círculos y luego comenzó a saltar. Sebastián lo sostenía de las caderas y su rostro mostraba excitación pura, deseo al extremo. Los constantes gemidos de Ciel le daban a entender que en verdad le gustaba. Éste seguía lamiendo su pecho con frenesí, con desespero, mientras cabalgaba encima de Sebastián con locura.
Había olvidado que ama el chocolate, pensó Michaelis.
—S-Siento…—Habló Ciel, lamiendo su cuello hasta llegar a su oído—… Q-que me voy a…—Tomó una fuerte y profunda bocanada de aire—…p-partir en dos…
Saltó encima del cuerpo de Sebastián, y éste lanzó un grotesco jadeo.
—¡M-Maldición! —Se mordió los labios con fiereza.
Tomó los delicados cabellos de Ciel y le obligó a mirarle a la cara. Sus ojos empañados de deseo le llenaban por completo, y esas mejillas manchadas de chocolate eran realmente atractivas. Lo besó con fiereza, lamiendo su lengua con la suya. Era un beso demasiado fogoso, quizás el que más se han dado en los meses que llevan juntos.
No importa lo que pase.
Él viviría el infierno junto a ese pequeño cuerpo que estaba encima de él.

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—Pero mira quién va caminando por ahí manchada de sangre…
—Es Eva Phantomhive, ¿no?
Oh, los pecados poco a poco se descubren
La sonrisa tétrica del tipo de cabellos grisáceos hizo que un escalofrío recorriera la espalda de su acompañante.
—Sí, es ella. Ha crecido mucho. Me pregunto cómo está el conde.
—Jeje, siempre te interesó ese niño, ¿no? —Preguntó el de lentes, haciendo que la sonrisa del peligris se ensanchara más.
—Cierto, cierto…
—¿Ahora qué?
—Haremos un ataúd a la medida de la joven, heeee.
La risita del hombre vestido de negro y su recién comentario hicieron que Ronald riera con algo de nerviosismo.
Es mejor pagarlos antes que tocar el mismo infierno
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¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué yo no soy una condesa de verdad?
¿Por qué la familia Phantomhive no tuvo una niña en la época victoriana?
—¡Mira, mamá! ¡Quiero un chocolate Phantom!
—Claro, hijo mío, vamos a comprártelo.
¿Por qué no confiaron en mí? ¿Por qué querían más a Ciel?
¿Por qué Sebastián no me mira sólo a mí? ¿Es que acaso no soy lo suficientemente bella?
—Muy hermoso el hotel C.P., ¿no?
—Como todos los hoteles del señor Michaelis, cariño mío.
Como si eso importara…
Estás destruida, estás acabada. Estás aniquilada, estás sola. Incluso desconfías de tu mejor amiga. No tienes perdón. No tienes alma. La sonrisa que muestras ahora es maldad pura. Tu sonrisa siempre ha sido mentira.
Tú no eres feliz. Tú con Ciel en el mundo jamás serás feliz.
—No mereces el apellido Phantomhive.
Entonces ellos tampoco.
¡Muestra al mundo esa sonrisa malévola, Eva! ¡Que todos sepan quién eres en realidad!
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Es difícil tratar con el blanco, no estoy habituado, incluso los suspiros resuenan.
Algún día deseo olvidar mi respirar que tampoco puede recuperarse.
La restricción que se enrolla alrededor de mi cuerpo: incluso la mente parece dormir.*
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—C-Ciel...
—S-Sebas...—La voz del pequeño se apagó. Su garganta estaba cerrada. Perdió la cuenta de cuántas veces lo hicieron después de irse al armario que estaba en el baño.
Sebastián tomó su rostro con delicadeza. Más allá del deseo, tenía que decirle algo muy importante. No, no era algo sobre Eva. Era sobre él, sobre lo que sentía. Ése niño le cambió la vida por completo, pero en el fondo tenía miedo. Si Ciel no lo amaba, él...
—Te amo, Ciel...
Sintió la tensión del cuerpo del pequeño. Lo miró, por primera vez, con ojos algo asustados. Tenía un miedo tremendo, uno muy grande. Los ojos de Ciel le reflejaban frialdad pura, y lo taladraban. Su corazón comenzó a latir fuertemente y sentía que su cuerpo ya no podía más.
Pero todo cambió con una sonrisa.
Esa sonrisa que Ciel jamás le había dedicado: una inocente. La de un niño de trece años. Y, sin dudarlo ni decirle nada, se lazó a los labios del mayor.
Sebastián Michaelis conocía lo suficientemente bien a Ciel Phantomhive como para saber lo que eso significaba.
Yo también te amo, Sebastián...

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Capítulo 5. Cuando esos sentimientos llaman a tu puerta.
By:
CiebasPhantomhive
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No tengo miedo al fuego eterno
Tampoco a sus cuentos amargos.
Pero el silencio es algo frío
Y mis inviernos son muy largos.
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—S-Sebastián…
El débil cuerpo de Ciel temblaba mientras era embestido con fiereza. La anterior declaración amorosa no hizo más que aumentar la intensidad de la lujuria y pasión que los rodeaba a ambos. Sus cuerpos sudorosos han perdido la cuenta de cuántas veces hicieron el amor, de cuántas veces unieron sus cuerpos con desespero.
Sin poder evitarlo siquiera, Sebastián respiraba pesadamente sobre el oído del niño, lo que traía como consecuencia que éste entrara en nerviosismo y varios espasmos recorrieran su cuerpo, de pies a cabeza. Ninguno de los dos podía evitarlo.
El gran miembro de Sebastián penetraba a Ciel a consciencia. Entraba y salía con un deseo abrazador demasiado estimulante para el niño, que lo único que hacía era gritar de placer.
Con los párpados fuertemente cerrados, el pequeño Conde buscó con ansias los labios cálidos y carnosos del mayor. Cuando los encontró, los mordió fuertemente al sentir otro espasmo recorrer su pequeña figura. Lo jadeos descontrolados del pelinegro lo llevaban al cielo y al infierno. Era como un niño cayendo en las garras del demonio, haciendo un pacto eterno.
Chilló bruscamente al sentir sus paredes anales atrapar más entre sí el miembro de Sebastián.
—¡S-Sebastián! —El grito de Ciel seguramente se escuchó por todo el hotel.
El aludido lo siguió embistiendo con fiereza, mientras lo recostaba un poco en la cama. Lamió sus labios y se unieron de nuevo en una danza infernal.
Danza que terminó hasta que Sebastián llegó al orgasmo y se derramara en Ciel, que gimió otra vez.
—C-Ciel…—Jadeó el pelinegro, mientras se dejaba caer encima de Ciel, quien no desenrolló sus finas piernas de su cintura. Enterró su rostro entre en el cuello del chico y aspiró su aroma—. Sorprendente. No pensé que… Tuvieras tanta… Resistencia…—Habló, regulando su respiración.
El Phantomhive gimoteó en modo de respuesta, mientras alejaba un poco de él a Sebastián. Éste alzó su ceja finamente.
— ¿Quieres que me quite? —Lo observó. Ciel asintió con parsimonia— ¿Te estoy aplastando? —Volvió a asentir— ¿No te dejo respirar? —Esta vez, Ciel negó con la cabeza, y Sebastián sonrió— ¿Por qué no hablas?
—Jódete—Le dijo Ciel, con voz ronca.
Sebastián ni se preocupó en reprimir una risilla traviesa. Entonces, se movió, siguiendo con la mirada a Ciel. Éste se puso de pie con algo de dificultad, situando una de sus pálidas manos en su espalda baja, jadeando. Tomó su celular y regresó a la cama con una lentitud que al lado de él, el caracol sería un corredor olímpico con una medalla de oro. El ojirojo de nuevo rió por tal comparación.
Ciel, en cambio, le dolía la cabeza. Se recostó de nuevo en la cama, pasando su pequeño brazo por el pecho de Sebastián. Buscó entre sus contactos a Alois, todo ante la atenta mirada de su amante. Y, justo en el momento en que escuchó el gruñido de Michaelis, sonrió. Sí. Michaelis en veces podía ser demasiado posesivo. Recordó aquella noche en la que Alois y él… Bueno, para qué decirlo. Pasaron unos cuantos segundos para que el rubio hiperactivo contestara.
— ¿Alois? —Preguntó con voz ronca, y Sebastián pudo leer una pizca de vergüenza en su voz. Se acercó un poco más al pequeño cuerpo— ¿Aún con…? Vale, vale, entiendo—Suspiró—. No, no diré nada. ¿Qué por qué sueno ronco? Jódete. Sí, que de jodas. No vengas a… ¡Que no, mierda!
No. Él no era celoso. Es solo que hace ya tiempo que escuchó a Ciel decir que Alois lo acosaba y que quería ser uno con él. Y, de pronto, llegó. Diciendo que era mejores amigos y toda la cosa. Y le pasó por la mente una manera muuuuy linda de poner a cintura al rubio. Ohhh, sí. Pero no, no lo hizo. Porque justo esa misma noche comenzó su aventura. No sabía por qué, pero cada que Ciel pronunciaba el nombre del chico, sus ojos se encendían de furia y unos celos lo carcomían por dentro.
—¿Hablar conmigo? Sin Sebastián, ¿eh? —Escuchó decirle. No pudo evitar fruncir el ceño—. ¿Violarme tú a mí? Por Dios Alois. Jódete. Madura ya…—Vio que se sonrojó— ¡N-No! ¡N-No me gimas en el oído, Trancy! —Gruñó.
Y eso sacó de quicio a Sebastián.
Le arrancó con furia el celular y lo lanzó al otro extremo de la cama. Rápidamente se situó encima de Ciel y lo miro a los ojos. Aún tenía su sonrojo en sus mejillas.
—¿Sexo por teléfono conmigo enfrente? Eres malo.
Su voz fría y seca hizo que algo dentro de Ciel encogiera. Ya había visto a Sebastián molesto y celoso, pero su mirada nunca fue tan sombría. No entendía razones para que Sebastián se pusiera así.
Ni el pelinegro las entendía.

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—Sí, soy yo. Ajá, aún con él—Le interrumpió, divertido—, pero eso a ti que te importa—Infló sus mejillas— ¿No me dirás nada? ¿Y por qué suenas ronco, Ciel mío de mí de mi interior más recóndito? —Sus ojos azules se iluminaron con perversión.
Claude miraba atento, como siempre. Pero después volvió su vista a los papeles que Amber les había entregado minutos atrás.
En él venían las posibles hipótesis del porqué Eva hizo lo que hizo y de una investigación de su vida completa, enfatizada más que nada en el momento en que ella tuvo la discusión con sus padres y el día en que ella pisó por primera vez el hospital. Incluso venía una fotografía de él y una pequeña biografía del mismo. Esto sí es una investigación completa, pensó.Incluso menciona cómo pasó el incendio de la mansión y todo un reporte completo de la muerte de esta chica, Kristen.
—¿Joderme? —Preguntó Alois, con voz chillona— Mira que eres maligno. ¿Entonces no me dirás nada? —Su voz cambió a una más inocente, haciendo que Faustus suspirara y se pasara una mano por su cabello.
Meneó un poco su cabeza para controlar su estrés. El niño sí que era bipolar. Si no se callaba, encontraría una forma de hacerlo. Sonrió con lujuria.
—Tengo que hablar contigo urgentemente, Ciel—La voz de Alois cambió, de nuevo. Ahora sonaba serio, maduro—. Sin Sebastián. ¡O si no te violo! —Gritó entre risas. Claude frunció el ceño y suspiró de nuevo. Era sumamente bipolar—. ¡A-Ah, Cieeeel! —Canturreó, pero más que un canto, sonaba como un gemido.
Claude entrecerró los ojos. Justo cuando se iba a poner de pie, miró la cara de duda de Alois.
Éste lo miró, perplejo.
—Me colgó.

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—¿Eva?
—¡Oh, Amber!
Ambas se abrazaron en plena calle concurrida de Londres. Ambas se abrazaron con una sonrisa fingida. Ambas se abrazaron con furia y resentimiento. Claro que por razones diferentes.
—Mira que te vez bien—Dijo Amber, mirándole el rostro. No se atrevía a mirarla a la ropa, a sabiendas de que era sangre—. Nunca te había visto tan guapa, mujer.
La pelicafé se le quedó viendo con algo de frialdad. No sabía si había sido un comentario mordaz o lo decía sinceramente. A pesar de ser su amiga, siempre había tenido sus dudas, ¿por qué? Porque apareció tan de pronto, después de que la única empresa que ella heredó se fuera a la quiebra. Después de que un supuesto ladrón entrara a la mansión para matar a su hermano.
—Gracias, querida. Tú no te quedas atrás—Respondió, ocultando muy bien su enojo. Colocó su celular en la bolsa, mirándolo con odio. No se le había pasado el coraje. Se vengaría pronto.
—Oh—Exclamó Amber. — ¿Y Ciel? Hace tiempo que no veo a ese angelillo—Preguntó, con malicia. Malicia que casi pasa desapercibida por Eva. Casi.
—Por ahí—Dijo secamente.
—Ya veo, ya veo. Bueno, bueno querida, ¿y cómo vas con Sebastián?
—.. Bien. Perfectamente bien. Y pronto iremos mucho mejor.
Amber abrió sus ojos en par. ¿Acaso ella…?
—Me… Alegro mucho, Eva.
—Lo sé. Ya lo verás.

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—Mira, Sebastián. Si vas a lanzarme esos sermones de…
—¿El mocoso y tú son novios? —Preguntó de golpe.
—¿Q-Qué?
—He preguntado…—Tomó aire—Que si ese mocoso y tú son…
—Para empezar—Ciel le interrumpió el entrecejo fruncido notoriamente. Su mirada se volvió fría de nuevo, mirando al pelinegro con inteligencia—, su nombre es Alois. O Trancy, como quieras decirle. Segundo, no me dejaste terminar la llamada—Apuntó con la cabeza a su celular—. Y tercero, no puedes reclamarme nada porque…
Su habladuría se vio callada por los labios de Sebastián sobre los suyos. El beso no era pasional, lujurioso. No reflejaba ternura ni necesidad. Le transmitían coraje, celos, desesperación, ceguera.
Intentó separar a Sebastián con las pocas fuerzas que le quedaban, pero fue más que inútil. Entonces mordió sus labios con algo de furia, pero evitando que le sangraran o algo peor. El ojicarmín se separó de él de golpe, confundido y mirándolo penetrantemente. Cuando Ciel se dio cuenta de que iba a hablar, se adelantó:
—¿Cómo crees que me sienta al imaginarte a ti con mi hermana en la cama, eh? —Preguntó con enojo evidente, al ver que el pelinegro se separaba más de él y levantaba el rostro. — No se siente tan mal, he de decir—Respondió con ironía.
—No confío ni me agrada Alois.
—Ni yo en mi hermana.
Se miraron por unos segundos. Estaban separados por una almohada de plumas de ganso de color azul cielo. Una almohada que luego quedó tirada en el piso…
… Y patéticos segundos que se fueron a la deriva al besarse con pasión.

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—Kristen…
El hombre miraba la tumba de la chica con algo de melancolía. El reflejo de la luz no dejaba ver el color verde-amarillento de sus agudos y penetrantes ojos. Su traje completamente denegro le daba una vista algo temeraria, escalofriante. El maletín que anteriormente cargaba en sus manos ahora yacía sin pena alguna en el suelo, arenoso y lleno de hojas y flores marchitas.
Recordaba como si fuera ayer la noche en que le llamaron de la policía para reconocer el cuerpo. Un cuerpo mutilado con desesperación y odio, que él no se atrevió a mirar. Por nada del mundo. Su imagen de hombre frío e inquebrantable se vio, irónicamente, quebrada al ver con sus propios ojos los de su hermana sin vida.
Juró alguna vez que se vengaría del asesino de su hermosa hermana Kristen.
Se cambió el apellido para olvidarse de sus penas, pero todo fue en vano.
— ¡Will-san!
Quién diría que el destino le daría esa oportunidad.
Como un shinigami buscando un alma sin cansancio…

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—Mansión de la familia Phantomhive.
Tanaka contestó el teléfono del estudio de su pequeño amo. Era la directora de la escuela del niño.
—¿Solicitan a la señorita Eva mañana? Pláticas escolares, entiendo. Perfecto, yo le doy su mensaje a la joven. Por supuesto, igual. Adiós.
El mayordomo de la mansión Phantomhive colgó el teléfono y salió de la oficina.

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—Señor Faustus, usted será el encargado de dar las pláticas escolares a los jóvenes de la escuela. Le aviso que familias importantes acudirán. Aunque sé que usted es perfecto, no está de más decirle que haga todo bien. La joven Phantomhive también estará ahí, así que, por favor, prohíba burlas hacia su persona.
Claude palideció.

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—Quería quedarme un rato más.
El cabello de Ciel era meneado por la suave brisa del aire entrando por las ventanas bajas del automóvil de Sebastián. Su voz insinuadora y sus ojos deseosos hicieron que Sebastián riera.
—Siento no cumplir ese capricho suyo, my lord—Habló el pelinegro, imitando el habla de un buen mayordomo—, pero usted mismo ha dicho que quiere ver al señorito Trancy—Lo último sonó más como un reclamo que como un comentario.
El peli azul sonrió con descaro.
—No seas celoso, imbécil—Dicho esto, posó su pequeña mano en el muslo del conductor—. Mira que te gustó lo que pasó después de la llamada.
Justo cuando dejó de decirlo, llegaron a la mansión. Ciel bajó con cuidado (Al mirarlo, Sebastián se abofeteó por incontable ocasión: Con ese niño eres un salvaje, animal. Apenas y puede caminar) y caminó lentamente hacia la puerta, quejándose de vez en cuando… Por no decir siempre. Entonces Eva apareció.
Primero miró con algo de duda y coraje el hecho de que llegasen juntos. Luego, puso su típica sonrisa hipócrita ante los dos y corrió hacia su novio, pasando al lado de Ciel.
—¡Sebastián! —Se lanzó a los brazos del moreno y lo besó con desespero, ignorando a su hermano.
Un hermano que gruñó y entró a toda velocidad a la mansión, ignorando el dolor que sentía en su espalda baja. Y los celos que lo embriagaron ante esa escena.
Tenía ganas de salir y abofetear a su hermana, gritarle que ha tenido sexo con Sebastián casi desde cuando empezaron y que su relación con ella sólo era una careta, una falsedad. Pero se contuvo. Jamás le iba a da el gusto a nadie ni siquiera a él mismo, de que lo vean celoso y posesivo, como a un niño que le quita su juguete.
Sonó su celular. Era un recordatorio de que le había llegado un mensaje. Lo tomó entre sus manos y vio que era uno de Alois, mandado hace más de una hora aproximadamente. Lo abrió y lo leyó.
¡Eres un maldito, Ciel! Mira que dejarme hablando solo. De todos modos, estoy fuera de tu mansión. Abre ya la maldita puerta… O lo que sea esta cosa…
Soltó un bufido y comenzó a caminar. Escuchó los pasos de Sebastián y Eva y de la voz de ésta. Tanaka salió de la biblioteca y le indicó con su cabeza que la pareja venía detrás de él; la rapidez de su caminata aumentó más, ya que no quería escuchar el sonido de los labios de su Sebastián sobre los de su hermana.
Entró al estudio que estaba en la primera planta y, situándose enfrente del ventanal de la habitación, suspiró, para después abrirla y encontrarse con un Alois sentado en la pequeña banqueta, cepillándose el cabello con sus manos, las mejillas sonrosadas y con cara de fastidio. Ciel carraspeó fuertemente. Trancy abrió sus ojos y se puso de pie.
Giró su cuerpo sobre sí y lo empujó, para después meterse él y cerrar el ventanal de un portazo.
—Si rompes el vidrio lo vas a pagar.
—Dinero nos sobra, Ciel—Alois se acercó a él con lentitud. Entonces, el ojiazul vio en sus ojos algo de temor y miedo. Desesperación
Alzó sus cejas.
—Te conozco… Y sé a la perfección que algo te pasa—Phantomhive lo tomó de los hombros y alzó su rostro para verlo mejor. Debido a que Alois era más alto, tenía que hacerlo. Quisiera o no.
—Es sobre tu hermana. Es algo muy, muy, muy feo.

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Fue sospechosa… De asesinato
Miraba a Eva mientras ésta se la pasaba platicando de no sabe qué cosas y le daba uno que otro beso. No le prestaba atención porque las palabras de Grell se colaron de nuevo por su cabeza. ¿Por qué justo ahora? Estaba con Eva y sabía que no iba a ocultar su tensión por siempre. No es que no pudiera (¿Qué sería de un Michaelis si no pudiera hacer algo tan simple como eso?), pero Eva era inteligente. Demasiado. Aunque él tenía que serlo más.
De asesinato…
De asesinato…
Si era cierto, sin duda tenía que serlo. Porque tenía que admitir que no pasó por alto el hecho de que la ropa de Eva estuviese manchada de algo rojo… Como si fuera sangre.
En cambio, Eva, se movió de su asiento y, después de darle un beso fugaz a Sebastián, se puso de pie. Tenía una extraña sensación de que algo no andaba bien y que no le ayudaría en sus planes macabros en contra del mocoso de Ciel.
Con un simple "Ya regreso, amor", se dirigió a paso rápido al estudio de su hermano, el que debería de ser suyo. Por la puerta de caoba entreabierta, pegó una de sus orejas.
—Te conozco… Y sé a la perfección que algo te pasa—El simple tono de voz del menor la sacaba de quicio. Pero tenía que saberlo, algo le decía que…
—Es sobre tu hermana. Es algo muy, muy, muy feo.
Alois… Eva sólo abrió los ojos de par en par y puso a trabajar rápidamente a su cerebro. ¿Qué era lo que tenía que decirle sobre ella? ¿Habrá descubierto algo?, se preguntó. No, no puede ser posible… Las únicas posibles pruebas, patéticas, por cierto, están en mi habitación… Ese maldito mocoso. Parece que los animales venenosos están comenzando a salir…
—¿Qué tienes que decir sobre mí, Alois?
Tenía que callarle la boca al rubio. Claro, por si acaso…

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—Señor Faustus… ¿Los sociópatas pueden controlar sus instintos o impulsos?
—No, joven Amber. Si tienen algo de sadismo dentro de ellos, algo de ansiedad, aunque sea un poco, buscarán a cualquier persona con quién saciarlos. Y digo cualquiera porque… Bueno. Los sociópatas más peligrosos son aquellos que tienen a sus presas más definidas, ya saben a quién quieren acabar y cómo. O al menos lo primero.
—Entiendo…—Amber suspiró—. Hoy, hace rato antes de llegar acá, vi a Eva algo enojada por las calles de Londres. Al fijarme en su vestimenta, vi algo… Parecía sangre—Su voz se fue apagando, pero seguía con su toque serio.
Claude alzó su rostro y la miró, alzando una ceja.
—¿Y?
—Malintencionadamente le pregunté por Ciel y por Sebastián… Bueno, por la relación con Sebastián. Me respondió que pronto estarían mejor.
Los ojos amarillentos de Faustus se volvieron fríos, calculadores. Esa era la defensiva de las personas enfermas con trastornos sociales. Quizás Eva sacaría las garras más pronto de lo que ellos pensaban. Alois se le vino a la mente y se culpaba a sí mismo por meter a ese niño en problemas. Aunque sabía que lo serviría de mucho porque su rubio era delos niños que no se rendían. Es por eso que le gustaba.
Pero eso no quitaba el hecho de que…
—Ahora Ciel sí está en problemas.

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—¿Y bien?
—Y-Yo…—Alois, nervioso, procuró no mirar a Eva. Tenía que salir de ahí lo más pronto posible—… Es que—¿Ahora cómo saldría de eso? —, verás, mientras leía el periódico…
—Basta, Alois—Ciel le dio un pequeño codazo en su estómago, y el rubio bufó. En el fondo le estaba agradecido—. Es algo entre Alois y yo, Eva. Si era algo realmente malo, te lo haría saber. Somos hermanos después de todo.
La última frase sonó tan fría que Eva tuvo ganas de sacar el cuchillo que traía bajo su ropa y matarlos a los dos por igual. Tenía que calmarse, porque Sebastián estaba cerca y Tanaka estaba en la casa. Aparte, aún no estaba segura de qué estaban hablando. Pero eso no importaba, porque Alois al parecer también se estaba convirtiendo en su enemigo. Oh, y yo que quería jugar con él, pensó, enojada.
—Está bien—Respondió monótonamente—. Iré a cambiarme.
Dicho esto, salió de la habitación.
Pasaron unos segundos para que Ciel mirara a su amigo. Estaba pálido y sudaba frío.
—Alois…—Le llamó. El chico sólo asintió, sin mirarlo— ¿Te pasa algo? — El rubio negó con la cabeza.
El único lugar en donde puedes conseguir pistas, Alois, le había mencionado Amber, es en la habitación de la mismísima Eva Phantomhive. Quizás es por eso que no deja entrar a nadie, ni siquiera a Tanaka-sama.
—Necesito… Dormir…—Dijo, fingiendo cansancio.
—Está bien— Ciel sabía que mentía, lo conocía demasiado bien. Pero debido a que tenía hambre, no preguntó la razón—, te llevaré a mi habitación.
Alois asintió con los ojos entrecerrados.
Salieron lentamente del estudio sin decir nada. Alois pensando en cómo buscar en la gran habitación de Eva, y Ciel pensando en las notorias manchas de la ropa de su hermana. Aunque el pelirrubio de igual manera se había dado cuenta, se quedó callado al notar la mirada del pequeño conde. Denotaba curiosidad, lo que le decía que él se preguntaba lo mismo. Eso, sin duda, parecía sangre. El estúpido de Claude en muchas de sus clases había llevado imágenes demasiado realistas sobre la guerra, en donde había sangre a montones. Cómo olvidar ese color.
—Ya.
Miró a Ciel por unos momentos. Su rostro mostraba fastidio.
—Amargado. Dile a Sebastián que te alegre.
—Ja, ja, ja. Eva puede escucharte, idiota. Y mejor cállate—De un empujón lo lanzó maestralmente a la habitación. Escuchó la risilla maléfica de su amigo y frunció el ceño—. Si tienes hambre, ya sabes cómo llamar. Si no, pues te jodes.
—Claro, claro, Ciel mío.
La voz cantarina de Alois en ocasiones le daba gracia.

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Ciel cruzó con algo de cansancio el gran pasillo que daba a la ciudad. Su pálida mano enterrada entre sus cabellos que le ocultaban la frente lo hacía ver adorable. Sus ojos fastidiados y más fríos de lo normal matarían a cualquiera que lo mirase. Sí, porque él también se había dado cuenta de las extrañas manchas que presentaba Eva en la ropa. Parecían…
—Sangre…
¿Y si iba a preguntarle a Eva de qué se trataban? No, bueno… No era tanto preguntarle. Más bien era exigirle a que se lo dijera, ya que él era el dueño absoluto de la mansión. No tenía por qué andar preguntando por ahí. Ni siquiera lo hizo con aquél viejito rabioso que quería mejorar Guitar Hero uniéndose con su compañía, ni con los creadores de FF. No. Así que lo mejor sería que…
—¿Qué mier…?
Su pregunta fue interrumpida al sentir unos cálidos y atrayentes labios sobre los suyos. Ah, sí. Se había olvidado por completo de Sebastián. Y fue entonces que sintió su espalda chocar contra el gran ventanal del pasillo y la lengua del pelinegro succionando su labio inferior. También sintió las manos grandes y traviesas del pelinegro colarse dentro de su pantaloncillo negro, ese que tanto le gustaba. No pudo evitar gemir al ser pellizcado de su muslo por Sebastián.
—Sebastián…—Susurró—. Estamos en la mansión y…
—Esperé demasiado. Tanaka está encerrado en la cocina, y la compañía de Eva no me emociona para nada. Aparte se fue y no regresó, y tú estabas con el mocoso…—Lamió su lóbulo de arriba abajo, besando el pequeño arete azul que el niño llevaba puesto—… Y me entró otra puntadita de celos. Una pequeña, nada importante…
—Imbé…—De nuevo fue interrumpido por los cálidos labios de Sebastián.
Lo estampó contra el ventanal y lo tomó de su pequeño trasero, alzándolo, haciendo que Ciel enrollara sus finas piernas alrededor de la cadera del pelinegro. El ojicarmín poco a poco fue subiendo la intensidad del ósculo, por lo cual el pequeño no dudó en responder. El mayor notó la tensión y el coraje que su joven amante traía dentro de sí, así que comenzó a acariciarlo como si fuese un gatito que en cualquier momento pudiera atacarlo. Sonrió al escuchar el gruñido del ojiazul.
Comenzó a desabrochar la camisa de manga larga color azul marino que portaba el niño, y colocó una mano suya encima del pezón ya erecto. Lo acarició con malicia y lentitud, torturándolo. En cambio, Ciel deshizo desesperadamente la corbata negra del empresario, mientras mordía su labio inferior. El pelinegro no pudo evitar sonreír ante el gesto.
—¿Y Alois?
—En mi habita… ¡Ah!
—Desesperado de nuevo, ¿eh?
El chico bufó y entrecerró los ojos. Lo golpeó en la espalda y, Sebastián, con su ceja alzada, lo bajó. Fue entonces cuando el chico lo comenzó a empujar y al final terminaron en un estrecho cuarto que estaba justo enfrente de los ventanales…
Y que por la emoción Sebastián no sabía que estaba ahí…

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Tan pronto como dejó de escuchar los pasos de su amigo, Alois se puso de pie demasiado rápido para su gusto, lo que le causó un mareo demasiado horrible. Tocándose la cabeza, caminó hacia la puerta y posó su mano en la perilla, para después abrirla y salir de ahí.
La habitación de Eva estaba casi enfrente de la del peli azul, así que no había problema alguno. A paso lento, fue hacia la puerta de caoba color negro más próxima. Y, con más sigilo de lo que creyó capaz, la abrió. No sin antes asegurarse si alguien lo veía o se acercaba. Casi caminando de puntillas, entró y la cerró detrás de sí.
Al darse la vuelta, se sorprendió un poco por la habitación poco ordenada de la hermana mayor de su amigo. La cama ni siquiera estaba tendida, y en la pared tenía pegado un montón de periódicos, como si fuera el tapiz. Olía de muerte, y no pudo evitar lanzar un quejido de molestia. Estaba oscuro y, mirando la habitación más notoriamente para ver si no había nadie, se dirigió al peinador de la peli café, para buscar algo interesante.
Los sociópatas y los psicópatas, le dijo Claude, tienen en común lo siguiente: Guardan algo que les recuérdelo que han hecho, quizás para reírse de lo sucedido o disfrutar su victoria.
Abrió cajón por cajón y sacó varios objetos que a su vista azulada eran sospechosas. Unas llaves en forma de calavera, tres libros negros forrados de una portada de periódico, y varios papeleos de la empresa Phantomhive que ella llevó a la quiebra. Los leyó un poco, para después meterlos en su suéter morado de algodón.
Las llaves las dejó ahí por un momento, para dedicarse a ver el primer libro que estaba su vista. Era algo grueso y todo estaba conformado por recortes de periódico, acomodados por fecha. Frunció un poco el ceño, comenzando a leer los títulos de cada uno.
La familia Phantomhive deja como heredero universal a su hijo menor: Ciel Phantomhive
Abrió desmesuradamente los ojos brillosos, para después darle vuelta y vuelta a las hojas.
Eva Phantomhive: Desastre inglés. La historia de la condesa que nunca existió.
Ouch. Eso debió ser duro, pensó Alois, mientras seguía leyendo los títulos, tratándose todos de la vieja familia. Al no encontrar nada interesante, se fue casi a las últimas hojas. Con cierta delicadeza y sin hacer ruido, miró por el espejo, ya que imaginó haber escuchado algo. Al ver que no era así, dirigió su vista a la noticia.
Phantomhive asesinados.
Incendio a la Phantomhive.
Ciel Phantomhive: Heredero universal.
Teorías del incendio de los descendientes de condes.
Oh, oh… Ella sí que está loca.
Si consigues aunque sea un papel o fotografía sobre algo que sea sobre los temas que Amber mencionó, cariñó, Ciel quizás ya no estará en problemas… Por ahora. Pero Eva no te puede descubrir, amor. SI no, estarás muerto y no quiero que te pase nada, ¿entendido?
Entendido, entendido. Le había prometido a Claude que estaría bien, que con desespero comenzó a leer los demás. Incendio de hospital psiquiátrico al norte de Inglaterra, Aparece joven muerta en un terreno baldío, Intento de asesinato en contra del joven Phantomhive, Incendio provocado, Incendio provocado en la mansión Phantomhive…
La noticia de otro periódico le llamó la atención: 'Se cree que una de las hospitalizadas que escapó, es nada más y nada menos que la señorita Eva Phantomhive, de la familia Phantomhive, famosa por ser uno de los más importantes creadores de juegos….' PUBLICACIÓN DE PERIÓDICO CANCELADA.
Mierda… ¿Eva estaba en un…?
—Parece que no tienes modales, Alois.

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—C-Ciel…
La pequeña boca del niño lamía toda la gran extensión de su miembro. En ocasiones acariciaba la punta, en otras lo besaba completamente y lamía frenéticamente sus testículos encogidos por el placer que le proporcionaba su amante. Lo tomó de la cabeza, incitándolo a más. Escuchó la risilla maligna de Ciel al darse cuenta del desespero que poseía el mayor.
Lo metió completamente en su boca y comenzó de nuevo a lamerlo como si fuese una paleta. Sebastián, más que agitado, lo miró. Las huellas de saliva que dejaba el niño en su pene le daban una sensación de placer infinito. Ver la cabeza del niño moviéndose de un lado a otro, sacándolo de su boca, para después volverlo a meter de golpe, le llevaba un éxtasis que le hacía perder la cabeza. La mirada azulina del niño miraba su miembro, aunque en ocasiones alzaba la cabeza para verlo a él. Oh, dios. Por primera vez sintió que se sonrojaría.
—Te gusta, ¿eh? —El chiquillo le dio un último vistazo para después morder un poco la hombría del pelinegro. Escuchar el gemido sonoro y ronco del mayor le emocionaba.
—S-Sí…—Admitió entrecortadamente.
El chico comenzó a lamerlo con más frenesí, con sus manos aún posadas en sus testículos, apretándolos de vez en cuando. Sebastián echó la cabeza hacia atrás, y con la mano sobrante, cubriéndose su boca con su mano, mientras la otra aún estaba situada en la cabeza del niño.
—C-Ciel… Ya…
El niño sonrió y fue subiendo poco a poco, repartiendo besos por todo el pecho de Sebastián. Lo empujó levemente, para recostarlo. Comenzó a besar su cuello y después se dirigió a su oído.
—¿Ve, señor pedófilo? Mire en lo que ha convertido a este inocente niño…—Dijo, para después abrir sus piernas y situarse encima del pelinegro, que no dejaba de sudar frenéticamente.
—Me gusta…—Sebastián sonrió—… Me gusta en lo que he convertido a este niño—Dicho esto, lo penetró con fiereza,
—¡Ah!
Ciel arqueó un poco la espalda, y luego, recargándose del piso, alzó sus caderas, comenzando así el vaivén. Sebastián empezó a acariciarlo con deseo y lujuria, mirándolo calurosamente. El ojiazul comenzó a cabalgar sobre el pelinegro, y éste pellizcó uno de sus pezones sin compasión, sacándole otro gemido sonoro al ojiazul.
Bajó una de sus manos a la cadera del niño, para darle más impulso a las embestidas. En cuestión de segundos se volvieron frenéticas, salvajes, como si dos animales se estuviesen haciendo uno. Incluso Ciel saltaba por sí solo, sin aplicar fuerza alguna. El sonido hueco de los testículos de Sebastián chocando con el redondo trasero del niño no se hizo esperar. Eso hizo volarles la cabeza.
—¡A-Ah! —Gimió bajito, tomando en cuenta de que estaban en la mansión y que cualquiera podría escucharlos. Sebastián se dedicó a colocar su mano faltante en la cadera del chico, haciendo las penetraciones aún MÁS profundas.
Los sonoros gemidos del niño lo volvían loco. Buscó sus labios con desespero y los besó con lujuria y amor. Metió su lengua en su cavidad y la exploró completamente.
—¡Oh, dios…! ¡S-Seb… AH! —Gritó Ciel entre el beso. Bien, eso no lo pudo controlar. El solitario miembro de Ciel se vio acompañado por la mano del pelinegro alrededor de él, comenzando a masturbarlo.
Ciel cerró sus ojos con fuerza al sentir el cálido semen de Sebastián derramarse por su entrada.
—P-Pequeño mío…
—A-Ah, Sebasti… án…

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—Vaya, vaya, vaya. Miren a quién tenemos aquí.
Alois miró con pánico que se aproximaba a él con lentitud. No se dio cuenta en el momento en que…
—¡A-Ah! —Gimió.
Eva lo había estampado contra la pared y tenía ambas manos en su cuello, ahorcándolo. Asfixiándolo. Matándolo. Al principio no se quejó, pero en cuanto comenzó a faltarle el aire, comenzó a patalear, más le fue imposible. ¿Cómo es que podía ganarle una loca?
—¿Qué haré contigo? —Preguntó con una voz tan fría que al pelirrubio le recorrió un escalofrío de pies a cabeza. —. Mira que espiar en mi habitación, mocoso. Debería de matarte.
El apretón alrededor de su cuello se hizo más fuerte, por lo que no pudo evitar lanzar un gritillo y cerrar fuertemente los ojos. La respiración le faltaba en serio, Eva quería matarlo. Su piel comenzó a volverse pálida y sus ojos brillosos, debido a las lágrimas que amenazaban con salir.
—Eres un imbécil si crees que me delatarás. Porque, ¿sabes qué? No lo harás, no señor.
Parecía como si quisiera matarlo con la mirada. Metafóricamente, porque en realidad si quería matarlo. Sus ojos destellaban maldad, odio, rencor, sadismo, superioridad. Esa no era la Eva que todos conocían, por supuesto que no. Comenzó a ver borroso debido a la gota salada que salió de su ojo. A las gotas saladas que brotaron de esos jades que alguna vez tuvieron vida. Hoy, después de eso, quizás no la tendrían…
Te amo, Claude. Te amo.
Eva lo empujó bruscamente, haciéndolo caer emitiendo un gemido de dolor. Tomó rápidamente oxígeno, mirando con pánico a Eva, gateando hacia atrás. Topó con la cama. Ya no había escapatoria. Un brilloso objeto salió de entre la ropa de la mayor. Sus ojos fríos lo recorrieron. Se acercó de nuevo a él con lentitud, alzando su mano izquierda, donde llevaba el objeto filoso.
—No me importa si hay alguien aquí. Esto te pasa por ser un imbécil que cubrió las aventuras del mocoso de mi hermano con MI Sebastián—Mencionó, haciendo énfasis en MI—. Y, claro, por husmear en mi habitación.
Perdóname, Ciel. En serio, Perdóname… Y Claude, te repito…
—Despídete de este mundo, cucaracha…—Le soltó, acercando peligrosamente el cuchillo al pecho de Alois, que respiraba frenéticamente, sin escapatoria.
Te amé, te amo, y te amaré…

No importa cuántas veces me dijiste que querías irte.
No importa cuántas veces tomaste aire, aún no podías respirar.
No importa cuántas noches pasaste totalmente despierta,
escuchando la lluvia envenenada.
¿A dónde fuiste? ¿A dónde fuiste? ¿A dónde fuiste?
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